Si “el poeta es tomado por la palabra, y el político se toma la palabra”, como asegura el poeta, ensayista y Premio Nobel Octavio Paz, en uno de sus lúcidos trabajos, entonces debo asegurar que Iván Graciano Morelo Ruiz, es poeta; en este poemario, claramente la palabra se toma al poeta para cantar sus raíces, sus ancestros, su ontología y sus amores.
Para cerrar este séptimo mes del año, quisiera escribir cosas inteligentes y bellas de colegas escritores entrañables que alguna vez leímos (todos ellos nacidos o fallecidos en el mes de julio), todavía tan cercanos al corazón y al oficio, tales como: Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, Premio Cervantes, 1980; el inolvidable Hermann Hesse, Premio Nobel, 1946; el periodista y escritor Ernest Hemingway (por partida doble, natalicio y fallecimiento), premio Pulitzer, 1953 y Premio Nobel en 1954, autor de las deliciosas novelas El viejo y el mar, Fiesta, Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas y París era una fiesta; Vladimir Nabokov, escritor ruso, autor de Lolita, obra que leímos en nuestra querida Biblioteca Pública Piloto, por los años de universidad; Mario Puzo, el novelista estadounidense de origen italiano, autor de la célebre novela El padrino; el entrañable y siempre leído Franz Kafka; Georges Bernanos, escritor, dramaturgo, novelista y ensayista francés, autor de Diario de un cura rural; el imprescindible William Faulkner, genio de Yoknapatawpha; Vladimir Maiakovski, mi querido poeta de juventud; Sir Arthur Ignatius Conan Doyle, genio de la novela policíaca; mi poeta Percy Bysshe Shelley; Gerardo Diego, poeta español, Premio Cervantes 1979; el gran Marcel Proust; Nicolás Guillén, poeta nacional de cuba; Jorge Icaza Coronel, autor de la fundacional Huasipungo; Henry Thoreau, escritor y filósofo estadounidense, que nos enseñó a “desobedecer”; Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto), lleno de amor y de América; el humanista, filósofo, filólogo y teólogo holandés, Desiderio Erasmo de Rotterdam; Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de 1978; Rosalía de Castro, poeta de la excelencia; Antón Pávlovich Chéjov, maestro universal del cuento; Giovannino Oliviero Giuseppe Guareschi (Giovanni Guareschi), periodista y novelista italiano, autor de la divertida y bella historia Don Camilo, el párroco que habla, ríe y polemiza con el Cristo del altar mayor de su iglesia. Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su magnífica novela El Gatopardo; Alexander Dumas (padre); George Bernard Shaw, el extraordinario dramaturgo irlandés; Gloria Fuertes, poeta española de mi gusto, a quien conocí en los años 90; Emily Brontë, escritora británica, autora de la inolvidable novela Cumbres borrascosas; Dominique Lapierre, paradigma del gran periodista investigador, y el siempre clásico Antoine de Saint-Exupéry y su Principito. Pero la tierra llama...
Así pues, no puedo dejar pasar el mes de julio (mes de mi cumpleaños, dicho sea de paso), sin hablar de una gollería, de un manjar exquisito, que ha llegado a mis ojos: se trata del poemario Por los caminos del jaguar y la anaconda: Cantos a Candre, libro del poeta Iván Graciano Morelo Ruiz. Su lectura nos envuelve en un canto a nuestras selvas, a nuestra tradición, a nuestros hermanos ancestrales. En él, como dice (el autor) es sus prolegómenos, se halla una cosmovisión precisa: “Todo en el Universo encuentra su tiempo y su posición para revelarse como un símbolo de comunión que nos invita a participar de su equilibrio y naturaleza”. Y sobre su génesis, dice: Hace quince años cayó sobre el suelo blanco del papel, como una semilla paciente, la primera palabra del poemario Por los caminos del jaguar y la anaconda: Cantos a Candre. Se trata de un libro escrito (con los debidos permisos de los abuelos y ancestros) como homenaje a los saberes ancestrales de la Amazonía, y, en especial, a Candre Yamacuri, sabia del pueblo ocaina-uitoto de Colombia. Entre rituales, mitos, símbolos, animales, plantas y seres espirituales que habitan el territorio de dicho pueblo, sobresale la tutelar figura de Anastasia Candre Yamacuri (1962–2014), mujer líder, poeta, pintora, cantora, investigadora y portadora de saberes, a quien está dedicado este poemario”.
Si “el poeta es tomado por la palabra, y el político se toma la palabra”, como asegura el poeta, ensayista y Premio Nobel Octavio Paz, en uno de sus lúcidos trabajos, entonces debo asegurar que Iván Graciano Morelo Ruiz, es poeta; en este, su poemario, claramente la palabra se toma al poeta para cantar sus raíces, sus ancestros, su ontología y sus amores.
En uno de los 46 poemas que conforman el libro, Ceremonia del jaguar, escribe el poeta, para muestra de lo expuesto: “He caminado descalzo varios días por el sagrado territorio uitoto. / Antes de ingresar a la maloca, / Candre, la sabia, pintó en mi rostro manchas de jaguar / con tintas de jagua y achiote.
Al instante, / cubrió mis ojos con hojas de plantas prodigiosas / que solo ella conoce, / y puso en mi oído estas palabras: / Los jaguares llevan pintados en la piel una constelación de signos, / secretos de la noche sobre el día.
¡Serás jaguar! / Pronto escuché un retumbar de instrumentos musicales, / cantos cosmogónicos, voces recónditas fluían por mi sangre.
Después del ritual, / convertido en jaguar, empecé a danzar, / a rugir en el círculo ancestral / —sagrada maloca —.
Allí, palabras reveladoras, transfiguradas en lumbre, / brotaron por mi garganta, /
anunciando una luz renovadora / ofrendada por los antepasados / a los niños de la selva amazónica.
Al terminar la ceremonia, / esparcidas en el aire de la noche quedaron las chispas, / señales de fuego con que los ancianos / habían hablado a través de mi boca,
en el lenguaje del sol”.
El pasado 16 de julio de 2020, el autor recibió, proveniente de la oficina de la señora Diana Patricia Gamboa Pedraza, Secretaria Privada del Ministerio de Cultura, una notificación: “Señor: Iván Graciano Morelo Ruiz (Escritor y poeta). Asunto: Notificación Resolución Nº. 1305. (Ganador). Por medio del presente correo, me
Permito informarle que mediante Resolución 1305 (anexa), ha sido seleccionado ganador De Beca para la Publicación de Obra Inédita: Por los caminos del jaguar y la anaconda: cantos. De su autoría. Felicitaciones”.
“La literatura es fuego”, asegura Vargas Llosa, y esta literatura que premia el Ministerio de la Cultura, es fuego esclarecedor de una época en que buena parte del país, incluso el que se dice culto, se abre paso mediante una jerga sincopada y simiesca, que hace creer que nos comunicamos; o que gobernamos, si a muchos alcaldes y gobernadores, nos atenemos.
Iván Graciano Morelo Ruiz nació en 1967, en San Juan de Urabá, por esas calendas, un corregimiento de Arboletes. De 12 años, un niño todavía, atravesando tremedales, abras y bosques, orientado por el canto de las aves y su espíritu raizal, llegó hasta Chigorodó, donde lo esperaba el tío Feliciano Ruiz, contador de historia y de vida, quien acabó de hechizarle el alma.
Animado por la curiosidad y la sed de tragarse lo que en ese pueblo hermoso se sabía del mundo, fue el primero de su clase. Ya en décimo año de bachillerato (como se decía entonces), fue nombrado monitor de español, asunto este que le sembró el amor por la docencia. Con la ayuda de la alcaldía de Chigorodó (era la época en que los dirigentes estimulaban a sus jóvenes), pudo marchar a Turbo, donde se recibió como normalista y maestro. Nombrado para un colegio veredal en Cañasgordas, hubo de salir de allí por la violencia, coyunda triste de desarraigo y miseria enquistad desde siempre en el alma de Colombia; entonces, en 2005, fue trasladado al querido municipio de La Estrella, donde hoy cumple una labor fecunda de artista, escritor, poeta y difusor cultural; además, lidera una red de periódicos escolares en la cual, jóvenes del área metropolitana interactúan con otros de la región de Urabá, alrededor de su entorno escolar, cultural y ambiental.
Dirige la microrevista literaria La Tagua, pequeño faro de poesía y literatura que ahora cumple 20 años. Como un reconocimiento a su madurez y trabajo constante, este año ha sido invitado al Festival Internacional de Poesía de Medellín. Así pues,
Felicitamos al autor por este poemario lacrado de amor y respeto por la cultura ancestral y por nuestras codiciadas selvas; felicitamos al ministerio, por el acierto.
Los verdaderos maestros del escritor son los grandes escritores: estoy seguro que mis colegas, fallecidos unos, nacidos otros en el mes de julio, hacen guiño gustoso a esta crónica, que exalta a un hombre humilde, estudioso, trabajador; a un diletante de la cultura, que día a día se esfuerza para que las fuerzas oscuras que malearon –y malean– este país, no prevalezcan.