Se puede comparar a los juristas colombianos con expertos relojeros (con el perdón de los relojeros).
Quien rompe las reglas en otros lugares del mundo es visto como un marginal, como un ser atípico. Aquí, el atípico es el ciudadano cabal que se rige por las normas tanto del derecho como de la moral. El justo es el hombre incómodo. A los colombianos nos cuesta seguir instrucciones, presentamos generalmente una disociación entre el ser y el deber ser. Se nos dificulta decidir y nos mantenemos en un estado de incertidumbre constante, pues, la impunidad, el desprestigio de las instituciones y la corrupción son los fenómenos más cotidianos. Por lo general destrozamos la indecisión con el incumplimiento de la ley, es decir, pasamos de la duda a la trasgresión, o de la pasividad a la violencia, cerrando así el circulo vicioso.
¿Pero cuál es el papel de los abogados (y constructores de leyes y productores de justicia) en todo esto?
Para comprender mejor la situación se puede comparar a los juristas colombianos con expertos relojeros (con el perdón de los relojeros), que desarman y arman la maquinaria con extrema habilidad y pulcritud, que están en sintonía con todas las vanguardias del mundo en cuanto a sincronía digital, y reparación de instrumentos de cuerda. Importan piñones de oro y plata de las mejores fábricas del mundo, e incluso son capaces de escribir tratados enciclopédicos sobre el uso eficiente de las baterías y de los segunderos. Pero no son capaces de darnos la hora.
Especialidad y dogma son sus reglas. Cada vez más técnicos, cada vez más precisos. Siguiendo fielmente el dictado de los grandes relojes. ¡Cuidado con retrasarnos un segundo! ¡atentos a la salida del cucú! Se sabe que mueven interminablemente sus mágicos instrumentos y que son hábiles en su técnica, nadie lo niega. Pero tanta cercanía con las partes separadas, lleva al desconocimiento del todo, y el todo es más que la suma de las partes -para darle un toque aristotélico a la cuestión-.
Tenemos tantos relojes en distintas horas, o simplemente quietos, porque no se sabe qué contar; a veces parece que los del gremio están tan engolosinados con los engranajes, que olvidan que su función es fijar la hora para encausar los obreros a la construcción, y a los oficinistas al despacho. Dejaron de ser un medio para convertirse en una cosa en sí misma. Su fetichismo del piñón, tiene a muchos paralizados, incluso los relojeros más importantes del país parecen estar dando su propio tiempo, a espalda de los demás. Pero quizá olvidan que, también ellos, tienen compromisos con el tiempo y con su país, o con el país del tiempo.
Este desconcierto favorece a los relojeros más testarudos que imponen las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde, o el medio día a las diez de la noche. Sin importar que la luna redonda y fija tenga otra versión del asunto. Relojeros que imponen su hora, y luego, con toda certeza lo aseguran mostrando su propio instrumento de pulsera. Expertos que olvidan que, aunque el pueblo no tenga reloj, sabe mirar al cielo, contar con los dedos y diferenciar el amanecer del atardecer.