Todos transitamos por la vida asumiendo como ciertas, mentiras colosales que, a fuerza de repetirse hasta el cansancio, se transmutan en verdades inamovibles.
Si algún país se ha acostumbrado a convivir con la mentira, ese es el nuestro. La mentira ha sido el gran instrumento para envilecerlo todo. La mentira nos inunda, nos ahoga, nos transforma.
El desprecio por la verdad está tan desastrosamente generalizado, que ya lo raro es pillar a alguien diciendo algo cierto.
Desde luego no somos el único país ni pertenecemos a la única cultura en la que la verdad está siendo estrangulada. Es un fenómeno creciente que se ha construido con mucha premeditación y no poca paciencia.
Me enteré, por ejemplo, de que el muy reconocido don Arthur Schopenhauer escribió un manual llamado Dialéctica erística o el arte de tener razón en 38 estratagemas.
Santiago Tarín, quien escribiera un curioso texto llamado Viaje por las mentiras de la Historia Universal (Editorial Norma 2006), explica que ese Schopenhauer entrega una serie de consejos para lograr superar en el debate a un adversario, prescindiendo de si se esgrimen los argumentos correctos o no, de si lo que se expone es lícito o no. Esa “erística” no tiene desde luego, ningún interés en la ética.
Probado como está que “la historia miente más que habla”, todos transitamos por la vida asumiendo como ciertas, mentiras colosales que, a fuerza de repetirse hasta el cansancio, se transmutan en verdades inamovibles.
¿Si era Nerón tan perverso?, ¿Los bombardeos ordenados por Churchill sobre población civil eran menos malos que los ordenados por Hitler?
Ya está probado por ejemplo que el relato de las armas de destrucción masiva que estaba “fabricando” Irak y que justificaron la invasión de USA, era un cuento chino, pero para quienes compraron la mentira del cowboy heroico de las películas, eso sigue siendo una verdad.
Todos sabemos que Odebrecht es un tinglado de mentiras sin fin que se maneja desde las más altas esferas del poder político y económico, que toca a “personalidades” archiconocidas y encumbrados grupos financieros, pero la gente se resigna a la ilusión de que este es el mejor país para vivir, que tenemos el mejor régimen político y que deje así.
No hay duda sobre el escandaloso y descarado nivel de corrupción del exfiscal Néstor Humberto Martínez, del exprocurador Alejandro Ordoñez, abundan pruebas de sus mañas y torcidos, pero hay quienes se resignan a la “versión” de que se trata de hombres “probos”, inmaculados, buenos como el pan.
Los gestores y corifeos de estas mentiras atroces hacen múltiples daños adicionales, no solo destrozan todos los principios éticos y desaparecen los valores sino que entronizan la más perversa de las prácticas: la irresponsabilidad.
La mentira como patología social es un engendro destructivo. Todo clama por un Proyecto Humanidad.