Crecemos a pasos agigantados sin pensar en la construcción de un tejido social, de una resiliencia urbana, capaz de resistir y de hacerle frente exitosamente a todos estos flagelos humanos.
Factores de carácter económico, como pudiera afirmarse por los estudiosos de las ciencias sociales, han venido privando a ciertos sectores de la sociedad, cada vez más amplios, de ciertas condiciones y características indispensables para la obtención y conservación de una vida digna. Eso nos permite afirmar que –en cierto sentido, la sociedad se deshumaniza, tornándose indolente, indiferente, poco receptiva del dolor y de las angustias y falencias ajenas.
La alta concentración de la riqueza y el monopolio de los medios de producción en unos pocos, dan seria y fehaciente cuenta de tan lamentable problema. Mientras que –por ejemplo- en una ciudad relativamente industrializada como Medellín, por no hablar de las más populosas del mundo o del país, donde el fenómeno afloraría con mayor claridad, se puede ver claramente la inmensa disparidad y angustiante desarticulación entre los diferentes entornos socio políticos y económicos que la conforman. Mientras que en unos sectores urbanos existen todo tipo de servicios, garantías y lujos, rayando incluso hasta con la extravagancia, en otros se carece de los más mínimos recursos que hasta el más humilde de los seres humanos debería tener para su subsistencia.
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Como afirma Richard Rogers (arquitecto y planificador europeo), gran estudioso de estos fenómenos en su libro Ciudades para un Pequeño Planeta, “en las economías de rápido crecimiento de los países en vía de desarrollo se construyen a un extraordinario ritmo nuevas ciudades de consumo. La situación de la población pobre es un tema que se obvia en todo el mundo. En el mundo desarrollado, los pobres quedan fuera del ciclo consumista y se abandonan y aíslan en guetos urbanos, mientras que en los países en vida de desarrollo, como el nuestro, son relegados a la precariedad, la pobreza, el desempleo, un deficiente sistema sanitario y educativo, la injusticia social en todas sus manifestaciones dificultan la capacidad de las ciudades para ser sostenibles. Las ciudades del primer mundo, el mundo desarrollado, contienen comunidades privadas de las necesidades más elementales, peores en las urbes de rápida expansión, propias del mundo en vía de desarrollo, donde los pobres parecen vivir sin regeneración posible. Si descuidamos ese problema, los problemas sociales y ecológicos de estas megalópolis dominaran pronto el entorno urbano.”.
Antioquia y Colombia, obviamente, nuestras ciudades capitales, Medellín, Bogotá, Cali, otras, han venido sufriendo el duro golpe producido por la agobiante e inequitativa distribución del ingreso nacional. Día a día son más amplias las diferencias que –en términos estrictamente económicos, se presentan entre quienes tienen ingresos dignos para la atención de sus necesidades y entre quienes ni siquiera para vivir dignamente pueden adquirir algún medio de sustento. Basta no más para ejemplificar este asunto, mirar la difícil situación que ha tenido que abocar la población de escasos recursos económicos, estratos 1, 2 o de condiciones económicas precarias, frente al tema de los impuestos y la atención de sus servicios públicos básicos, para su subsistencia.
Hasta quienes habitan sectores de estratificación socio económicos 3 y 4 se ven en calzas prietas para dar cabal cumplimento a la agobiante facturación que -mes a mes- llega a sus hogares, obligando a que los exiguos recursos que difícilmente obtienen, deban ser utilizados para el cubrimiento de dichos gastos y no en alimentación adecuada y suficiente, educación, salud, vivienda y en otras actividades que darían mayor cuenta de que en esas comunidades también se tiene derecho a gozar de una vida plena- sana y, en igualdad de condiciones, de manera más digna frente a los demás miembros de la sociedad- ciudad.
Una de las mayores preocupaciones, no sólo de Colombia, sino también de todos los países del mundo, el civilizado y el que está aún en vía de desarrollo, donde se dice estamos nosotros, tendrá que ser necesariamente la de buscar alternativas- mecanismos, que permitan con mayor rigor y coherencia, garantizar la igualdad, la equidad y una mayor y eficiente justicia social, so pena de verse avocados a tener que afrontar las más serias dificultades y aterradores colapsos humanitarios. No es justo, ni explicable, que en un sistema mundial en el que se han dado grandes inventos, los más asombrosos desarrollos tecnológicos y científicos, paradójicamente, cientos de personas mueran minuto a minuto por causa del hambre y del abandono a que los tienen sometidos el Estado y la misma sociedad.
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Richard Rogers, en el aludido texto, da cuenta de nuestro planeta como un conjunto de ciudades y aldeas que interactúan entre sí, generando un desordenado crecimiento de lo urbano; conglomerados sociales que crecen sin planeación, amenazando constantemente el medio ambiente y el ecosistema natural; alertando sobre la urgencia de implementar propuestas sobre nuevas formas de gobierno, de participación social y manejo de la economía, que de la mano de una planificación consciente y sostenible, con una más amigable arquitectura- urbanismo ecológico, podrían sentar las bases para revertir los efectos que durante décadas hemos estado ejerciendo sobre el planeta; para edificar un desarrollo sustentable, más humano y armónico con la madre tierra. Crecemos a pasos agigantados sin pensar en la construcción de un tejido social, de una resiliencia urbana, capaz de resistir y de hacerle frente exitosamente a todos estos flagelos humanos y sociales que envilecen y deshumanizan la convivencia ciudadana y el bienestar para el cual debieran estar construidas las ciudades y formados todos los seres humanos, sin atención a distinción y/o discriminación alguna.