Tenemos un ejemplo muy diciente y es el silencio inmutable del partido Verde (que, como su nombre lo indica, es el guardián del medio ambiente) frente al daño ecológico y la contaminación de los ríos que ocasiona el Eln con su maniática e incorregible voladura del oleoducto.
Acaso no haya en la vida pecado más feo que el fariseísmo, tal como nos lo describe la leyenda bíblica, que, presumimos, fue la primera que aludió a él como algo integrado a la existencia humana, consubstancial al hombre casi desde su origen, pero ya integrado al grupo, horda o tribu, o a cualquiera otra forma de asociación. El fariseísmo fue un recurso para sobrevivir en un medio, primitivo o civilizado, en que, atenido a la ley de la selva, el hombre era un lobo para su prójimo, según lo afirmaron después los primeros filósofos modernos, los racionalistas.
Empero, siendo el fariseísmo la más acabada expresión del engaño, aquella en que éste logra su perfección, siempre ofenderá, porque disfraza el pecado de virtud, abusa de la simulación, al rencor lo viste de amor y a la maldad de bondad. Tan detestable es que a quienes entregaron a Jesús conminando al gobernador romano a que cometiera el peor crimen que recuerda la historia (o la leyenda, que es la versión primigenia de aquella) crucificándolo en medio de un martirio indecible, se les conoce como “los fariseos”, encarnación misma de la hipocresía, o lo que aquí llamamos “doble moral”.
Dicho ejercicio en la política está muy extendido, básicamente entre los aduladores que la practican no simplemente para complacer al agraciado. La ejercitan también los arribistas de todo tipo, que no se detienen ante nada, miden bien sus gestos y sus pasos, y no vacilan en sacrificar hasta lo más sagrado en su afán de trepar la escalera del éxito, tal como ellos lo conciben.
El caso más ostensible de fariseísmo que en tiempos recientes registra la humanidad se dio frente a los soviéticos, entre los años treinta y sesenta. Por su tamaño y duración no tiene par, pues abarcó el planeta entero prolongándose por 4 décadas. Lo protagonizó la izquierda de todo el mundo (desde los partidos comunistas marcando la pauta, hasta los socialistas de todos los pelambres, incluidos los más moderados). Lo protagonizó esa izquierda con su silencio cobarde frente a Stalin y su satrapía, que en punto a salvajadas nada tenía que envidiarle a la Alemania nazi ni en Rusia ni en los países ocupados por ella, incluida parte de la misma Alemania, donde, ¡vaya casualidad! el propio Putin de ahora ejercía como agente de la siniestra N.K.V.D., que era la Gestapo rusa.
El episodio más cercano de fariseísmo en esa época obscura ocurrió en México, cuando la izquierda universal calló frente al abominable asesinato, tramado en Moscú, de Trotsky, cuyo brillo y prestigio atormentaban a Stalin, a quien, repitámoslo, se le perdonaban los peores desmanes, incluida la eliminación sistemática de sus rivales, los disidentes o “desviados” (sobre todo si eran judíos, a quienes abominaba tanto como Hitler) , mediante las consabidas purgas periódicas, o el exterminio de pueblos enteros como el ucraniano, que mató de hambre. Siberia, por lo demás, era la prisión helada de la que todo el mundo sabía, menos los intelectuales de izquierda como Sartre y doña Simona, paladines de la libertad y el derecho, que sin falta censuraban las dictaduras de derecha mientras enmudecían frente a las tropelías sin cuento del georgiano.
Cito los ejemplos de atrás pues ellos explican mejor una malformación que ha invadido la acción política y ha pervertido, recortándolo, el ejercicio de la crítica entre los comentaristas y analistas de oficio. Y en lo que llamamos “la academia” en nuestro medio, queriendo tal vez nosotros imitar a la Grecia antigua y a la Europa actual, pese a la enorme distancia que de ambas nos separa en cuanto al alcance y el rigor que allá y aquí ofrece esa academia.
Fariseísmo, en suma, es la mirada sesgada, incompleta y parcial que se le aplica al comportamiento ajeno. En Colombia tenemos un ejemplo muy diciente y es el silencio inmutable del partido Verde (que, como su nombre lo indica, es el guardián del medio ambiente) frente al daño ecológico y la contaminación de los ríos que ocasiona el Eln con su maniática e incorregible voladura del oleoducto. Ya veremos cuánto le va a costar, en términos de apoyo ciudadano, ese largo mutismo a doña Claudia López, siempre tan cumplida y desvelada.