Hablarles duro al Eln y a Maduro, articuló al gobierno que parecía desmembrado por la falta de gerencia y pautas comunes, propias del cambio de roles al pasar de ejercer la oposición a tener que gobernar.
Duque llegó a la Presidencia con más del 50% de la votación total. El día de la segunda vuelta el candidato del Centro Democrático logró acaparar no solo la fuerte favorabilidad de Álvaro Uribe, sino también el rechazo de un sector de la población, no uribista, pero sí anti petrista. De allí la duda entre los analistas sobre cual era la real presencia en la sociedad colombiana del CD. Las encuestas de opinión rápidamente despejaron el panorama: el presidente terminó 2018 con un fuerte castigo de favorabilidad, poco usual en los arranques de gobierno. Entre muchas causas señaladas, hubo una que fue constante: la falta de norte, priorización o énfasis del Gobierno Nacional que diera cuenta de su rumbo.
Lo de la economía naranja sonó muy poco convincente. A muy pocos descrestó.
Hasta que aparecieron dos hechos asumidos con rapidez como una tabla de salvación: el nefasto atentado del Eln y la autoproclamación del joven Guaido como presidente provisional de Venezuela. Duque encontró un eje articulador de su gobierno, que le permitió sacar de la apatía a su partido de gobierno y levantar los ánimos de aquellos sectores de la sociedad amigos de la mano fuerte, en lugar de la zanahoria.
Los elenos dieron los motivos que faltaban para darle una patada a la mesa de negociación por parte del gobierno acompañado de vastos sectores de la población, que, frustrados por la acción demencial de la guerrilla, rodearon la decisión oficial. ¿hasta cuándo? Y es tal la animadversión por Nicolás Maduro fuera de Venezuela -no sabría decir si esa misma actitud ocurre dentro del país, según los resultados electorales, posiblemente amañados, pero sin pruebas visibilizadas, y la concurrencia masiva a las marchas en pro y en contra- que en cuestión de horas el gobierno de Trump catalizó ese rechazo y asumió posturas intervencionistas, amenazando con la violencia incluso. Duque se convirtió en el mejor amigo del gobierno norteamericano y encontró una bandera para movilizar la emoción del antimadurismo nacional.
Mientras tanto, el país sigue agobiado por la corrupción, la podredumbre de la justicia, la inseguridad, asesinatos de líderes sociales, el desempleo desbordado, la economía ilegal, problemas que no son de ahora, pero requieren atención ahora.
Hablarles duro al Eln y a Maduro, articuló al gobierno que parecía desmembrado por la falta de gerencia y pautas comunes, propias del cambio de roles al pasar de ejercer la oposición a tener que gobernar. Ese respiro se manifestó en las encuestas de opinión conocidas recientemente. Pero, repito, ¿hasta cuándo?
El reto es hacer desaparecer a la guerrilla del Eln. No hay sino dos caminos: sometimiento, vía eliminación o debilitamiento, o negociación. La aniquilación es la vía más recurrida en 60 años de existencia de la guerrilla, cercana al partido de gobierno. Fracaso a la vista. Tarde o temprano, seguramente más tarde, volverá a aparecer la opción del dialogo para buscar el desarme de los violentos. Pero a ese punto llegaremos luego de una escalada de la violencia y los daños impajaritables en víctimas, economía e institucionalidad. Todo por prebendas electorales de corto plazo.
La postura frente a Venezuela, de claro intervencionismo e irrespeto del principio de la autodeterminación de los pueblos, por más que detestemos a su gobernante, implica convertir a Colombia en satélite y aliado de personajes cuestionados como Trump y Bolsonaro, muy poco ejemplarizantes entre demócratas. Y si además consideramos el desprestigio ante la comunidad del exterior por el desconocimiento del famoso protocolo de la Habana, se complica el escenario. Claro que, si el guía a seguir es el mandatario norteamericano, poco importan las formas del buen decoro internacional.