Mientras los Estados Unidos ceden protagonismo en la era Trump, China aprovecha el momento para escalar su influencia global. A partir de la Segunda Guerra Mundial los norteamericanos basaron su política exterior en la defensa de una prensa libre, un sistema judicial independiente, el respeto a los derechos humanos, el libre comercio y la protección del medio ambiente. Todo lo contrario a lo que ha sido China con el partido comunista como eje de poder. Esos postulados además permitieron no sólo la reconstrucción de Europa y Japón sino la creación de alianzas con muchos países.  

Bajo el mantra “América Primero” los compromisos con la comunidad internacional se van reduciendo paulatinamente. La salida del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica que fungía como el contrapeso a China uniendo a 12 naciones del sudeste asiático con el liderazgo de los Estados Unidos, fue el primer gran golpe a la credibilidad de la nueva administración. Trump tampoco ha cesado en sus pretensiones por dejar el NAFTA, al acuerdo de libre comercio con México y Canadá.

Luego vino el anuncio del retiro del Acuerdo de Paris sobre el medio ambiente para posteriormente abandonar la iniciativa de las Naciones Unidas sobre las migraciones. Precisamente la ONU tendrá que reinventarse ante un recorte del 50 por ciento en los aportes de los Estados Unidos. Como si lo anterior fuera poco, el presupuesto federal de 2018 contempla una reducción en la ayuda externa del 42 por ciento (11 mil quinientos millones de dólares).

El sueño chino de muchos años siempre fue expandir sus valores y esa novedosa combinación de social-capitalismo como forma de gobierno con un control absoluto de sus habitantes. Se encontraron el premio mayor con la política exterior trumpiana. De ña doctrina del liderazgo desde atrás de Obama donde se pedía a otros actores internacionales a compartir el poder y asumir el mando, pasamos ahora a lo que alguien acertadamente llama la retirada por el frente de la administración Trump.

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El enfoque de la China es mucho más ambicioso. Recientemente, ha ido paso a paso logrando poder a través de la inversión creciente en lo que antes era patrimonio exclusivo norteamericano y que servía como muestra de autoridad: ayuda externa generosa, influencia geopolítica y tecnologías avanzadas. Aprovechando sus enormes excedentes el gigante asiático ha puesto en marcha el más grande plan de infraestructura, construyendo puertos, puentes y vías férreas en África y otros países Asia y América Latina. Un Plan Marshall multiplicado por siete y varios billones dólares.

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El presidente de China Xi Jinping lo tiene muy claro. En su discurso durante el Congreso del Partido Comunista declaro ‘’ el amanecer de una nueva era ‘’ en la que esa nación ‘’se acerca al centro de poder y en una opción nueva para otros países’’ en lo que en ese idioma se traduce como la ‘’solución china’’. Mientras tanto, internamente el partido comunista acrecienta la persecución contra los disidentes, interfiere en las instituciones privadas y obliga a las universidades extranjeras a la participación del secretario del partido en las decisiones. No hay que olvidar que Google, Facebook y otras redes están prohibidas.

Aunque muy pocos le apuestan a que China suplante el poderío económico y militar norteamericano en el corto plazo, los asiáticos avanzan rápidamente hacia un protagonismo mundial de enormes consecuencias. Su sistema político que presenta tantas limitaciones a las libertades individuales, la libre expresión y el acceso ilimitado a internet van a ser obstáculos de muy difícil superación.