A lo largo de varios siglos esa dirigencia política no ha hecho más que atesorar, concentrar y serle útil a una elite económica.
¿Qué debemos recordar? ¿Qué tenemos que olvidar? Por supuesto que hablo de la nación y de la población de la cual hago parte. Y hablo de la salud que trae el olvido si acaso queremos plantearnos la posibilidad de un nuevo comienzo. Como nación y como región Latinoamérica necesitamos volver a empezar desde un olvido activo, no podemos seguir siendo lo que somos, los privilegios de siglos deben ser revisados, los atavismos de clase deben ser lanzados a la basura de la historia y tenemos que ser capaces de una reconciliación muy honda, de un sano y vigoroso reinicio, de un principio saludable para los 50 millones que ahora convivimos despreciándonos, odiándonos. De lo contrario, como país y como región, somos un sueño que se desvanece en una pesadilla interminable.
El mayor lastre es indudablemente una clase política que en su mayor parte asiste a las jornadas electorales a reforzar su poder y su habilidad para apropiarse de los recursos de todos y del poder en sus múltiples formas para el beneficio de unos pocos, poquísimos, su círculo familiar si acaso. A lo largo de varios siglos esa dirigencia política no ha hecho más que atesorar, concentrar y serle útil a una elite económica que ha concentrado el poder económico y no lo comparte de ninguna manera. El resultado es un oprobio generalizado que debemos superar.
Cuando hablamos de olvido no estamos hablando de olvidar las ofensas, mucho menos el crimen, tampoco la crueldad y por supuesto que no estamos llamando a olvidar algo sustantivo y es que el 1% de la población es dueña del país, de los suelos, de las aguas. Colombia tiene un área continental de más de 110.000 millones de hectáreas y una población de 50 millones de personas, pero el 70% no tiene una vivienda digna, solamente uno de cada 100 colombianos tiene una pequeña parcela. De esta concentración de la tierra se puede afirmar que es obscena y del esfuerzo por no modificarla, ni a sangre y fuego, se puede decir que es abyecto. Si miramos el mapa de la riqueza en su conjunto, las diferencias son más profundas y la concentración de la riqueza alcanza dimensiones criminales pues no se ha podido instaurar un sistema de impuestos que limite esa desproporción. Los trabajadores llevamos la nación en hombros. Y el Estado y el gobierno de turno lo que hacen es perpetuar ese sistema oprobioso de cosas.
Lo que no podemos olvidar es que hay una clase dirigente que no quiere atender, y hay una élite política que persiste en una actitud criminal. No todos, es cierto, pero los altruistas se difuminan en un espejo de la historia que solo muestra la crueldad y opresión de los que usan lo público para su beneficio privado. Es una monstruosidad de una sordidez que hace clamar a los observadores externos por la ausencia de futuro como sociedades democráticas y países con un cierto grado de autonomía. Por años nos hemos concentrado en la debacle venezolana pero bien nos vale detenernos en las señales alarmantes de una destrucción similar. Y me temo que el asunto es no solo regional sino mundial, 8 ricachones tienen un capital mayor que el de 3.200 millones de seres humanos. Imposible olvidar que la destrucción de los ecosistemas y la fatiga de la tierra la ejecutan esas minorías con ambiciones sin fondo y sin orilla.