Su actitud frente a la vida política y social siempre me hacía pensar en el lúcido escepticismo de Ulrich, el protagonista del Hombre sin atributos, la novela que Gonzalo amó.
La muerte es siempre triste, pero en estos días de confinamiento lo es mucho más. La muerte de un amigo es la oportunidad de encontrar otros amigos, de evocar y celebrar con ellos la vida del amigo que parte, de recordar los trozos de vida que con él compartimos. Es por eso que la muerte de Gonzalo es doblemente triste, porque el confinamiento, al impedirnos compartir el dolor que su muerte nos causa, nos impidió también recordar la alegría de lo con él vivido.
Gonzalo fue mi profesor de Desarrollo Económico, una materia que ha desaparecido de los programas de economía, donde fue reemplazada, creo, por Crecimiento Económico, que, aunque parecida, no es la misma cosa. Tampoco es la misma cosa la llamada Economía Institucional, que también se le parece.
A Gonzalo le debo el conocimiento de la obra de Arthur Lewis, Simon Kuznets y W.W. Rostow. En los años 60 y 70 del siglo XX esos eran los grandes tratadistas del desarrollo económico y sus libros se estudiaban en todas las buenas facultades de economía del mundo, incluida la de la Universidad de Antioquia. Gonzalo conocía muy bien a esos autores, especialmente a Lewis, cuyo libro Teoría del desarrollo económico consideraba el mejor en su campo. Creo que entonces y ahora, Gonzalo tenía razón: la mayor parte de las contribuciones de la Nueva Economía Institucional en su vertiente histórica son una reelaboración más o menos sistemática de las ideas de Lewis.
Gonzalo fue el impulsor, fundador y primer director de Lecturas de Economía, la revista del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia, la cual, en enero de este año, con su número 92, cumplió 40 años de existencia. El primer número salió bajo en nombre de Temas Económicos, que tuvo que ser cambiado porque ya estaba registrado en el Ministerio de Gobierno. Como la información llegó cuando la revista ya estaba en prensa solo a partir del segundo número tomó el nombre de Lecturas. Tanto “Temas” como “Lecturas” salieron de caletre de Gonzalo. Creo que fue afortunado que el primer nombre estuviera registrado.
Ese primer número fue toda una hazaña. El hábito de escribir y publicar no estaba muy difundido y entonces no se premiaba de por vida la publicación de cualquier nota bibliográfica en una hoja parroquial. En sus primeros años, cada número de Lecturas exigió un tremendo esfuerzo para la consecución del material. Ahí estuvo siempre Gonzalo, apremiando a todo el mundo para que se animara a escribir y publicar; corrigiendo con esmero los textos a veces muy burdos que le entregaban. A mí me hizo publicar, casi que, a la fuerza, una pequeña nota sobre Schumpeter, mi primera aparición en letras impresas.
En efecto, le debo a Gonzalo el conocimiento y la devoción por la obra de Schumpeter. En sus clases, pero mucho más fuera de ellas, me hablaba mucho de sus libros y me hizo leer la Teoría del desenvolvimiento económico. Dentro de las pocas cosas que publicó Gonzalo hay justamente un espléndido ensayo sobre Schumpeter en el que mezclaba finas observaciones sobre la obra y vida del personaje con pertinentes referencias al Hombre sin atributos, la novela de Robert Musil.
Gonzalo fue en efecto un fino lector de Musil y de toda la gran literatura del siglo XX. La literatura más que la economía fue su gran pasión. Estaba al tanto de todo lo que salía y tenía juicios certeros sobre infinidad de libros y autores. Cuando le oía decir a Gonzalo que algún autor escribía bastante bien, yo corría a leerlo. Al último que me hizo descubrir fue a Juan Gabriel Vásquez con el Ruido de las cosas al caer.
Las recomendaciones literarias, y las recomendaciones de cualquier índole, las daba siempre Gonzalo en tono menor. Ese fue un rasgo que me impresionó siempre de su modo de ser durante el tiempo en que fuimos colegas de docencia en la Facultad de Economía de la U de A. Estaba siempre dispuesto a promover y apoyar todas las iniciativas de interés académico – la revista, la realización de eventos y seminarios, la actualización de los currículos, etc. – con decisión y persistencia, pero sin ningún interés de figuración o protagonismo. Su actitud frente a la vida política y social siempre me hacía pensar en el lúcido escepticismo de Ulrich, el protagonista del Hombre sin atributos, la novela que Gonzalo amó.