La mayoría de los exsecuestrados que escuchó la JEP ha insistido en la necesidad del perdón, no como una dádiva para los terroristas, sino como la única posibilidad de encontrar la paz que el país merece.
Los testimonios de los dirigentes políticos que sobrevivieron al secuestro de las Farc son desgarradores. Pasado el tiempo, es más fácil dimensionar el dolor profundo que causó esa guerrilla y los vejámenes a los que sometió a tantas personas, no sólo a los personajes que esta semana escuchó el tribunal de la JEP, sino además a tantos otros para quienes nunca hubo cubrimiento especial ni reconocimiento público.
La dureza de los testimonios de Ingrid Betancur, Óscar Tulio Lizcano, Luis Eladio Pérez, Sigifredo López, Alan Jara o el general en retiro Luis Mendieta, devuelven el calor a la sangre y la indignación al corazón. Nos regresan a momentos aciagos en los que la radio se convirtió en el único hilo entre los secuestrados y sus familias y las torturas mostraron lo peor del ser humano.
Una revisión de esos testimonios, que revivieron el llanto y la rabia, es útil para traer al momento presente el sentido profundo de lo que implica la dejación de las armas por parte esa guerrilla. Ese dolor profundo tiene que ser la inspiración para comprometernos como sociedad en la no repetición de ese tipo de hechos. Ese sufrimiento, debe impulsarnos a insistir en la necesidad de encontrar caminos políticos para tramitar las diferencias ideológicas y a fortalecer la lucha contra la criminalidad, desde el respeto por los derechos humanos.
Cada vez que se escuchan o leen este tipo de testimonios, es imposible dejar de imaginar cuántas vidas estuvieron en suspenso, cuántos sueños aplazados y cuántos encuentros fueron frustrados. También se vuelve obligada la memoria de tantos que, como Gilberto Echeverri y Guillermo Gaviria, no regresaron ni pudieron expresar su rabia y su impotencia frente a ese tribunal, ni frente a su familia o la sociedad.
Quienes volvieron, renacieron. Casi todos se sintieron regresando del infierno y entendieron que la vida les daba otra oportunidad. La mayoría ha insistido en la necesidad del perdón, no como una dádiva para los terroristas, sino como la única posibilidad de encontrar la paz interior que ellos mismos merecen. Es que entienden que si no se construye el camino de la reconciliación siempre tendremos la amenaza de que esas prácticas se repitan.
Para que no queden dudas, Ingrid Betancur insistió en que el secretariado de las Farc tenía plena conciencia de cómo operaba esa máquina de guerra que financiaban, entre otras cosas, con la industria del secuestro. Esos líderes guerrilleros tendrán que responder por sus actos, pero ya no desde la condena simbólica del ostracismo, sino desde la pena efectiva que la jurisdicción especial les imponga y los límites políticos que el país les fije en el ejercicio de la democracia.
En los próximos días seguirán siendo noticia los testimonios de otros exsecuestrados, pero también los de familiares de aquellos que perecieron en el intento de recobrar la libertad. Expresiones de dolor, rabia e impotencia que debemos escuchar con atención y respeto, para gritarles a todas las organizaciones criminales que esas prácticas no son ni serán tolerables y que el perdón tiene un precio, que hay que merecerlo.
Está comprobado que no es a punta de declaraciones ni buenas intenciones que se ejerce el poder y se retoma el control, es hora de insistir en la búsqueda de una paz completa, pero también del sometimiento de los ilegales que aprovechan cualquier brecha para hacer de las suyas.