Fortaleza para el peregrinaje desde el miedo a la esperanza

Autor: Lucila González de Chaves
29 marzo de 2020 - 02:10 AM

Muy “cerca de mi ocaso”, miro un montón de papeles escritos en años ya lejanos: presencias, cercanía, valores, enamoramientos

Medellín

¡Qué lucha por dominar el miedo! ¿Se va alejando la esperanza? ¡El peligro sigue su marcha! Las imágenes de nuestra casa ya no son capaces de acompañarnos; se agotó el placer de contemplarlas; se volvieron grises los recuerdos amados. Solo la luz que arde delante de un Cristo, de doscientos años, el de mi abuela, invita a mantener la fortaleza.

Muy “cerca de mi ocaso”, miro un montón de papeles escritos en años ya lejanos: presencias, cercanía, valores, enamoramientos…. Siento la necesidad de usted, amigo lector, para que en este presente que a todos nos atormenta, me acompañe a leer estos ya viejos textos:

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1. “No es que hayan muerto, se fueron antes”

No alcanzo a consolarme con las palabras del poeta mexicano, Amado Nervo.

“No es que hayan muerto…” ¿No es muerte el irse a la eternidad en busca del Supremo Bien? ¿No es muerte permanecer en el lecho mortuorio, ajeno a las inmensas tristezas de los suyos? ¿No es muerte la ausencia del alma, y lo extraño de aquellos ojos de donde desparecieron el amor y la ternura?

“No es que hayan muerto…”. ¿Cómo explicarnos su larga y eterna ausencia? ¿Cómo entender su indiferencia frente a nuestra inmensa soledad? ¿Cómo, si no han muerto, no regresan a consolarnos y permanecen silenciosos ante nuestra desconsolada espera?

“… se fueron antes”. Y, para ir a donde ellos van, ¿no es necesario morir?... ¿No es muerte abandonar misteriosamente la vida?

“…se fueron antes”. Al irse nos dejaron tristes; desgarrada el alma; sangrante el corazón.

Tardes llenas de paz; noches claras y tibias, ¡muchas veces habéis visto fugarse el alma de nuestros seres amados! Ahora, nos sobrecogemos, porque creemos que escondéis a “la señora muerte que se va llevando….” a los seres amados, que con la claridad de su inteligencia y nobleza de sentimientos nos dieron ejemplo de fe, de amor, de dignidad….

“…se fueron antes”. Los que sufrimos tu ausencia, sabemos que tú, abuelo, viajero misterioso, no regresarás jamás; pero, entendemos bien que un día habremos de seguirte…. ¿Cuándo? Quizás tan pronto, que tú no hayas descansado lo suficiente del viaje. Tal vez tan tarde, que ya el tiempo haya borrado tus huellas…

Un día haremos el mismo recorrido para alcanzar la Patria Celestial, en donde tú, abuelo muy amado, estarás esperándonos para confortarnos del largo peregrinar ¡Adiós, abuelo!

Titiribí, marzo de 1950 - Lucila González Restrepo

2. Esta tarde….

Esta tarde de marzo, (1980), ha venido a saludarme un escritor. Llegó con un su amigo poeta, de nacionalidad ecuatoriana. Me habló de su trabajo de escritor, de su tierra, de sus ancestros… y, ¡oh sorpresa!, de alguien con quien en mi juventud compartí varias tardes literarias y poéticas: ¡Miguel Ángel Albornoz! Te estoy evocando porque tu pariente Arturo me habló de ti con admiración y nostalgia; hace poco has muerto en Quito; el gobierno te rindió honores porque llegaste a ser un buen profesional y un miembro sobresaliente de la Academia Ecuatoriana de Historia…

Empiezas, Miguel Ángel, con estas noticias, a tener presencia en mi recuerdo, cuando una tarde, en una conferencia, alguien nos presentó, y me dijiste que habías venido desde Quito a hacer tu especialización en historia y política. Me gustó tu hermoso talante físico y tus palabras delatadoras de tu mundo interior. Esa primera conversación fue el comienzo de una bella amistad.

Lo adiviné más tarde…, te habías enamorado de mí, pero jamás encontraste la palabra precisa para decirlo, solo te delataba tu larga y profunda mirada; era el año 1949, tiempos de romance y de guerrillas; ¡era una alegría conversar contigo! Mis 22 años florecían al escuchar tus palabras de poeta.

Una tarde, en el Astor, me regalaste el valioso libro Historia de la literatura ecuatoriana, que aún conservo. Tu prolongado silencio era impactante; tu tristeza, contagiosa. En la servilleta que envolvía mi humeante tasita de café, silenciosamente, te escribí: “tú estás triste, y yo sé por qué…”.

Fue grande tu confusión; preferiste hablarme de un libro que acababas de comprar, y hundiste tus ojos en él. Un momento difícil por lo silencioso y, sin embargo, yo escuchaba el discurso de tu corazón…

Llegó el tiempo en que debías regresar a tu tierra, y desde allá seguías escribiéndome. Nunca olvidaste mi frase de la servilleta…

Fue en diciembre cuando llegó una muy especial carta: hacías el recuento de tus días en Medellín en mi compañía, de nuestras idas a conciertos, a museos, a las librerías… En esa extensa carta expresaste todo cuanto pensabas y sentías, y toda esa declaración terminaba en una proposición de matrimonio.

Me tomó por sorpresa; tuve miedo y desazón; no tenía ni valor ni vocación ni alegría ni madurez para hablar de ese asunto matrimonial. Cobardemente, te escribí diciéndote que me iba para la finca de mis abuelos, muy distante de Medellín, que al regreso te escribiría… Lo que nunca sucedió.

Escribo este texto en memoria de la persona más gentil, inteligente y tímida que he conocido, tú, Miguel Ángel Albornoz, exitoso historiador ecuatoriano.

Medellín, abril de 1980

3. El gran maestro

No hay que olvidar lo que en la historia de la música colombiana representa el maestro Carlos Vieco Ortiz (1904 – 1979).

Mi generación y las demás que pasaron por el Instituto Central Femenino (CEFA) lo vimos, siempre, con un envidiable vigor espiritual, con igual fidelidad a sus principios éticos y estéticos. Damos testimonio de su amor por la música y de su sapiencia para enseñárnosla.

La síntesis de su vida son sus bellas melodías.

Un pasillo que lleva por título “Echen p’ al morro” fue su primicia ofrecida a un público que lo aplaudió, dado que su autor no tenía aún veinte años. Sus composiciones pasan de tres mil: pasillos, bambucos, valses: Invierno y primavera, Triste y lejano, Hacia el Calvario, Plegaria, Tierra labrantía, Cultivando rosas, etc., todas ellas con letras de grandes poetas como León Zafir, Bernardo Mejía Palacio, e interpretadas por figuras destacadas del canto como Alfonso Ortiz Tirado, Margarita Cueto…

Fue el autor del himno del Instituto Central Femenino (hoy, CEFA) en el año 1946, sobre texto poético del canónigo Bernardo Jaramillo. El himno fue cantado por primera vez, por todas las alumnas del Instituto Central Femenino, con motivo de las célebres “fiestas del Colegio” (septiembre de 1946), y en homenaje a su fundador el joven profesional Joaquín Vallejo Arbeláez. Tuvimos el privilegio de aprender a cantar el himno bajo la dirección de su compositor.

Carlos Vieco fue condecorado con la Cruz de Boyacá, y la Estrella de Antioquia: dos en plata y una en oro. Recibió la Medalla al Mérito de Colcultura y el Premio “Germán Saldarriaga del Valle”, creado en Antioquia.

En memoria del maestro más sencillo, humilde, comprometido e iluminado que yo haya conocido y cuya muerte nos duele.

Medellín, 1979.

 4.”Un personaje de leyenda”

Así lo ha llamado el ilustre abogado titiribiseño Rodrigo Flórez Ruiz, y agrega que en el libro Poemas, producción literaria de José Manuel Vélez Trujillo, alias “Puntudo”, encontramos al poeta romántico, al existencialista, al costumbrista.

 Este verso de “Puntudo” nos explica la idiosincrasia de Titiribí:

Mi pueblo vive de anhelos,

De glorias y alegrías,

Músicas y poesías,

Crónicas de torería

Y lances de amor y celos;

……………………

El músico, poeta y cronista Octavio Quintero Villa, gran valor de Titiribí, prologó el libro Poemas, y define su mejor soneto, “Como vine me voy”, diciendo que es “un verdadero reflejo de su vida bohemia, resumida en catorce versos llenos de realidad y sentimentalismo”:

 

Como vine me iré, no llevo nada

En mi raída alforja de viajero;

Ni la caricia de un amor sincero,

Ni una ilusión, ni una esperanza, nada.

 

Pero sé que al final de la jornada,

Al terminar el árido sendero,

Hallaré a mi cansancio de viajero,

El reposo apacible de la nada.

 

Como vine me voy; la vida es eso:

Un viaje con pasaje de regreso

Hacia una estación desconocida.

Como vine me voy, ensueño loco;

Viví un instante, me amañé muy poco,

No gocé nada y se acabó la vida.

Este texto es un admirado recordatorio del poeta caótico pero hombre sencillo y caballeroso, escrito 1985.

 

Lea también: Disciplina en el ser y en el hacer, eh ahí el logro

5. Un personaje típico

En Titiribí, lo fue Jesús María Velásquez, alias “Champaña”.

La imagen de él se graba en el recuerdo, entre mis once y trece años de edad: Andaba a zancadas y, a veces, con levedad, metido en su mundo interior; de ahí que diera la impresión de estar lejos de la realidad.

Habitado por la poesía, amaba con ardor la literatura y tenía una pasión: la lectura. Era un gran conversador de memoria prodigiosa. Sin preámbulos, y en forma repentina, empezaba a declamar textos de autores: Valencia, Silva, Barba Jacob, Rubén Darío etc., o de oradores, porque amaba la oratoria. Su misma voz y sus ademanes eran de carácter oratorio.

Pasaron los años. Mi vida profesional y de familia fue desarrollándose en Medellín. Por ese motivo, ignoro si su carácter cambió en sus últimos años. En mis visitas a Titiribí, de manera fugaz, pude verlo ya setentón y me pareció que su exclusivo talante seguía siendo igual.

Tuvo la desbordante manía de ser coleccionista; amaba con pasión su cuartito en el parque municipal, el que había convertido en museo; era un celoso guardián de sus tesoros

En memoria del declamador que escuché en mi primera infancia, escribo este corto texto. - Medellín, abril de 1985.

 

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Comentarios:

Edgar
Edgar
2020-03-29 10:02:36
Preciosa la colección de memorias que nos trae hoy Doña Lucila.

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