Para los griegos uno no puede cuidar de sí sin conocerse a sí mismo, el cuidado de sí es el conocimiento de sí y es un concepto eminentemente ético
Desde hace muchos años rondan en mi mente grandes interrogantes sobre el propósito y sentido de la existencia, que empezaron a aclararse, sin que los tenga resueltos, ni mucho menos, en primer lugar con las enseñanzas de Alcohólicos Anónimos y con el estudio de la filosofía socrática y su legado conservado en parte por el Cristianismo, esencia de la cultura occidental. Para esto me ha sido de gran ayuda, entre otros, el reciente repaso que he hecho del texto fundamental titulado Paideia del filósofo alemán Werner Jaegger.
Según el diccionario alemán Paideia es un concepto clave para entender la cultura antigua y un concepto central de valor. “Se trata, por un lado, de la formación y de la formación intelectual y ética como proceso y, por otro, de la formación como posesión y resultado del proceso educativo”. Se refiere no sólo a la enseñanza a los jóvenes sino a la formación de la areté en los adultos, mediante la cual el “alma adquiere su mejor forma”. Areté, a su vez, es el término griego para denominar la virtud, donde convergen la excelencia, el ideal del ser bueno, el mejor, el combatiente noble, el de mayor grandeza en cuanto al alma concierne. Sócrates fue el primero en otorgar a la areté el sentido moral, la esencia de la virtud, tal como la entendemos en el occidente cristiano.
En el inicio estuvo la moral de Sócrates
En la Edad Media, Sócrates se tenía apenas como un filósofo famoso, pero al declinar la fama de Aristóteles su imagen empezó a florecer, llegando a ser el inspirador y guía de la Ilustración y de la Filosofía Moderna, como apóstol de la libertad moral sustraída de todo dogma y de toda tradición, sin más gobierno que la propia persona y obediente sólo de su voz interior, su propia conciencia. No se trata, de ninguna manera, de erigir a Sócrates como el anticristo, lo que se busca es crear una religión moderna en que se amalgamen el Cristianismo con los elementos esenciales del Helenismo (así llamado el periodo histórico que surgió al derrumbamiento del imperio alejandrino), una nueva concepción de la vida basada en la confianza cada vez mayor en lo humano y en el respeto por las leyes de la Naturaleza, vale decir una teología racional o natural. Sócrates proclama el dominio del hombre sobre sí mismo y de la autarquía de la persona moral: soy yo el único responsable de mis decisiones éticas y morales. Bajo esta concepción, Sócrates y Cristo se comparan.
La filosofía socrática se circunscribió exclusivamente a investigar los problemas éticos, relacionados con la esencia de los conceptos de lo justo, lo bueno, lo bello, la valentía, la piedad y el dominio de sí mismo, mediante el método inductivo, del cual fue su creador, así como inspirador del racionalismo anglosajón. Toda una pedagogía basada en preguntas y respuestas, tanto hacía sí mismo como a sus discípulos, amigos y contradictores, el diálogo socrático como único camino para entendernos con los otros: Una nueva sabiduría de la vida orientada hacia lo práctico, que pone a Sócrates como el más formidable acontecimiento pedagógico de Occidente.
En Sócrates el alma sólo se concibe conjuntamente con el cuerpo, pero como elementos distintos de la naturaleza humana. La phisis en la filosofía antigua de la naturaleza incluye lo espiritual. La virtud física y la virtud moral no son, por su esencia cósmica, sino la simetría de las dos partes. De aquí el concepto de lo bueno, que sería más inteligible para nuestra época si mejor dijéramos el bien, válido tanto para quien lo posee como para quien es bueno, distinto del concepto análogo que preceptúa la ética moderna. Para nuestro filósofo lo bueno es todo aquello que hacemos en gracia a sí mismo, incluyendo lo útil, lo saludable, lo gozoso y lo venturoso. Bajo esta convicción la ética auténtica es la expresión de la naturaleza humana bien entendida, y la formación del alma para este ethos es justamente el camino del hombre para llegar a una venturosa armonía con la Naturaleza, la llamada eudomanía de los griegos. Armonía entre la existencia moral del hombre y el orden natural del Universo, que nos permita aceptar las amenazas que el mundo exterior y el destino imponen sobre nuestras vidas, serenidad de ánimo, tal como lo mostró Sócrates al final de su vida al apurar la cicuta.
El gran giro socrático hacia el interior del ser es el acontecimiento filosófico característico de los últimos tiempos de la Antigüedad Clásica. La virtud y las dichas se desplazaron hacia dentro del hombre y la filosofía llegó a ser el camino hacia el nuevo continente recién descubierto del alma. El llamado al “cuidado del alma”, el bios socrático, se basa por entero en el valor interior del hombre, así también lo entendieron Platón, su discípulo y Aristóteles. Bios que de ninguna manera significa separación del alma y del cuerpo, sino el dominio de la primera sobre el segundo, imperio de la razón sobre los instintos.
El sujeto socrático
El dominio sobre nosotros mismos deber ser el fundamento central de nuestra cultura ética, que concibe la conducta moral como algo que brota de nuestro interior, diferente del sometimiento a la ley, como lo exige el concepto tradicional de justicia. Por ello hoy no tiene sentido hablar de ética gremial o empresarial, sin antes haber abordado el concepto socrático. Se es ético por convicción moral, no porque lo impongan los códigos o manuales: el fundamento moral y ético va más allá de la ley dictada por una autoridad civil o precepto eclesiástico.
Sigamos con los conceptos de autonomía moral y autarquía. La autonomía moral en el sentido socrático significa la independencia del hombre con respecto al componente animal de su naturaleza, lo que encuadra con el dominio sobre sí mismo, predicado más tarde por los estoicos. Relacionado con la autonomía moral se encuentra el concepto de la autarquía y carencia de necesidades, la fuerza moral del sabio que sabe domeñar los monstruos salvajes de los instintos, ideal que lo acerca a la divinidad que carece de necesidades, pero concebida de manera distinta e individualista a como lo hacían los cínicos. Para Sócrates la autarquía no es el retraimiento ni el rechazo a lo político que pregonaban los cínicos, por el contrario para él todo su accionar gira en torno al bienestar de la polis, a lo político.
En la Edad Media, al declinar la fama de Aristóteles su imagen empezó a florecer, llegando a ser el inspirador y guía de la Ilustración y de la Filosofía Moderna.
El concepto de “El cuidado de sí” empecé a entenderlo en mayor profundidad hace cerca de veinte años gracias al querido y sabio profesor Gonzalo Soto Posada, con sus lecciones en el Aula Abierta del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia sobre Lucio Anneo Séneca y Michel Foucault. El primero de ellos filósofo estoico romano del Siglo I de nuestra era y el segundo, filósofo, psicólogo e historiador francés del Siglo XX; recientemente el libro del profesor Soto titulado Vida, obra y pensamiento de Marco Aurelio (Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 2018), el emperador romano y filósofo estoico del Siglo II, también de nuestra era, nos revela que la filosofía es sobre todo una forma de vida y un continuo ejercicio espiritual, fundamento requerido para el cuidado de sí.
Sócrates con su legado pedagógico nos ha llevado a comprender como la virtud y las dichas se deben desplazar hacia el interior del hombre, y que la filosofía llegó a ser el camino hacia el nuevo continente recién descubierto, el alma. En su Apología de Sócrates, compilada por Platón en sus diálogos, Sócrates increpa a los concurrentes al juicio que lo condenó a muerte por ocuparse de cosas vanas y no de la virtud, ni del alma, vale decir del cuidado de sí mismos, complemento del mandato délfico de “Conócete a ti mismo”. Por su claridad pedagógica, este discurso es uno de los más valiosos para nuestros propósitos hermenéuticos, y con la venia de mis lectores a continuación quiero reproducir en uno de sus apartes referido al “Cuidado de sí”: “Sabéis que... el único objeto de mi trabajo ha sido procuraros... el mayor de todos los bienes persuadiéndoos de que no atendáis a las cosas que os pertenecen antes que al cuidado de vosotros mismos, para haceros más sabios y más perfectos, lo mismo que es preciso tener cuidado de la existencia de la república (lo político)...”
El padre del auto-cuidado
El cuidado de uno mismo aparece por primera vez en el diálogo platónico Albicíades I, relacionado con la acción política y la erótica pero siempre centrado en el domino del cuerpo por el alma. Durante el Helenismo se sustituyó el modelo pedagógico, orientado hasta entonces a la preparación de las élites para el ejercicio del poder, por un modelo más abierto y democrático, tipo médico: Uno debe cuidarse, convertirse en médico de sí mismo, mediante prácticas como la escritura, la meditación y el examen de conciencia sobre lo que hacemos, no sobre lo que pensamos o sentimos, lo que marca la gran diferencia con la confesión cristiana. Pero lo fundamental es que el cuidado de sí en ambas doctrinas se convierte en el objetivo, adquiere sentido por sí mismo.
Para el Helenismo, el autoexamen sirve para actuar mejor, para ayudarnos a corregir nuestras conductas hacia el futuro. En el Cristianismo las tecnologías del yo están orientadas a la revelación y a la renuncia del yo: aparece el director espiritual, como poder pastoral, a quien en la confesión hay que contárselo todo y obedecerle en todo, bajo el supuesto de que las malas intenciones son las que nos conducen al pecado. A partir del Siglo XVIII, ya en la Modernidad, se vuelve a plantear la verbalización no como una técnica para renunciar al yo, sino para construirlo.
Hay se dispone de tres modelos o técnicas para el examen de sí mismo. El primero es el de los pensamientos para ver si se corresponden o no con la realidad, el llamado Racionalismo Cartesiano. El segundo es el de los pensamientos para ver si se adaptan a las reglas del buen vivir, enseñanza del Estoicismo y el tercero es el método Cristiano, que consiste en descifrar los pensamientos ocultos para hacer aflorar nuestra impureza interior. Michel Foucault considera que la psicología, incluido el psicoanálisis, es herencia de esta tercera forma y su origen es, por lo tanto, cristiano.
Para los griegos uno no puede cuidar de sí sin conocerse a sí mismo, el cuidado de sí es el conocimiento de sí y es un concepto eminentemente ético, ya que el cuidado propio implica el cuidado de los otros, la acción política, y de las cosas, lo que hoy se conoce como la conservación de los ecosistemas, vale decir de La Naturaleza como una integridad. Ahora sigamos con nuestro ensayo, guiados por el texto foucaultiano titulado Estética, ética y hermenéutica.
Al imperativo “Cuídate de ti mismo” que implica la asimilación de nuestras verdades (los lógoi), Foucault agrega: “Uno no puede cuidar de sí sin conocerse... el cuidado de sí es el conocimiento de sí (el lado socrático de la cuestión), pero también es el conocimiento de ciertas reglas o de principios, que son, a la par verdades y prescripciones. Cuidarse de sí es pertrecharse de estas verdades y es ahí donde la ética está ligada al juego de verdad…” Es preciso que cuando vuestros deseos, vuestros apetitos, vuestros temores lleguen a despertarse como perros que ladran, el logos hable como la voz del amo que con un solo grito hace callar a los perros…habríamos (así) llegado a ser el logos o el logos se habría convertido en nosotros mismos”.
Cuidar de sí no es un consejo en abstracto, sino que es una actividad extensa, una red de obligaciones y de servicios que el individuo debe realizar para con su alma. El cuidado de sí es el cuidado de la actividad y no el cuidado del alma como sustancia. La reflexión sobre sí debe convertirse en nuestra práctica habitual, así como el retirarse periódicamente unos días o semanas para ocuparse de sí en un beneficioso ocio creativo, tiempo que puede ser dedicado a estudiar, leer, escribir, prepararse para los reverses de la fortuna o para el desapego final, la muerte. El retiro más beneficioso sería el que nos ponga en contacto con el campo, donde mayormente se muestra La Naturaleza en todo su esplendor. Escribe Foucault en el texto atrás referenciado: “Uno se retira para descubrir -pero no para descubrir sus faltas o sus pensamientos profundos-; uno se retira en sí mismo para rememorar las reglas de acción, las principales leyes que definen la conducta. Es una formula (y práctica) mnemotécnica”.
Una práctica de la más conveniente es el examen de sí mismo y de la conciencia al terminar nuestro día de trabajo, donde se evalúa si lo que se hizo corresponde con nuestros propósitos, un recuento de lo que se ha hecho, no de lo que se ha pensado.
La introspección llega a ser una práctica generalizada en el nuevo concepto del cuidado de sí, donde se vinculan estrechamente la escritura y la vigilancia sobre uno mismo, donde se atienden los matices de la vida, los estados del alma, y se acude a la lectura creativa. Todo un conjunto de experiencias que no se conocían con anterioridad. En estos momentos de introspección uno escribe sobre todo para sí mismo, como lo hace con las cartas de amor, que una psicóloga francesa, cuyo nombre ahora no recuerdo, nos mostró hace unas décadas durante una hermosa conferencia en esta ciudad de Medellín.
Lo que he estado haciendo con mi anterior ensayo sobre la herencia de Sócrates y con el presente texto, es ocio creativo, pero sobre todo es una carta escrita a mí mismo.