Salvar el planeta que nosotros mismos hemos intentando destruir por siglos, tiene como imperativo salvar primero a nuestros niños.
El auge de la presencia de animales domésticos en la vida humana y la preocupación por su cuidado, sumado a la idea más o menos esperanzadora de que hay conciencia sobre el efecto nefasto que algunas actividades y hábitos de las personas tienen en la existencia de tantos seres vivos, podrían ser motivos para anticipar que como especie por fin estamos promoviendo una nueva forma de evolución. Pero una mirada simple a la realidad de la población infantil, la más indefensa y dependiente de los humanos, en países como Colombia nos aterriza de inmediato en lo frenados que continuamos habitando esta parte del universo como individuos incapaces de luchar para que ninguno de nosotros viva sin aquello que a todos corresponde por igual y de forma natural: la dignidad.
Por eso las posturas valientes y aguerridas para proteger la flora y la fauna del planeta, son tan necesarias en la lucha por reestablecer los derechos fundamentales de los niños en todo el mundo; las razones sobran, pero es bueno recordar una obvia y es que ellos son los ciudadanos que mañana tendrán real conciencia y mayor compromiso con su entorno si reciben de esta generación adulta los insumos para cultivar y defender en sociedad más intereses colectivos y de beneficio global.
Pero a nuestra primera infancia no la hemos protegido integralmente siguiendo el más elemental principio de preservación, tenemos que aceptar que seguimos ejerciendo un dominio exterminador en la tierra; basta con recordar que una buena parte de la niñez colombiana adolece de agua, alimento y salud, tres elementos tan vitales como insatisfechos. Sin ellos, supuestas conquistas del mundo moderno como la libertad o la autonomía les siguen quedando grandes a esta nación. ¿dónde está entonces la dignidad humana en el principio de la vida de miles de los habitantes de este país?
Los oscuros hechos que no dejan de ocurrir en contra de nuestra primera infancia, y que merecen algún eco y algo más de tinta por parte de los medios de comunicación - debido a que la ignominia y la crueldad hablan por sí solas- no son del todo sorpresivos si se considera que es limitada la intención y la acción generalizada para abordar la inversión en desarrollo infantil como una prioridad nacional, regional y local. Hemos visto por años cómo la consternación y el dolor patrio se repiten tanto como los crímenes contra menores de edad donde reina la indignación. Lo que logramos prolongar son generaciones de niños desprotegidos, descuidados, desnutridos, desamparados, muchos de los cuales crecen sin amor propio y sin amor a la sociedad. Los actos de los adultos que lastiman a sus congéneres, similares o familiares, son muchas veces propios de humanos que alguna vez les fue arrebatada su dignidad, y que deambulan a nuestro lado con un vacío que ni ésta, ni ninguna otra especie puede soportar.
Es reiteración, clamor, insistencia. Desde una perspectiva constructivista, la prevención en lo que respecta a nuestra niñez, es la mejor alternativa en esta lucha por hacer realidad que su vida sea tan digna como merece. Salvar el planeta que nosotros mismos hemos intentado destruir por siglos, tiene como imperativo salvar primero a nuestros niños.