A nadie le importa el incremento en las estadísticas de enfermedades pulmonares (22.922 personas fallecidas en Medellín por enfermedad respiratoria aguda 2011 a 2016, según Secretaría de Salud) exacerbadas por la polución
De nuevo Medellín sobrepasó los topes tolerables de polución durante tres días de la semana anterior, no vimos el sol directamente en la ciudad “de la eterna primavera”. No importó que la mayoría de las estaciones de monitoreo alcanzaran la alerta naranja, cuando deberían declararse las medidas de mitigación, porque dentro de la “economía de mercado” garantizar la salud de la población no es determinante; todo se vale cuando lo que se quiere es tener felices a los comerciantes y a los grandes capitales. Hay en el mundo ejemplos para las dos alternativas y nuestro alcalde, un viajero empedernido, habrá disfrutado las bondades de ciudades donde las administraciones se comportan de manera responsable con la población; pero también conocerá casos críticos de urbes envueltas en humo gris, como el que a menudo caracteriza a Medellín. En un cabeza a cabeza nos disputamos con Bogotá el podio de la ciudad más contaminada del país; de más está decir que ninguno de los dos alcaldes está interesado en contrariar a su comité de aplausos.
¿Cuáles son esas actuaciones que contribuyen, en Medellín, al aumento de la situación crítica en materia ambiental? Se habla de fuentes móviles como las principales causas: en orden de peso específico se sitúan como los más contaminantes los camiones, volquetas y tractomulas que circulan por toda la ciudad, a menudo ignorando la reglamentación que rige. Sus exostos son chimeneas que a ras de piso o en lo alto de las carrocerías expulsan humaredas que enceguecen y ahogan a su paso; circulan con libertad por todas las vías de la ciudad, incluyendo zonas residenciales y hospitalarias; pero claro, estos transportes pertenecen a grandes emporios de construcción, minería, exportadores, hidrocarburos y gran industria. Sigue en el escalafón el transporte público masivo (buses, busetas, microbuses) que requiere no solo de un programa de recambio a modelos modernos menos contaminantes, sino de un estricto cumplimiento de las normas de certificación de gases. En este caso los propietarios de las empresas ponen sus condiciones, llegando en ocasiones a paralizar grandes sectores de la ciudad para lograr sus variadas prebendas.
También se culpa a las motocicletas de que su huella de polución es muy alta en relación al servicio que prestan de uno o máximo dos pasajeros. Vale señalar que estos vehículos se utilizan por muchos de sus conductores de manera indolente, sin la más mínima observancia de las normas de tránsito, poniendo en peligro su vida y la de los demás a su alrededor; en algunos casos les retiran los silenciadores contribuyendo a la contaminación por ruido; de modo que han perdido, ellos, la magnitud de su desidia y el resto de la ciudadanía, el respeto hacia ellos. En el crecimiento del parque de motocicletas (son el 59% de vehículos) sí que son importantes los fabricantes y los proveedores finales (comerciantes) que promueven las ventas de manera muy creativa –que merece un artículo aparte- llegando a constituirse en un determinante del estilo de movilidad de la ciudad, que sin duda podemos calificar como caótico.
Y están los automóviles particulares, que, de ser una alternativa familiar de transporte, se han convertido en una carga para el medio ambiente al reemplazar lo que en ciudades más desarrolladas y de mayor nivel de civismo se obvia con el sistema multimodal: metro, tranvía, trenes de cercanías y autobuses, reglados con itinerarios, capacidad e intermitencia adecuados para garantizar eficiencia en el servicio. Podríamos decir que Medellín ha avanzado en este terreno, pero estamos lejos de ser eficaces porque de nuevo se privilegia el rendimiento económico, al supeditar los tiempos de servicio al cálculo del cupo completo, convirtiendo el uso del transporte público en un ejercicio de paciencia (por tiempos y demoras) y valentía (dificultad de acceso y peligros por hacinamiento); además, hechas las cuentas, es más barato viajar en su propia moto o carro.
No nos engañemos, al Metroplús, Metro, Cable y Tranvía los han programado para que siempre vayan atestados, lo cual aleja a un amplio sector de la población de escoger el transporte masivo, prefiriendo meterse en su automóvil o subirse a la moto a sabiendas de que se contribuye a la congestión. El pico y placa de la manera en que se implementa, ya perdió vigencia, no es relevante el alivio en movilidad que debiera producir y es pírrico el resultado en lo que a la merma de polución se refiere. La administración le teme a los empresarios y comerciantes que se quejan de que en los pico y placa ambiental, sus ventas rebajan; a nadie le importa el incremento en las estadísticas de enfermedades pulmonares (22.922 personas fallecidas en Medellín por enfermedad respiratoria aguda 2011 a 2016, según Secretaría de Salud) exacerbadas por la polución en la ciudad. La obtención de una mejor calidad del aire es una deuda con la ciudad y no conocemos qué proponen los candidatos sobre esta crisis recurrente.