Con claridad sin dobleces, pero también con profundidad que exige meditar sus palabras, miró a quienes habían sido alejados y los incluyó como protagonistas de ese proceso difícil hacia la paz
En su intensa, celebrada y agradecida visita a Colombia, el Papa Francisco dio un primer y fundamental paso para que ciudadanos y creyentes emprendamos, si así lo queremos, el camino de la reconciliación.
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Ese paso y la apertura que con él hizo tocó a no creyentes o practicantes de otras religiones, interpelados con sus explicaciones profundas, comprensibles gracias a su sencillo lenguaje, sobre la reconciliación. Que en la perspectiva ética que él le dio, y que dio universalidad a su visita, compromete a las instituciones que han de respetar a los ciudadanos; a las víctimas que reclaman sus derechos y pueden ofrecer perdón, y a los que hicieron el daño, incluidos en la hermosa invocación a una oración sinfónica, con distintos matices, en las que “recemos juntos por el rescate de aquellos que estuvieron errados y no por su destrucción, por la justicia y no la venganza, por la reparación en la verdad y no el olvido”.
El Pontífice ha logrado tocar el corazón y la razón de los cristianos y católicos. Más que por tener disposición previa a la aceptación del mensaje pontifical o de ser destinatarios directos, lo logró al reconocer que “las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes”. Con el respeto a sus derechos los liberó de la angustia por la tensión entre el deber de perdonar y la insatisfacción por haber sido excluidos y discriminados, alejados.
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El Papa ha dado el primer paso en un camino difícil. Que exigirá reflexión y disposición. Él ha partido a Roma. Con su viaje inicia un silencio para que cada quien medite a la luz de las inquietudes despertadas, los anhelos particulares y la visión de bien común que clamó tener en el centro de las acciones personales. Si cada uno así lo quiere, de ese silencio surgirá su presencia permanente y se avivará la esperanza, que él promovió con tanto amor por el país y su gente, que alimenta la posibilidad de encontrarse, reconstruir y reconciliarse sobre la verdad, la justicia y la misericordia.