El partido en ciernes les peleará el umbral o mínimo que debe acreditarse en las urnas para entrar en la rifa de las contadas sillas disponibles
La disolución y consiguiente ingreso de las Farc a la vida civil, si por ventura el ELN, siguiendo sus pasos, se incorporara también a la legalidad, sería, agotado el proceso global, el hecho más sonado de nuestra historia desde la creación del Frente Nacional en 1957. Por lo que significa en lo político y sobre todo en lo social. Pues abocará, según lo prescrito y jubilosamente anunciado, la monstruosa distorsión de la ruralidad colombiana, causante de tanta violencia como la que padecemos, agravada en las últimas 7 décadas con el desarraigo de millones de campesinos despojados y arrojados de sus tierras, de donde derivaban su sustento y tranquilidad.
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Pero a la desaparición de la guerrilla no hay que atribuirle el milagro entero de lo que se logre en términos de concordia y progreso. Ella es apenas parte de la solución, mas no toda, por lo que la redención del campo que de ahí venga no se le deberá solo al desarme que se ha dado. Para cancelar la causa primera de la endémica crisis del mundo rural y, partiendo de ahí, de la sociedad entera, hay que zanjar el problema agrario que cuando menos sirve a la insurgencia de excusa para justificar conductas execrables y repudiadas como el secuestro y el narcotráfico, disfrazados hoy, para evadir su condigno castigo, de delitos conexos al de rebelión, usualmente tenido por desinteresado y altruista. Este cuadro le ha permitido a las Farc pervivir como grupo insurgente y por lo común refractario a pactar la paz con el establecimieto.
Dar para recibir es la fórmula infalible para resolver desacuerdos de cualquier tipo. Aquí es la clave de todo arreglo perdurable, tanto para el gobierno como para los alzados. Aquel ofrece amnistía y garantías, hasta donde pueda brindarlas, para una acción política en pie de igualdad con los partidos ya existentes. Y la guerrilla, a cambio, se desmoviliza y ofrece indemnizar, no reincidir, y los demás compromisos acostumbrados. Y así nadie alegará que fue timado, o que lo recibido es menos de lo que le corresponde.
Si alguien podría quejarse, y con razón, de las nuevas reglas acordadas para el juego electoral, de los cupos gratuitos asignados y las dádivas prometidas a las Farc en punto a financiación, emisoras, etcétera, esos, paradójicamente, serían los grupos de izquierda, parcialmente afines a ella en lo ideológico, desde el marxismo improvisado y variopinto que aquí se profesa, y desde todo aquello que se conoce y asume como “castrochavismo”. Tales grupos, a fe mía, serán los primeros damnificados del nuevo partido en cuanto al reparto de curules, que nunca fueron tantas como para que entren a disputarlas nuevos pretendientes. Hablo, verbigracia,del viejo partido comunista (que aquí científica y muy castizamente llaman “mamertismo”), del Polo, el petrismo, Navarro y similares, a todos los cuales el partido en ciernes les peleará el umbral o mínimo que debe acreditarse en las urnas para entrar en la rifa de las contadas sillas disponibles. El discurso de los comandantes, desde ya se advierte, imitará el de todos ellos y acaso resulte menos encendido y radical, a juzgar por la moderación de que dan muestras ahora. No asustar a los votantes, es la norma. Por eso están hoy más próximos al centro que a la izquierda. No en vano son los herederos de alias tirofijo, quien con su proverbial malicia campesina fue uno de los manzanillos o malabaristas más hábiles de la política criolla en las últimas décadas. Tan ladino como cualquiera de nuestros vitalicios caciques o gamonales políticos. Nadie osa negarle a la guerrilla fariana su capacidad de sobrevivir y permanecer, y de crecerse en cuanto se le presenta la ocasión. Tal es su congénita ventaja, sin hablar de las otras con que ahora cuenta, como su amplio y variado dominio territorial. Y los recursos de que dispone, sin que el Estado consiga localizarlos para incautarlos, como lo mandan las nuevas reglas.
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En conclusión, la primera víctima del nuevo partido, el chivo expiatorio de tanto pecado y penitencia expiados en la era que estamos estrenando, será la izquierda civil. Al menos en los comicios venideros, así ella no lo confiese, por solidaridad, o acaso por una especie de temor reverencial hacia el nuevo Leviatán.