Hoy luchamos por la Segunda independencia, sí, pero no la del imperialismo norteamericano, sino la de los herederos del socialimperialismo soviético
La del 20 de julio obedece, en mi criterio, al primer acto de centralismo en la historia de Colombia. Los santafereños crearon este mito, a pesar de que en mayo 21 de 1810 se produjo la primera insurrección en Valledupar; el 22 de mayo de ese año, en Cartagena de Indias, se crea una Junta de Gobierno; el 3 de julio, Santiago de Cali formó sus juntas y, luego vendrían Pamplona, el 4 y el Socorro el 10 de ese mes.
Además, es necesario recalcar que todas estas son declaraciones de fidelidad al rey Fernando VII y de rechazo al mal gobierno de sus enviados. Son, apenas, el inicio de un movimiento de ruptura que termina, precisamente, el 7 de agosto del 1819, cuando lo que hay es el fin, por la vía armada, de la dominación española. Pero centralismo es centralismo.
El segundo mito lo establecen los intelectuales de izquierda, alguno de ellos perfectamente acomodado en su cómoda vivienda de oligarca en España, y muchos otros, profesores de universidades públicas y privadas de élite en Bogotá, Medellín, etc., educados casi todos en Estados Unidos, e Inglaterra, según el cual, si bien nos liberamos de España, caímos sucesivamente en la dependencia colonial, primero de la Pérfida Albión y luego del imperialismo yanqui, por lo que nunca, nunca hemos sido independientes.
Yo compraría esa idea si fuese acompañada por la descripción del entorno global y local en el que ha transcurrido la historia nuestra. Nada, sino las circunstancias reales de España e Inglaterra, y luego las de los Estados Unidos, frente a Colombia, determinaron que esta fuese una nación fraccionada, pero centralista (el federalismo está muerto y sepultado) y de economía atrasada y pequeña, que ni siquiera pudo concretar, junto a Venezuela y el Ecuador, el sueño bolivariano -que también Bolívar ayudó a destruir con su obsesión por ser un emperador autócrata- de una nación grande, al menos, lo suficientemente grande para poder enfrentar de manera más o menos exitosa, la economía y presión de esas potencias.
La voracidad norteamericana sobre los territorios latinoamericanos se expresó definitivamente en México al que le arrebató más de la mitad de su superficie. En Colombia, sospecho que la pérdida de Panamá se dio, básicamente por la irresponsabilidad de sus élites, que, por estar guerreando entre ellas, descuidaron el estratégico lugar en el mundo por el que se construiría el principal canal de la Tierra, en ese momento, y luego acepto una indemnización irrisoria por éste, validando así el despojo.
Y luego ocurrió la Revolución Rusa en 1917, que convirtió a Colombia, desde el principio, en un lugar de disputa entre USA y la Unión Soviética, y que se agravó al final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y el oso ruso, llamado por los chinos, socialimperialismo soviético, cuando miembros del Partido Comunista y, después, los partidarios de la Revolución Cubana, esa sí un satélite que dependía en todo de la URSS, decidieron armar las llamadas guerras de liberación en América Latina, cuya consecuencia en Colombia fue la creación de las Farc y el Eln, que junto con los prochinos del Epl y los mamerto populistas del M-19 trajeron la guerra a una Colombia que salía de la Violencia liberal–conservadora, y que luego del fin del imperio soviético sobrevivieron y anegaron de sangre a Colombia al volverse narcotraficantes, herederos de las peores mafias colombianas, tratando de conquistar al país para sus intereses, intentando convertirlo en un estado fallido dominado por señores de la guerra narcotraficantes.
Afortunadamente, en el escenario de la Guerra Fría, quedamos en el bando que lideraba la democracia. Y fue, entre otros factores, gracias a USA que lo hicimos. La democracia, decía Churchill es el menos malo de los sistemas políticos porque existen controles, comenzando por el voto plural, que le pone límites a los malos gobernantes. Comparemos el estado democrático con la propia Rusia, con China, Cuba y Venezuela. De manera que hoy luchamos por la Segunda independencia, sí, pero no la del imperialismo norteamericano, sino la de los herederos del socialimperialismo soviético, en su fase terminal de narcotraficantes. Y es una independencia que hay que ganar sí o sí. De esa victoria depende nuestro futuro.