Desde la declaración de los derechos universales en 1948 y desde la firma de los protocolos sobre derechos específicos y discriminaciones positivas que son tratados obligantes para los firmantes, no habíamos llegado tan lejos en la civilización política
Por Alianza Antioquia
Un gobernante con criterio de estadista es aquel que gobierna pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
Invocamos esta premisa ética al próximo Alcalde de Medellín y al próximo Gobernador de Antioquia. Y proponemos que para ponerla en práctica adopten el acuerdo universal denominado Objetivos del Desarrollo Sostenible (Agenda 2015-2030) (ODS) como plan de desarrollo de mediano y largo plazo, adecuándolo, por supuesto, a las específicas condiciones de la ciudad y la región.
De hecho, es justo reconocer, que ya se ha venido implementando desde 2016 en Colombia, Antioquia y Medellín por voluntad de los gobernantes actuales y que ya hay resultados evaluables.
El Acuerdo sobre los Objetivos del Desarrollo Sostenible que son 17 y que incluye además 169 metas y 231 indicadores de desempeño, firmado en 2015 por 193 países, es un documento de referencia ético-política de carácter universal, pero técnicamente diseñado para ser realizable y evaluable en pueblos, ciudades, regiones y naciones. Es un acuerdo integral que partiendo de la necesidad de superar las desigualdades y de ella sus manifestaciones más espantosas que son el hambre y la pobreza, pasando por la necesidad de salvar al planeta de las consecuencias de un desarrollo irracional, llega a la necesidad de implementar políticas públicas universales con aplicabilidad regional, para que sea posible el desarrollo con equidad, con sostenibilidad ambiental y con instituciones eficientes.
Desde la declaración de los derechos universales en 1948 y desde la firma de los protocolos sobre derechos específicos y discriminaciones positivas que son tratados obligantes para los firmantes, no habíamos llegado tan lejos en la civilización política, aun en contraste o precisamente por el contraste con la pobreza y la desigualdad, con las guerras, la violencia social, la desigualdad entre centros y periferias, entre estados y entre personas, con las distintas modalidades de discriminación, con la destrucción del planeta y las enfermedades producidas por el consumo desaforado y por contraste con ciencia, tecnología y desarrollo sin responsabilidad social y ambiental.
Es uno de esos lúcidos momentos ilustrados en que la humanidad se da cuenta de la necesidad de acompasar el progreso material con el progreso moral y político que aún siguen completamente dislocados.
A diferencia de la globalización económica basada en una visión hegemónica y homogeneizante, hecha desde arriba hacia abajo y desde el centro a la periferia, este programa de desarrollo hecho al contrario, incluye la discriminación positiva de tal manera que se realice el principio del trato igual a los iguales y el trato desigual a los desiguales, habida cuenta de las desigualdades entre estados, entre personas, entre la ciudad y el campo, entre el pueblo y la vereda, entre el centro y la periferia y, por supuesto, entre culturas.
Ya los críticos consideran exagerada esta especie de trato porque, supuestamente, se limita la libertad haciendo demasiadas concesiones a los pobres y de otro lado porque no se restringe lo suficiente a los ricos.
Esas críticas, sin embargo acrisolan la bondad moral y la utilidad práctica de este acuerdo universal. Porque se trata de un punto intermedio entre ideologías extremas. Es, sin duda, un acuerdo programático sobre asuntos fundamentales porque tiene que ver con la supervivencia de la humanidad independientemente de ideologías políticas específicas y de formas de gobierno diferentes. Es el triunfo del constitucionalismo contemporáneo, ya universal, que incluye el estado de derecho y el estado social de derecho, es decir, la democracia política complementada por la democracia social, pero ya no en un solo estado sino en todo el mundo. Es la conversión de las tres generaciones de derechos en un plan de desarrollo económico, social y político aplicable en todo el planeta con sus especificidades y con el ritmo que la sociedad específica decida.
Es Acuerdo sobre ODS es una versión contemporánea del humanismo renacentista con la diferencia de que el valor principal de este nuevo humanismo es el de la solidaridad obligada no solo por altruismo moral sino también por pragmatismo. En este caso se trata de un humanismo que además de bueno es útil. Talvez sea uno de esos raros casos en los cuales confluyen la ética de los principios y la ética de los resultados.
Por eso nos parece que es bueno y útil que la ciudad, la región y el territorio sean pensados así y que se programe su desarrollo específico con este referente universal.
Sabemos que el gran escollo para llevar a cabo estos acuerdos tan fundamentalmente solidarios con la humanidad, es decir con nosotros mismos, no tiene naturaleza física pero es tan fuerte como el más duro metal; se trata de una afección espiritual que convierte el egoísmo en egolatría y el pensamiento en dogma. Y quienes más la padecen sin sufrirla porque la confunden con el carácter son los dirigentes políticos.
No creemos que sea mucho pedir a los futuros gobernantes que en el ejercicio del poder que se va a delegar, no le cedan a la vanagloria, que piensen menos como políticos en trance electoral y que le concedan atención al altruismo que contiene esta especie de humanismo práctico.