El ejercicio del periodismo siempre está amenazado, a veces por actores armados y en ocasiones por las condiciones salariales; en todo caso es reprochable.
Después de una ronda de presentación “para reconocerlos a todos”, el maestro Javier Darío Restrepo nos dijo a los colegas que adelantábamos el Diplomado de Ética Periodística del Club de la Prensa y Eafit, que le sonaba redundante que tantos dijeran después del nombre, en lugar de un medio de comunicación, “periodista independiente”. Ocurrió hace más de un año y aún da vueltas en la cabeza esa pregunta suya, que a pesar de la sonrisa tenía tono de regaño: ¿acaso el periodista no siempre debe ser independiente?
Obviamente su intención pedagógica es que pensemos más allá de la condición laboral de los reporteros, en el ejercicio y su impacto en la sociedad. Valorar el oficio a pesar de la proliferación de periodistas sin medio, que tienen que ofertar sus trabajos en la modalidad “de libre dedicación” o Freelancers, que es como se les llama comúnmente. Una manera de subsistencia que coexiste con la de pequeños medios, programas radiales, sitios web, periódicos zonales, etc. cuyos realizadores deben alternar muchas veces la labor periodística con la venta de pauta para sobrevivir.
Y muchos años más atrás, en un curso similar que tuvo lugar en la Sede del Centro Internacional para Periodistas de Washington, el mismo Javier Darío preguntó a un grupo de colegas de 10 países latinoamericanos por el promedio de salario en la región. La conclusión fue tan penosa que alguno de ellos reconoció que para ajustar sus ingresos, los fines de semana, trabajaba como payaso en fiestas infantiles. Muchos otros ajustábamos con asesorías, clases o labores adicionales. Entonces concluimos que en nuestros países, además de la amenaza constante de distintos actores legales e ilegales, las condiciones laborales y de ingresos se convierten en una coacción permanente.
Pero como “en todas partes se cuecen habas”, en Holanda, el fotógrafo Ruud Rogier demandó al periódico Het Brabants Dagblad, propiedad del conglomerado De Persgroep, el más grande en los Países Bajos, por considerar injusto el pago por su trabajo. Rogier recibió 42 euros por foto, lo que le significó un promedio de 18 por hora de trabajo. En su demanda, reclama ahora cerca de 1.700 euros en pagos atrasados o 150 por cada foto que tomó. Se apoya en las leyes de su país sobre contratos de autores y las normas de compensación justa que aquí no existen. La decisión del juez está aplazada, porque a la demanda del fotógrafo se han sumado varias otras de reporteros y fotógrafos Freelancers. Sin embargo, la defensa de Rogier cree que cualquiera sea el sentido del fallo, se sentará un precedente interesante para la negociación con periodistas en la modalidad de prestación de servicios y probablemente se requieran tarifas estandarizadas que favorezcan a las partes.
El efecto de esa acción legal llegará seguramente a otros países europeos dada la asimilación de los convenios y la legislación de la UE. Pero es casi impensable que llegue a nuestro continente más allá de lo que signifique como inspiración. Una tarea que debería convocar no solo a quienes no tienen vínculo con los medios, sino incluso a los asalariados que reciben muy poco por muchas horas de trabajo, en condiciones difíciles, casi siempre bajo otras amenazas y con frecuencia maltratados.
Solidaridad real, que debe superar los pronunciamientos y los llamados, para tonarse en trabajos periodísticos de rigor, que hablen también de esas realidades y su incidencia en la calidad de la información que llega a las audiencias. Solidaridad frente a esa y a otras amenazas, como las que acaban de recibir la joven Tatiana Salamanca y algunas de las fuentes que consultó para su reportaje La Favorita, la olla que se tomó a Bogotá, que le mereció el premio de periodismo universitario de la Sociedad Interamericana de Prensa en octubre pasado. El trabajo fue publicado por la emisora de Uniminuto y por el periódico universitario Datéate.
La publicación pisó cayos. Por eso, además de la protección oficial para ella y sus fuentes, es menester seguir el rastro, hacer visible lo que vive el barrio La Favorita del centro de Bogotá, en donde el contubernio de algunos policías con los expendedores desplazados del Bronx lo convierte en una zona peligrosa. Como el periodismo siempre es independiente, debe seguir las historias que debemos conocer, independientemente de quien las descubrió.