En Colombia se está presentando un fenómeno que presagia lo peor. No nos engañemos. Avanzamos sin rumbo
La sabiduría popular se expresa de mil maneras: refranes, chistes, dichos, agudezas, cachos, epigramas, charadas, exageraciones, juegos de palabras, coplas, estribillos, colmos, adivinanzas, que son como la salsa de la conversación. Ese acervo se va adquiriendo desde la infancia, por el contacto con los abuelos, las tías, y los viejos del pueblo, y continúa a lo largo de la vida…
Por lo tanto el extranjero, así llegue a hablar muy bien otro idioma, tardará años en medio-entender un chiste o en gozar de un retruécano.
A veces pienso que en las nuevas generaciones elitistas abundan quienes no entienden el país. Experimento esa sensación especialmente cuando me cruzo con petimetres que del colegio bilingüe han pasado a la universidad en otro país, antes de regresar a iniciar su vida laboral en una superintendencia o en un vice ministerio, con aura tecnocrática pero absoluto desconocimiento de la realidad circundante.
Además, en Colombia se está presentando un fenómeno que presagia lo peor. No nos engañemos. Avanzamos sin rumbo, sin querer definir una serie de asuntos vitales, como los siguientes:
· Tenemos una Constitución confusa, caótica, incoherente, mal redactada, etc., que, sin embargo, al fin y al cabo se inscribe dentro de los principios de la democracia representativa, de la tridivisión de los poderes, de los derechos humanos y la libertad económica…, pero supeditada, para su cumplimiento, a un pacto mucho más confuso, caótico y mal redactado (aprobado contra todos los preceptos de la Constitución), pero perfectamente dispuesto para asegurar el predominio de quienes abominan de la democracia y el derecho.
· El sistema judicial, que se presume independiente, imparcial y apolítico, ha caído en manos de magistrados y jueces al servicio de una ideología contraria a esos principios, hasta convertirse en un instrumento al servicio de la subversión.
· Una extraña jurisdicción, superior a las demás, la JEP, obedece a una estructura estalinista, pero está injertada en un tronco nominalmente respetuoso de los principios generales del derecho.
· Las grandes transformaciones legales ya no se tramitan a través del Congreso, popularmente elegido, sino que se determinan, en contravía del sentir nacional, por un conciliábulo de nueve individuos que han usurpado la potestad legislativa.
· La inmensa mayoría es cristiana —formada por católicos y evangélicos—, pero la educación infantil se imparte bajo las premisas de la ideología de género.
· La superación de la miseria, del desempleo y la informalidad, exige una política económica liberal y desarrollista, como la predicada por todos los gobiernos, pero todos ellos apelan luego a una tributación asfixiante, que inhibe el emprendimiento y el despegue económico.
· En vez de crear una gigantesca oferta exportadora, dependemos de una declinante industria petrolera y de la más pujante y creciente agro-narco industria.
· En un mundo en el que la prosperidad viene como efecto del progreso científico y tecnológico, la universidad colombiana se mantiene como reducto para la indoctrinación marxista.
En resumen, se tolera el desgobierno y se reprime el orden.
Hay que fijarse un norte y mantener el derrotero. Por tanto, Colombia debe escoger entre falda o pantalón, para poder realizar cambios positivos, asegurar el bienestar de los ciudadanos y desarrollar su inmenso potencial.
En cambio, si seguimos dentro de un bata-calzón promiscuo, tratando siempre de conciliar extremos diametralmente opuestos, que solo conducen a la mediocridad política y al desorden social e intelectual, se mantendrá el atraso, que puede desembocar en el triunfo electoral de los peores, esos sí capaces de imponer su agenda liberticida e improductiva.
***
Petro organiza los disturbios, pero luego, en Twitter, “acusa al gobierno de pagar vándalos para infiltrar y sabotear marchas estudiantiles” (el ladrón juzga por su condición).