La primera aparición pública de la Premio Nobel de Paz a propósito de la persecución de su Ejército contra el pueblo Rohingya, minoría étnica y religiosa en Birmania, ha dejado perplejos a los líderes mundiales.
Llamarla La Dama, como lo ha hecho desde 1991, cuando recibió el Premio Nobel de Paz, ha sido el gesto de admiración del mundo hacia Aung San Suu Kyi, la líder birmana que sufrió persecución contra sí y contra sus hijos, por liderar desde la Liga nacional para la democracia un proyecto de resistencia civil contra la cruel dictadura militar que con dura mano gobernó a Birmania durante 50 años, 21 de los cuales mantuvo a la líder sometida a prisión domiciliaria.
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La admiración por La Dama se desmorona por su lejanía, confirmada para sus críticos con su intervención formal, y fría, de este martes, ante la cruel persecución del Ejército birmano contra el pueblo Rohingya, una comunidad musulmana que habita en el segundo estado más pobre de la nación de mayoría budista. La agresión ha sido calificada por la ONU como un hecho de “limpieza étnica” de la mayoría budista contra una minoría pobre y siempre discriminada. Y es que hasta ahora, el sistemático incendio de poblaciones, 241 según Human Rights Watch, ha provocado la huida de 240.000 personas a Bangladés.
Aunque el presidente de Birmania, desde hace 18 meses, es Htin Kyaw, el poder real del país recae sobre la mujer que tiene prohibición constitucional de ser presidente, Aung San Suu. Ella ejerce una Consejería de Estado que le da potestad para orientar el gobierno civil, tratando de consolidar esa frágil democracia. Hoy, sin embargo, más que poderosa, ella aparece temerosa de profundizar el control a los poderosos y temibles militares que sometieron al país a la más cruel de las dictaduras.
La presión de ese enorme poder sobre la mujer que ha luchado por contenerlo y obligarlo al respeto a las reglas de la civilización y la democracia tuvo rostro y palabras en la intervención en que dijo desconocer los hechos que la comunidad internacional le ha presentado, creando idea de indiferencia, que no logró ser matizada con la oferta a la comunidad internacional que “se tomarán medidas contra los responsables de violaciones a los derechos humanos, con independencia de su religión, raza o posición”.
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Puesta en una situación más difícil que la del período de su encarcelamiento, en el que se hizo ícono mundial de fortaleza, Aung San Suu Kyi se enfrenta a la posibilidad de la defenestración de su imagen, y lecciones como personera de la noviolencia para defender sus ideales, o a la de renacimiento de su capacidad de enfrentarse al burdo poderío de militares que siguen demostrando cuan lejos se han puesto de valores esenciales a la democracia, como el respeto por el uso legítimo y legal del monopolio de las armas.