Relato de cadenas por el escritor y editor Saúl Álvarez Lara
Tardé en ver la cadena y el candado. Cuando llegué a otra silla igual, frente a la encadenada y también encadenada, aunque esto lo noté más tarde, no caí en la cuenta del cautiverio. Estaba allí para encontrarme con un amigo, pintor, con quien esperaba conversar sobre su trabajo. Escribo un libro que narra encuentros con pintores; sin embargo, más que encuentros con los pintores, el libro narra encuentros con sus obras, sus colores, sus personajes, sus situaciones. Mientras esperaba noté la cadena y el candado. Algunas razones posibles pasaron por mi mente: que alguien pase y en un descuido del personal se lleve la silla, fue la primera opción; que los administradores no acepten clientes desorganizados que junten y separen mesas y sillas en el centro del local, pequeño, con los consiguientes problemas de circulación y servicio; que apenas trabaje allí personal para atender dos personas por mesa. Advertí esa posibilidad cuando al seguir el curso de la cadena confirmé que otra silla igual, al lado de otra mesa pequeña, redonda y metálica también, estaba encadenada. Recordé, entonces, películas y fotografías de prisioneros en cautiverio, encadenados unos a otros, sin opción de alejarse más allá de la extensión de la cadena. Entonces entraron en el local dos mujeres y un hombre llamado William, me enteré de su nombre porque una de ellas lo presentó a la otra cuando pasaron frente a mí: “mirá éste es William”, dijo. William es un hombre promedio, parece inquieto, quizá se siente encadenado, va hasta el fondo del local y regresa a la mesa sujeta a las sillas por la cadena cuando las mujeres ya están sentadas. Como no hay más sillas y no puede mover ninguna otra por culpa de la cadena se queda de pie, mira el piso, contiene la respiración y encoge la barriga, se simula delgado; el esfuerzo hace aun más saltones sus ojos y le eriza el pelo engominado, sobre todo porque al dejar de respirar los bluyines descosidos, desteñidos y estrechos que lleva lo maltratan. Las mujeres no lo determinan. Su mujer no lo mira, es quizá el detalle que lo encadena. Mi amigo pintor no llega, ya voy por el segundo café, entonces intento imaginar cómo pintaría, el pintor, el drama del encadenado frente a mí…
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