Homo Diversus

Autor: Gloria Inés Upegui Valencia
10 mayo de 2019 - 10:04 PM

Para romper estos papeles: el estigma de un lado y la intolerancia del otro, sólo queda la transgresión de mirarnos cada uno en el espejo, para comprender que somos diversos.

Medellín

Gloria Upegui Valencia

El respeto a la diferencia implica aceptar todo tipo de expresiones culturales, sociales, políticas, sexuales, de creencias. Respetar sin menospreciar, sin agredir, sin constreñir a nadie, porque somos semejantes, pero no idénticos. Precisamente la riqueza de la humanidad reside en la diversidad y esta debería ser la fuente de mayor creatividad para convivir, en lugar de la agresión, la negación y hasta de las guerras. No sentirse mejor ni peor, permitiría entender a la población Lgbti en toda su validez y derecho a la diversidad. No tiene validez mirar de reojo o desde lo alto a estos congéneres que representan el 17% de la población, pero cuyo subregistro haría cimbrar el pedestal desde el cual hoy los mira el estamento. Una sociedad masculinizada donde hasta la mujer se valida con expresiones como ´yo sí tengo pantalones´ solo admite dos polos de comportamiento. Pero para empezar a derrotar el mito bipolar dice Alfred Kinsey (USA) “al llegar a la edad adulta, el 50% de los hombres y el 29% de las mujeres han tenido al menos, una experiencia erótica con una persona del mismo sexo”. Como en la década de los 70 toda familia tenía a alguien que se había ido a trabajar a USA, hoy toda familia tiene cerca a alguien no normativo sexual. Los Lgbti han logrado salir del anonimato reclamando sus derechos, ocupan cargos sociales, empresariales, políticos de todos los niveles, cobran vigencia en la legislación de los estados, pero siguen siendo victimizados y menospreciados; los exiguos avances se presentan a favor de lesbianas y gay, el resto de la sigla aún se invisibiliza.

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El Uruguay de Mujica concede a los homosexuales cambio de sexo, legalización de uniones civiles y derecho de adopción; al igual de México que también permite cambio de nombre en algunos estados; en Ecuador además les permiten servicio militar; Brasil (de Lula) “sin homofobia” dicta 50 leyes para la igualdad de géneros, donde los Lgbt disponen de salud, pensión, beneficios tributarios (desconocemos qué pasó con Bolsonaro); Argentina en 2010 legaliza los matrimonios y la adopción, permite servicio militar, las cirugías y terapias para cambio de sexo se incluyen en la seguridad social (en 2007 celebró el 10º Mundial de fútbol gay); Bolivia prohíbe la discriminación sexual pero no hay normatividad. Desde otras visiones, en España se utiliza como señuelo para mejorar zonas deprimidas de las ciudades, entregarlas a colectivos gay para que las ocupen, éstos se encargan de mejorarlas y subirles notablemente de estatus, convirtiendo el sector en zona habitable y turística. En contraposición, en algunos países árabes, los gais sufren la pena de muerte. En 2011 la Corte Constitucional, en Colombia, protegió las manifestaciones de cariño entre Lgbti, califica de delito discriminar por orientación sexual y se castiga hasta con tres años de prisión (El Espectador, 20/4/2019).

Aun así, como los heteronormales se niegan a tomar en serio a la población Lgbti, éstos a su vez deben asumirse con tanta dignidad, que nadie dude de su pertinencia. Sus formas de mostrarse al mundo no deben quedarse en las comparsas de carnaval que facilitan el estereotipo en que los quiere mantener el statu quo, debido a que el exceso de amaneramiento permite que los demás los sometan al ridículo. Nombrarse con apodos ridiculizables, ayuda al ostracismo y no permite que puedan participar del entorno en equidad, como individuos con plenos derechos a la práctica de una sexualidad plena de un lado, amén de enfatizar en las exigencias para lograr oportunidades de educación y empleo dignos y acordes con sus capacidades y saberes. No aceptar a ser constreñidos a ejercer actividades arquetípicas: peluquería, gimnasia, modelaje, prostitución.

Los Lgbti están condenados a vivir una eterna falsedad para quedar bien y cumplir los roles sociales, no perder las herencias, no ser rechazados en su círculo. La exclusión a que son sometidos permite negarles sus derechos de ciudadanos dignos: seguridad social y tratamientos adecuados, adopción, empleo de calidad y bien remunerado; también reciben el dedo acusador de la iglesia, matoneo escolar, vergüenza al interior de la familia, constreñimiento de la sociedad y olvido del Estado. Los grupos violentos los amenazan y persiguen, mediante: violencia sexual, homicidio (generalmente con sevicia) o persecución hasta su huida y desplazamiento (según Caribe Afirmativo). No obstante, entre políticos, sacerdotes, fuerzas armadas, estudiantes, trabajadores, grupos armados, en toda la sociedad, la diversidad pervive a la sombra, oculta, con sentimiento de culpa y temiendo evidenciarse.

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Recordemos que la homosexualidad fue asumida para “tratamiento” por la medicina y luego por la psiquiatría cuando se clasificó como enfermedad mental. A su vez la mayoría de las religiones consideró(a) a los homosexuales pervertidos, peligrosos para la sociedad y mal ejemplo para los niños. Hasta 1950 en Europa se practicaba la castración o la extirpación del tejido cerebral “donde se originaba la enfermedad”. Un absurdo, pues está demostrado que la orientación sexual se produce en la primera infancia (antes de los 5 años), las personas no eligen ser homo, bi o heterosexuales. Lo que sí se puede elegir es la conducta sexual por conveniencia, convicción o por múltiples motivos. Lo que debemos alcanzar es que la orientación sexual de los demás no sea lo importante, como no nos importa por ejemplo el idioma que cada cual hable. Para romper estos papeles: el estigma de un lado y la intolerancia del otro sólo queda la transgresión de mirarnos cada uno en el espejo, para comprender que somos diversos.

 

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