La premura para ejecutar una determinación de la que se había dicho que podía tardar tres o cuatro años nos deja la impresión de un afán provocador por parte del gobierno de los Estados Unidos.
Apenas cinco meses después de que Donald Trump anunciara su decisión de trasladar la embajada de los Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, el hecho quedó consumado el pasado lunes, día del 70 aniversario de la creación del Estado judío, un hecho que, como ocurrió tras el anuncio de diciembre pasado, generó múltiples reacciones de rechazo por las consecuencias desestabilizadoras que para la región tiene esta acción, más allá de la ruptura del consenso internacional sobre el carácter de la ciudad santa sobre la cual, al amparo de numerosas resoluciones de Naciones Unidas, ningún país debía reconocer soberanía alguna hasta que no se firmara un acuerdo de paz entre Israel y Palestina.
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Aunque Israel ha reducido la decisión de Trump al cumplimiento de una promesa, la premura para ejecutar una determinación de la que se había dicho que podía tardar tres o cuatro años nos deja la impresión de un afán provocador por parte del gobierno de los Estados Unidos, que una vez más se juega una carta arriesgada a la espera de obtener con ella resultados que por las vías diplomáticas tradicionales no se han alcanzado. Es difícil saber qué espera exactamente Trump con esta movida, pues resulta evidente que la paz entre Israel y Palestina está hoy más lejos que nunca al haber quedado Estados Unidos, no solo impedido para seguir ejerciendo su papel de mediador al romper la aparente neutralidad que podía ofrecer, sino al haber exacerbado los ánimos en la región luego de retirarse del acuerdo nuclear con Irán.
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Envalentonado por el decidido apoyo norteamericano, Israel se sintió con autoridad para responder de manera desproporcionada a las protestas palestinas que acompañaron los actos de apertura de la delegación diplomática, hechos que causaron 58 muertos, siete de ellos menores de edad, y 2.771 heridos, según cifras oficiales del ministerio de Salud palestino. La cifra de muertos, la mayor en un solo día desde 2014, contradice el discurso de los enviados de Trump a Jerusalén, con su hija Ivanka y el esposo de esta, Jared Kushner, a la cabeza, en el sentido de que el reconocimiento de Jerusalén como capital israelí servirá para avanzar hacia la paz. No solo creemos que en las actuales circunstancias no hay avance posible hacia la resolución del viejo conflicto judío-palestino, sino que el hecho de que otros países, como Guatemala y Paraguay, vayan a seguir los pasos de Trump, abriendo embajadas en Jerusalén entre esta y la próxima semana, distorsionará aún más la crisis entre ambos pueblos y alejará la posibilidad de la solución de los dos Estados que sigue siendo, a nuestro modo de ver, la única salida viable.
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Si las denuncias de Israel, que al acusar a Irán de mantener un programa nuclear secreto precipitaron la decisión de Trump de dejar el pacto nuclear de 2015, generaron tensiones en días pasados entre esos dos países sobre territorio sirio, es de esperarse que el paso dado por Estados Unidos en Jerusalén siga alimentando los viejos y populistas discursos anti norteamericanos y anti israelíes, ya no solo en Medio Oriente sino en todo el mundo, algo que, unido al anuncio de próximos ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, podría dar al traste también con la agenda del presidente norteamericano con Corea del Norte, cuyo régimen, ante los nuevos escenarios, podría sentirse animado a ponerle las cosas difíciles. Veremos cómo sortea Trump la polvareda que sus decisiones está levantando.