A riesgo de sonar como una frase más de las muchas de cajón que estas pasadas semanas se han emitido, hacemos un urgente llamado a las familias y al sistema educativo, para que se reconozca la inmensa responsabilidad que tenemos todos los adultos de reconocer las secuelas que esta catástrofe está sembrando en nuestras generaciones futuras.
El paso del tiempo y la dolorosa contundencia con que se expande la pandemia por covid-19 ha propiciado el desarrollo de investigaciones científicas, innovaciones tecnológicas, acciones públicas, y reflexiones sobre los valores requeridos para trascender la crisis asociada a la cuarentena y el dolor por las pérdidas, así como afrontar el porvenir con sus dificultades económicas y los cambios de prioridades. Responsabilidad con el autocuidado, solidaridad para velar por los otros, veracidad para abordar la pandemia, han ocupado nuestros análisis precedentes.
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En la semana que inicia concurren dos fechas que dan a niños, niñas, adolescentes y familias el protagonismo que les ha faltado durante el aislamiento social obligatorio, en el que son actores principales. El lunes 20 de abril reinician las clases de la educación básica y media, suspendidas por vacaciones; estas se extenderán en teleeducación hasta el 31 de mayo, a fin de proteger a los alumnos y sus familias. Y el sábado 25 de abril se conmemora en el país el Día del niño y la recreación. Educación académica, y no pocas veces la formación subjetiva, y celebración, han sido progresivamente asumidas por instituciones gubernamentales y organizaciones privadas que difícilmente conservan débiles lazos con padres y cuidadores de niños y adolescentes.
Razones de bienestar material, eficiencia en la atención, conocimiento pertinente para ofrecer los servicios necesitados e incluso sospechas por disfuncionalidades de las familias, sobre todo cuando se temen violencia emocional, física o sexual, o abandono, han provocado un creciente desplazamiento de las responsabilidades de cuidado, protección y formación de los hijos, por el Estado o por organizaciones que con las mejores intenciones fueron "extrañando" a padres y cuidadores de sus roles de crianza. Hoy esas instancias supletorias, y a veces sustitutivas, deben dejar su presencia física y transformar sus intervenciones y este cambio impacta la vida cotidiana de las familias y genera emociones, preguntas y necesidades, que deben facilitar la reconstrucción de roles en el proceso formativo de niños, niñas y adolescentes.
La coincidencia de momentos trascendentales en la vida de niños, niñas y adolescentes con su permanencia en el hogar junto a sus padres o cuidadores y a sus hermanos, si los tienen, exige transformaciones que necesitamos explorar y entender, porque, como ocurre con la medicina, hasta ahora nos hemos ocupado de los enfermos más graves -menesterosos y víctimas de violencia intrafamiliar- mientras aplazamos la atención a los contagiados asintomáticos o autosuficientes. Por ello, maestros y alumnos se enfrentan a ambientes desconocidos mientras se preguntan por las exigencias a las cuales responder, al tiempo que padres y cuidadores intentan forjar relaciones y confianzas que aplazaron por otras aparentes urgencias que les hicieron olvidar, o les ocultaron, que es en la familia donde se construyen los principales, y hoy únicos, vínculos de afecto; que es ella el lugar donde nacen, se conocen y se pueden educar las emociones, y que es el escenario donde es posible desarrollar las habilidades comunicacionales; “competencias blandas” que progresivamente se le fueron delegando a un sistema educativo, aunque este tiene mínimas herramientas, tiempos y facultades para desarrollarlas.
La reinvención propiciada por la crisis del covid-19, que lamentablemente puede no ser la única ni la última pandemia con consecuencias trágicas para la humanidad, llama a la transformación de los papeles asumidos por el Estado y la familia, para que juntos construyan un nuevo modelo en el que las instituciones renuncien a suplantar a los hogares, y, a cambio, ofrezcan los apoyos que las familias requieren para dar bienestar material de sus miembros, especialmente los más pequeños, así como para reinventar sus relaciones, buscando acompañar el desarrollo subjetivo y avance hacia la realización personal, de infantes y adolescentes.
La contundencia de su aparición, expansión y efectos le da una dimensión catastrófica al covid-19. A riesgo de sonar como una frase más de las muchas de cajón que estas pasadas semanas se han emitido, hacemos un urgente llamado a las familias y al sistema educativo, para que se reconozca la inmensa responsabilidad que tenemos todos los adultos de reconocer las secuelas que esta catástrofe está sembrando en nuestras generaciones futuras y redefinir valores, reorientar roles y construir nuevas y más fructíferas relaciones que les permitan y nos permitan superar el presente.