“Hacer un pacto por el respeto y la acogida al que llega, para hacerlo parte y no para generar violencias y marginaciones innecesarias. Un pacto por la no humillación sería el más paisa de los comportamientos”.
La ciudad se podría definir como un territorio para el encuentro, de hecho, es exactamente eso, sin embargo, en este mundo globalizado no son precisamente los más vecinos los que salen a las calles. Una muestra de muchas nacionalidades se cruza diariamente en todas las ciudades del planeta y, del respetuoso relacionamiento con todos, depende el éxito de las ciudades de hoy. El filósofo y escritor mexicano, Luis Muñoz Oliveira, en su texto: Árboles de largo invierno, relata las atrocidades y atropellos que pasan las personas que intentan llegar a los Estados Unidos, pretendiendo evadir la frontera con México. Oliveira expone un asunto que yo no había asociado nunca: dice que la pobreza no es una causa directa de la violencia, en cambio la humillación sí. Pienso que tiene mucho sentido esa afirmación. Subtitula su libro Un ensayo sobre la humillación, precisamente a lo que hago referencia para nombrar esta columna.
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Nuestras ciudades están llenas de inmigrantes, y todas las historias de horror que escuchamos de las personas que hoy son ciudadanos de otros países, de sus trabajos inhumanos y sus peripecias diarias para poder alcanzar a tener la residencia, las viven, actualmente, miles de personas en cada esquina de nuestra ciudad. Capitales como Londres o París, tienen más de la mitad de la población no nacida allí y, en ciudades como Nueva York o Barcelona, ya va llegando a la tercera parte de la población los que ni siquiera son nativos de allí. Para no ir muy lejos, Envigado, con más del 60% de sus habitantes no nacidos allí o Sabaneta que en un par de años duplicará su población a causa del desarrollo inmobiliario desmedido, son ejemplos más que claros de este fenómeno. No estoy seguro de que estemos preparados para esto. Imaginábamos que nadie se atrevería a dejar todo por venirse a vivir a Medellín y la gran sorpresa es que resultó ser este Valle de Aburrá, con todas las ciudades conurbadas, a él un paraíso; pero, los brotes de xenofobia y racismo no se han hecho esperar y cada vez con más fuerza: desde emplearlos por comida, hasta no ser atendidos en algunos establecimientos, sólo por mencionar lo menos. Crecer implica responsabilidades y, sobre todo, cambios. Tenemos muchos extranjeros y muchos de otras regiones del país, hospedados en nuestras ciudades y es tiempo de planear estos territorios para esta inmigración descontrolada. Si Barcelona en 1990, hubiera sabido que hoy recibiría más de 50 millones de turistas al año y tendría casi el 50% de habitantes no nacidos en Cataluña, ¿hubiera hecho los Olímpicos?, no estoy seguro de la respuesta si se la preguntáramos a un catalán, de lo que sí estoy seguro es que los paisas siempre diríamos que SÍ, porque no nos imaginamos a Medellín hoy sin toda la infraestructura que tenemos y nos gusta que vengan a conocer lo que hemos hecho y nos gusta escuchar nuevos acentos, pero la humillación a la que somos sometidos aún hoy, en todas partes a causa del narcotráfico, la estamos devolviendo en malos tratos, y no crecimos como ciudad para demostrarle nada a nadie, no es una venganza. Somos una raza que trabaja para proteger a su familia y que hacemos familia a los amigos. Construir #CiudadaníaAntesQueCiudad es hacer un pacto por el respeto y la acogida al que llega, para hacerlo parte y no para generar violencias y marginaciones innecesarias. Un pacto por la no humillación sería el más paisa de los comportamientos.
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