Los espacios públicos son medidores de ciudadanía, tanto por su calidad física, como por su efectivo y mayor uso.
Hace un año dediqué una columna a la suprema importancia de los andenes para una ciudad. Hoy hablaré de la calle, tomándola no solo como calzada o vía sino como un amplio espacio lineal con todos sus componentes, es decir, como “la calle”.
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Por lo general, usamos la calle para ir de un lugar a otro. Como medio y no como fin. Pero la calle también es un fin para muchos. Y no me refiero únicamente a los que llaman “habitantes de calle”. Hablo de quienes de una u otra forma tienen a la calle como lugar donde transcurre parte de su vida.
Empecemos por quienes se valen de la calle para el uso que creemos más común: ir de un lugar a otro. Somos casi todos con excepción de quienes por alguna razón permanecen en su vivienda, en un centro de salud, de recogimiento o de reclusión que son los menos. Entre los que la usan para circular por ella están quienes requieren trasladarse por cualquier medio o que viven de trasladar a los demás o de transportar objetos: Peatones, conductores de vehículos particulares, taxis, buses, camiones, motos y bicicletas o también los pasajeros.
Pero además de los anteriores están quienes tienen la calle como lugar para ganarse la vida o realizar cualquier otra actividad diferente al destino de vía que tiene dicho espacio. La usan para aprovechar de alguna manera que la calle es el lugar adonde más ciudadanos acuden, por donde más pasan. Son quienes buscan el alto número de personas que por allí tienen que circular. Y entonces la calle es su oficina, su negocio, su mínima superficie, su teatro, su estudio, su corrientazo, su parche.
Sin duda que plazas y parques son los lugares de encuentro óptimos entre los ciudadanos. Construidos para el esparcimiento pero también y por ello con el agregado de ser donde más nos reconocemos en nuestras similitudes o diferencias. Los espacios públicos son medidores de ciudadanía, tanto por su calidad física, como por su efectivo y mayor uso que son consecuencia de lo primero. Mucha gente en los parques y en las plazas, en especial niños, es un indicador de una ciudad sana, enriquecedora y segura.
Y “la calle” -o mejor las calles en este caso- también son espacios púbicos. No solo en el sentido de ser propiedad de todos, sino porque a veces son parques lineales cuando van acompañados de andenes adecuados, árboles, zonas verdes y buenos equipamientos urbanos. Igualmente lo son como cuando las calzadas están en buen estado y son limpias, cómodas y fluidas para la circulación con el ancho óptimo según las necesidades de cada zona.
Las calles no son solo las arterias de las ciudades: también son órganos con vida y generadores de vida. La primera impresión que un viajero tiene de las ciudades son sus calles. Por ellas entra. Por ellas pasa, así sea de largo. Por ellas se dirige a su lugar de alojamiento pasajero. Por ellas y entre ellas conoce una ciudad.
En la calle, en todas sus facetas y dimensiones, se mide la cultura de las ciudades. No es fácil, porque como se dice, “la calle es dura”. Lo es como tal, pero en especial porque allí los seres humanos muestran lo peor y mejor de sí. La calle a pie, en un vehículo o en un sitio específico es el escenario de la condición humana en todos sus valores y bajezas. En su egoísmo y altruismo. En su cortesía y grosería. En su cultura o incultura. En sus necesidades y generosidades. En sus violencias y mesuras. La calle es el estadio y el estado humano. La calle es el alma de las ciudades.
Habitantes de la calle: Peatones, conductores y pasajeros de vehículos sea cual fuere su tipo y uso, no solo en las calzadas sino como invasores de espacios ajenos. Vendedores de todo, ambulantes o estacionarios. Malabaristas, saltimbanquis, bailarines o limpiadores de parabrisas en los semáforos. Menesterosos que claman caridad. Volanteadores. Músicos, pintores o estatuas intentando vender sus artes.
Es “la calle”, la calle por donde vas o donde te quedas en el día o en la noche. Donde te puedes ganar la vida o quizá perderla. La calle, donde sientes y respiras o malrespiras tu ciudad, donde la hueles, donde escuchas cómo suena de verdad, donde puede cambiar tu vida ante un feliz encuentro, enamorarte o quizá empezar a odiar. La calle donde gozas o sufres tu ciudad, te roban o te encuentras una moneda de la suerte, donde te ríes, donde te topas con viejos amigos o amores. La ciudad es la calle y la calle es la ciudad. La calle es la verdadera red social.