El poder de la palabra

Autor: Lucila González de Chaves
27 julio de 2017 - 12:07 AM

Somos responsables de nuestras palabras; una sola de ellas da cuenta de nuestra nobleza interior o de la mezquindad de nuestra vida. Somos como son nuestras palabras.

La palabra aislada no presta ningún servicio, no tiene cabida sino en la frase; y en la frase, no la tienen los múltiples significados de la palabra, sino uno solo, el necesario en esa frase; y esa significación momentánea, determinada por la situación, que nuestro pensamiento o nuestro sentimiento le asignan, va dirigida, exclusivamente, a quien nos escucha o nos lee. Por eso somos responsables de nuestras palabras; una sola de ellas da cuenta de nuestra nobleza interior o de la mezquindad de nuestra vida. Somos en nuestro interior tal y como son nuestras palabras.

En estos diecisiete años del nuevo siglo, la velocidad a que se vive y el fenómeno de las llamadas redes sociales han potenciado de tal manera las palabras,  que la comunicación es, hoy, a causa de esos  artefactos informáticos, un feriado de chismes, insultos, destrucción de honras, vulgaridades, cacerías de brujas, maledicencias, morbosidades y toda clase de venenos de lenta pero segura efectividad.

Hemos olvidado que la palabra es un puente entre nuestra muy íntima realidad y la realidad del otro; entre el YO hacia el TÚ, para llegar a un NOSOTROS; pero ocurre casi siempre que nuestras deslealtades, nuestros prejuicios y odios y rencores incondicionales, borran el NOSOTROS, desconocen el TÚ, es decir, a los otros, y solo quedan las palabras narcisistas del YO.

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La palabra está circunscripta al “almacenamiento” interior de cada individuo, constituido por lo psicológico, lo afectivo, lo espiritual, lo social. A un enriquecido almacenamiento interior, corresponden más amabilidad y respeto en las palabras, mayor equilibrio en el tono, mayor facilidad de acercamiento a los demás, cualesquiera que sean.  A menor almacenamiento interior, corresponden mayor rudeza y altanería en la palabra, más prepotencia, más egolatría, menos comunicación bondadosa, educada y tolerante.

Es bueno preguntarnos cuánto respeto tenemos por la palabra hablada y escrita; cómo la utilizamos en nuestros ámbitos familiar, profesional, laboral, social, cultural. ¿Hemos pensado en las secuelas positivas o malignas que nuestra palabra puede dejar en el otro? ¿Sabemos que ella nos traiciona muchas veces por defecto o por exceso, y que cada palabra se transforma en un ser vivo, lleno de significación y de sentido, de comprensión y tolerancia, pero que en un momento de odio, de envidia, de rencor, de discordia, la palabra destruye y arrasa?

La elegancia y nobleza de un texto escrito no reside en las palabras aisladas; la capacidad de expresión habita en el modo digno y en la sabiduría de utilizarlas y, por sobre todo, en la riqueza interior de quien habla o escribe, y en el respeto por los demás.

La profundidad y trascendencia, o la vulgaridad y grosería de lo que hablamos y escribimos, llegan directamente hasta el sentir o el pensar de quienes nos leen o nos escuchan.

Las palabras dignas y significativas prestan a la frase una densidad, considerada como elemento del bien decir, y se constituyen en el faro guiador de los caminos intrincados, - y en este siglo XXI, más enredados y confusos aún - que los seres humanos debemos recorrer. De ahí el ineludible compromiso de quienes tienen como oficio opinar y orientar con la palabra, renunciar a lo soez, a lo desafiante, lo mentiroso, lo agresivo, lo tóxico.

El manejo de cada palabra en la comunicación NO es tarea fácil. Son pocas las palabras que tienen un sentido claro y un solo significado. Cuanto más se estudian las sutiles diferencias y matices en el significado de las palabras, más nos convencemos de la responsabilidad, al utilizarlas como instrumentos para razonar, para calificar y para transmitir ideas y, sobre todo, sentimientos.

Una palabra mal empleada o intencionalmente puesta para herir, estropea, y, a veces, para siempre, el más bello pensamiento, la más brillante idea, la más cara amistad y hasta la fama merecida  en el ejercicio de la profesión.

Estamos en el delirio educativo de “desarrollar competencias y habilidades” y de seguimiento y “evaluaciones por procesos”; por ello, recomiendo repasar y reflexionar sobre la importancia, el manejo y las diferencias entre el SIGNIFICANTE y el SIGNIFICADO.

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