Shelley logra cambiar los papeles radicalmente: mientras ella escribe un libro -que en principio debe publicar anónimamente y después es injustamente atribuido a su esposo-, el hombre tiene la capacidad de “engendrar” a una criatura.
Por Daniela Agudelo Clavijo*
En los albores del siglo XIX aparece en Londres una novela que llega a revolucionar la historia de la literatura. El monstruo que fue creado por un hombre, en realidad vio la luz a través de la pluma de una mujer: Frankenstein o El moderno Prometeo es una novela escrita por la prolífica ensayista y dramaturga Mary Shelley a sus 18 años de edad, quien ha sido redescubierta a través del tiempo como una de las principales figuras del romanticismo por sus significativos logros literarios y por su importancia política como mujer y militante liberal. ?
Contracultural, no solo se abrió paso en un mundo literario dominado por hombres, sino que sus posiciones ideológicas eran impropias de una mujer de aquella época, pues eran muchos los prejuicios hacia las mujeres y escasas las oportunidades de desarrollo en ámbitos diferentes al del hogar y la maternidad. Esto cobra sentido al remitirnos a la historia de su madre, Mary Wollstonecraft, escritora y filósofa inglesa reconocida por su interés en los derechos de las mujeres y quien escribió La vindicación de los derechos de la mujer en donde describe abiertamente su preocupación sobre el desinterés de la sociedad en velar por el desarrollo intelectual de las mujeres. Ambas fueron la cara de una misma realidad: madre e hija fueron marginadas y vilipendiadas, pero no dejaron su lucha feminista a favor de la educación, el progreso y las buenas prácticas en la política.
Que Frankenstein sea el único arquetipo literario masculino creado por una mujer no deja de parecerme extraño. Shelley logra cambiar los papeles radicalmente: mientras ella escribe un libro -que en principio debe publicar anónimamente y después es injustamente atribuido a su esposo-, el hombre tiene la capacidad de “engendrar” a una criatura. Sin duda Frankenstein es un símbolo que representa el castigo a la arrogancia y soberbia de los hombres y una respuesta al mundo hostil en el que estaba inmersa. Además, la obra, cuya forma de narración confesional es la que tradicionalmente se atribuye a las mujeres, está a cargo de tres voces masculinas: Walton, Frankenstein y la criatura, mientras que la mujer, especialmente en su papel de madre, aparece como algo obsoleto. Lo que me resulta interesante de la historia es cómo el alumbramiento del hombre resulta en un Otro tan alienado y dependiente como la mujer, cuyo destino es también la marginación y que debe iniciarse en el conocimiento del mundo sin ayuda de nadie. ¡Alucinante! Si como decía Calvino, un clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir, Frankenstein ostenta hoy más que nunca ese estatuto excepcional. Leámoslo con atención.
*Estudiante de Filosofía, UDEA