“Asistimos a la perversión de un mecanismo que debe servir para impulsar reales movimientos ciudadanos que no tengan representatividad política”.
Un fenómeno particular está ocurriendo de cara a las elecciones del próximo año. Ahora resulta que todos los precandidatos a la Presidencia de Colombia quieren pasar por independientes. Cada uno de ellos, de un listado que supera los 28 postulados –de los cuales, al menos 17 son francamente desconocidos–, decidió lanzarse a hacer campaña anticipada recogiendo firmas por todo el país.
Algunos de ellos quieren, desde hace años, consolidar movimientos políticos significativos, como es el caso de Sergio Fajardo, Piedad Córdoba o Gustavo Petro. Otros, como Martha Lucía Ramírez y Alejandro Ordoñez; Juan Carlos Pinzón y Jairo Clopatofsky, renunciaron a sus partidos políticos –Conservador y Partido de la U, respectivamente– para lanzarse a la carrera presidencial sin necesidad de desgastarse en disputas partidistas internas. Humberto de la Calle, el arquitecto del acuerdo de paz con las Farc, casi hace parte de este último grupo, aunque él no haya renunciado al liberalismo y, hasta ahora, solo protesta por lo que considera como un “acto suicida” de la colectividad roja: una consulta en marzo. Finalmente, para Clara López, es su única opción de presentarse, luego de que abandonara el Polo Democrático.
Hasta el exvicepresidente Germán Vargas Lleras, fundador y líder natural de Cambio Radical, decidió inscribir un comité para sacar adelante su candidatura por firmas, aunque no lo necesite realmente, pues como dijo el pasado mes de junio el director de turno de su partido, Jorge Enrique Vélez, Vargas Lleras ya tiene listo el aval de esa colectividad.
Para unos, la estrategia es clara: ¿cómo no aprovechar ese ‘papayazo’ de la democracia para empezar campaña con algunos meses de antelación y, de paso, posar de independiente y probo?; para otros, la cuestión está más relacionada con los partidos: ¿para qué desgastarse discusiones internas en unos partidos políticos que, además, son sinónimo de corrupción, clientelismo o desconexión con la realidad del país, según el común de los colombianos?; y para otros más, es su única carta para participar de la contienda.
Ahora bien, ¿hay tanto fervor popular y ciudadano respecto a estos políticos como para respaldar seriamente sus candidaturas al primer cargo de la nación?, ¿de dónde salen los dineros para organizar la logística de la recolección de firmas de algunos de estos candidatos a la Presidencia?, y ¿qué pasará con los partidos políticos como símbolos de la democracia representativa?
Asistimos a la perversión de un mecanismo que debe servir para impulsar reales movimientos ciudadanos que no tengan representatividad política. Somos testigos de la falta de seriedad de los partidos políticos, especialmente los tradicionales, quienes están más preocupados en armar sus listas al Congreso, para asegurar una tajada de poder, que en proponer soluciones serias a un país que las necesita. Estamos, finalmente, ante un panorama que solo alimenta el descrédito de la actividad política y, paradójicamente, desincentiva la participación democrática real, justo en un momento crucial en el que se hace fundamental la movilización ciudadana.
¿Estará la ciudadanía agotada para antes de marzo de 2018? Esperemos que no sea así, porque hay mucho en juego…
Nota de cierre: ¿hasta cuándo Viviane Morales seguirá en el Partido Liberal?