Entre ladrillos y tablones

Autor: Carlos Mauricio Jaramillo Galvis
8 noviembre de 2018 - 08:02 PM

Dieciocho años después de la génesis del siglo XXI, casonas y bibliotecas hacen parte del paisaje de nuestros recuerdos

 

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Poema de los dones

Jorge Luis Borges

 

La casa era como si se sumergiera dentro de la tierra. Para llegar a sus distintas habitaciones se descendía por una larga escalera y aparecía, de frente, una gran galería de habitaciones, unos grandes patios (mi memoria me dicta que eran tres), una inmensa sala con unos cuantos muebles, una cocina con ollas ahumadas, un par de baños y lo mejor, una habitación que albergaba una biblioteca armada con ladrillos como columnas y tablones como entrepaños. 

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Ese pequeño paraíso albergaba gran diversidad de libros a los que tuve acceso desde corta edad.  Entre los entrepaños me encontré con obras extraordinarias como El día señalado del maestro Manuel Mejía Vallejo a quien conocí saboreándose un ron añejo y lanzando bocanadas de humo de un cigarrillo pielroja; la cursilería paisa hecha obra literaria de la mano de mi tío Darío Ruiz Gómez y que bautizó como Para que no se olvide su nombre; y si de poesía se trataba, aparecía el fantasma de Darío Jaramillo Agudelo con sus Poemas de amor.  En resumidas cuentas, esos ladrillos y esos entrepaños terminaron por robarme cientos de horas desempolvando sus libros y fundir en mí una pasión desbordada por las letras, por la lectura.

Hoy, dieciocho años después de la génesis del siglo XXI, casonas y bibliotecas hacen parte del paisaje de nuestros recuerdos.  La avanzada inmisericorde  de urbanizaciones, conjuntos residenciales y similares han legado a las nuevas generaciones diminutos habitáculos sin posibilidad alguna de contar con un espacio privilegiado donde contemplar a Cortázar, Borges, Tolstoi, Cervantes, Joyce, Verne y muchos otros que hicieron parte de mis ladrillos y tablones.  Los fantasmas de los ilustres García Márquez, Mutis, Llosa,  Shakespeare, Dickens y de otros tantos, ya no deambulan por pasillos y cuartos entre las manos de ávidos lectores de los diminutos apartamentos, porque así lo decidieron los constructores del siglo de la ignorancia.

La forma como se ha desarrollado en los últimos años la ciudad es sinónimo de la ausencia de un alto contenido cultural y, otros fantasmas menos amigables ahora deambulan por sus calles: mendigos, drogadictos, alcohólicos, raponeros y prostitutas han pasado a ocupar los espacios que en otrora lo hacíamos los ciudadanos de a pie, buscando en las bibliotecas espacios sublimes para sumergirnos en el mejor de sus mundos.  Pero desaparecieron la Científica,  la Dante, la Nueva…y con ellas, mis buenos amigos  de los entrepaños y los ladrillos. Los urbanizadores, constructores y pésimos gobernantes los desplazaron para siempre.

Hoy, reproduzco lo que me contó otro inquilino de mi vieja biblioteca, Pierre Félix Bourdieu en su extraordinaria obra La distinción: los hijos de padres con fuertes y superiores “capitales” escolares y culturales como producto de la constante lectura, reproducen mejores informes académicos, generan trayectorias biográficas y profesionales más sólidas y exitosas, adquieren entornos sociales con mayor riqueza cultural, desarrollan capacidades cognitivas que influyen de manera indeleble en su vida y los catapulta a un mundo con menos necesidades materiales pero contemplan con mayor avidez el arte pictórico, la música, el paisaje…

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Por Junín, la avenida Primero de Mayo, el pasaje La Candelaria ya no hay espacio para los lectores ni para un sorbo de café con Octavio Paz y su Laberinto de la Soledad entre mis manos. Borges y sus secuaces tomaron sus viejas máquinas de escribir, sus tinteros, sus plumas y las resmas de papel, y se marcharon lo más lejos posible para no escuchar más el grito ensordecedor de los urbanistas, que los echaron de las librerías por no cumplir con sus propios planes de ordenamiento territorial.

 

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