La Comisión de la Verdad del jesuita Francisco de Roux trabaja pues para alcanzar un objetivo ambicioso: disciplinar la memoria de los colombianos sobre lo que fue y sigue siendo, no un “conflicto”, sino la más vasta, durable y multiforme ofensiva del comunismo contra la democracia
Deploro no estar en Colombia y no poder asistir personalmente al “encuentro de columnistas de EL MUNDO” con el sacerdote Francisco de Roux. Este propuso reunirse con los columnistas de EL MUNDO, de Medellín, y con otros periodistas y otros comisionados, en la última semana de agosto.
Parece que el diálogo será sobre el trabajo que está haciendo la Comisión de la Verdad. Para conversar sobre eso los invitados deberían conocer unos puntos mínimos. Yo no tengo la menor idea de qué ésta haciendo esa comisión pues su trabajo, me parece, es hecho al abrigo de las miradas indiscretas de la prensa. ¿Los periodistas que irán a esa reunión están más enterados? Probablemente.
Si yo hubiera podido participar en ese encuentro habría intervenido, quizás, no con una pregunta sobre ese aspecto técnico (que ésta haciendo la Comisión de la Verdad) sino más o menos con una consideración de este orden: ¿cómo él, Francisco de Roux, puede seguir creyendo que puede existir un objeto que se llama “comisión de la verdad”? ¿Cómo puede él creer que una “comisión” que veta toda contradicción y trabaja en círculo cerrado puede ser un instrumento para alcanzar la verdad? Esa es, en mi opinión, una pretensión extravagante.
La “comisión de la verdad” fue concebida por los negociadores del pacto de La Habana. La crearon para anunciar que su propósito es imponerle a la sociedad la versión que las Farc siempre han tenido de su acción criminal contra Colombia. Peor: para imponer la creencia de que había una “necesidad histórica” para desplegar tal agresión obstinada contra un país.
El otro objetivo de esa comisión es anunciar, de manera subliminal, que en un gobierno futuro, de transición al socialismo, integrado por los artífices y defensores del pacto Santos/Farc, habrá un Ministerio de la Verdad (acerca del llamado “conflicto”). La Comisión de la Verdad abrirá, pues, el camino para la creación del Ministerio de la Verdad.
Sería bueno saber si ya, a la entrada del edificio donde opera la Comisión de la Verdad, han colocado un letrero que dice: “La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza”. Esas consignas, que muestran cómo el comunismo ve el problema filosófico de la verdad, habían sido gravadas sobre la fachada blanca del ministerio de la Verdad, en la novela de George Orwell, 1984.
¿Por qué no seguir ese ejemplo en Bogotá?
Lo de la Comisión de la Verdad nos pone, también, al frente de otra vieja impostura bolchevique. La de que la verdad de lo que ha ocurrido es cambiable, mutable, alterable. Y que ese cambio del pasado, es decir de la verdad, es, sobre todo, necesario. Pues quien controla el pasado, controla el presente y el futuro. “Controlar el pasado depende sobre todo de disciplinar la memoria”, advertía Orwell. Antes de precisar: “Como el partido [totalitario] controla completamente los documentos y el espíritu de sus miembros, llega a hacer que el pasado sea el que el partido quiere que sea”.
En la novela de Orwell, la falsificación del pasado, ejecutada por el ministerio de la Verdad, es necesaria para estabilizar el régimen, pues la represión y el espionaje, realizados por el ministerio del Amor, no bastan.
La verdad es, pues, una cuestión de trabajo en comisión, nos dicen, pues la verdad aparece gracias a los artificios del pensamiento “colectivo”.
La prueba de que la verdad puede emanar de un “colectivo” y no del trabajo de cientos y miles de personas que trabajan individualmente y en total libertad intelectual y física durante largos periodos, fue dada por Stalin. El dictador soviético decidió en 1938 que una comisión debía trabajar en secreto para producir, en unas semanas, la verdad sobre el pasado y el presente del partido bolchevique y convertir todo eso en manual de historia (el único admitido). Lo que produjo esa comisión de sabios bajo matraca fue una narración amañada destinada a “desplegar una incansable propaganda del leninismo en las filas del partido”. Esa fue la tristemente famosa “Historia del partido comunista (bolchevique) de la U.R.S.S.”, impresa y distribuida en 1939 por orden de Moscú a todos los partidos comunistas del mundo en 40 o más lenguas diferentes. Esa obra llegó a Bogotá en español dos años después, directamente de Moscú, y fue recibida con respeto sacramental, en ceremonias discretas, no sólo por los dirigentes y cuadros del PCC, sino por los amigos, agentes y tontos útiles de ese aparato depredador.
La Comisión de la Verdad del jesuita Francisco de Roux trabaja pues para alcanzar un objetivo ambicioso: disciplinar la memoria de los colombianos sobre lo que fue y sigue siendo, no un “conflicto”, sino la más vasta, durable y multiforme ofensiva del comunismo contra la democracia de un país latinoamericano.
Ese esfuerzo por disciplinar la memoria se vio de nuevo en estos días. Francisco de Roux acudió al diario socialista madrileño El País para que estigmatice al Ejército de Colombia pues éste quiere reunir su propia documentación sobre las víctimas causadas por las Farc a las fuerzas militares y a la sociedad colombiana y compilar datos y estadísticas sobre las acciones sociales del Ejército a lo largo de cinco décadas de lucha por la defensa de las instituciones democráticas. ¿Qué horror, no?
Como esa recopilación de datos del Ejército es legítima e irreprochable, a Francisco de Roux le quedó la opción de descalificar de antemano esa información. Para el presidente de la Comisión de la Verdad, el Ejército de Colombia no puede ofrecer sino un “punto de vista”. En cambio, la Comisión de la Verdad le dirá al país la pura verdad, la verdad verdadera, o sea “la verdad apologética”, y la “verdad razonable”, para utilizar el lenguaje de Francisco de Roux. ¡Admirable!
El problema es que eso prueba que el objetivo de la Comisión de la Verdad es excluir a los otros de la producción de la verdad y domesticar/disciplinar la memoria de los colombianos. Pero algo así como una resistencia a tales apetitos se está levantando en todas partes.
Sobre eso habría tratado de discutir con Francisco de Roux en ese encuentro.