La felicidad, el éxito y la prosperidad son dimensiones superiores que se han destinado sólo para los valientes, para los fuertes y para los que logran aprender la difícil misión de superarse en medio de serias y muy profundas adversidades.
Es incuestionable que cada día que pasa aumenta más la crisis económica, política y social que embarga a nuestro país, afectando a nuestras instituciones y a la sociedad misma de una manera grave y dramática, sin que se hayan podido encontrar los mecanismos y controles necesarios, para restablecer y retomar el rumbo que se requiere transitar con urgencia ante la creciente problemática que ha impedido la consolidación de los anhelos de paz y de armonización social por los que tanto hemos luchado una inmensa mayoría de los colombianos. El enfrentamiento político, la polarización social, las carencias económicas, la confusión y el desorden en el actuar de algunas autoridades, el olvido estatal a muchos sectores y compromisos gubernamentales, -al igual que la corrupción y la impunidad- hacen que el desconcierto y la incredulidad ciudadana crezcan y que todo parezca no tener solución.
En el sentido más elemental, se puede entender a la crisis como una “situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o un proceso”. Es algo de tan significativo poder y negativa influencia que frena o dificulta el desarrollo o normal funcionamiento del sistema donde se presenta, llámese económico, político, cultural, religioso social, etc. La crisis podría decirse, es una enfermedad o tóxico que ataca el normal funcionamiento de las cosas, tornándose en el mayor enemigo de todo lo que toca; esto es, no sólo puede agredir a las personas individualmente consideradas, sino que también puede ser un implacable y mortal virus que carcome a la familia, al Estado y a la Sociedad. Es indudable que los problemas y dificultades que obstaculizan el normal desenvolviendo en nuestras vidas están en todas partes; lo importante es que aprendamos a detectarlos a tiempo, para no dejarlos crecer sin control, iniciando prontamente estrategias y comportamientos que nos permitan minimizar sus consecuencias y eliminar en lo más posible sus nocivos efectos.
Saber enfrentar las crisis –los problemas, los momentos difíciles- es algo urgente y de lo más importante que debemos aprender en nuestra vida. Muchos grandes propósitos y nobles ideales se han frustrado en personas, familias, grupos sociales, incluso por la sociedad y el Estado mismo, por no haber sabido hacerle frente a algunas crisis que nos han afectado de manera permanente, ocasionándonos inmensos e irreparables daños que aún siguen afectando e hiriendo con su maligna y dañina influencia a nuestra sociedad e instituciones. Violencia, Narcotráfico, polarización social, enfrentamiento armado, desigualdad, inequidad, injusticia, egoísmo y arrogancia dirigencial y gubernamental, olvido estatal, discriminación social, etc., son algunos de los horribles males que han originado en nuestra nación; crisis que aún no hemos podido superar y que pareciera; por el contrario, que cada día se vuelven como monstruos a los cuales no seremos capaces de eliminar. Como dice mi padre ¡Dios nos guarde y proteja ante tan poderosos y perversos males!
Las crisis, las dificultades y los problemas, siempre están a nuestro lado y nos retan sin consideración ni descanso de diferentes formas y maneras, sortearlas y encontrarles soluciones debe ser el gran e impostergable propósito de todo aquel que quiera alcanzar el éxito, la felicidad y el bienestar. Ningún triunfo en la vida será posible sin tener que enfrentar algún tipo de obstáculo o contratiempo. La seguridad y creencia en nosotros mismos, en nuestros valores y potencialidades, lo mismo que el éxito y la prosperidad, son dimensiones superiores del ser humano que se han destinado sólo para los valientes, para los fuertes y para los que logran aprender la difícil misión de superarse en medio de serias y muy profundas adversidades.