Hasta la fecha las diásporas han servido a Israel de una manera activa y espontánea, con muy pocas excepciones representadas por grupos minoritarios que protestan por la forzada marginalidad de los árabes.
La tendencia del Primer Ministro Netanyahu a postergar- sin aceptar fecha alguna- su primera aparición ante los tribunales a fin de explicar los múltiples cargos que agentes policiales y jurídicos le plantean debe interesar y preocupar no sólo a toda la ciudadanía. Las diásporas –tanto la judía como la israelí– deben tomar parte activa en estos eventos pues éstos no sólo ponen a prueba y en tensión a las instituciones que imparten justicia; también afectan la legitimidad y los equilibrios de la vida y de las actividades de estas diásporas.
Señalo que deben manifestarse sin indicar de qué manera y en favor de quién. Sus miembros – más de doce millones de judíos dispersos en el mundo y casi un millón de israelíes insertos en redes tecnológicas y comerciales en los espacios postindustriales- han revelado hasta hoy solidaridad y adhesión con la capital jerosolimitana emitiendo – en pocos casos- alguna voz de protesta. Circunstancia que debe cambiar no sólo como gesto autodefensivo; también como expresión solidaria con el credo democrático.
Hasta la fecha las diásporas han servido a Israel de una manera activa y espontánea, con muy pocas excepciones representadas por grupos minoritarios que protestan por la forzada marginalidad de los árabes en los territorios militarmente ocupados. Considerando las acciones que durante décadas han protagonizado en favor de la economía y del poder militar de Israel con base en los justos derechos y tolerancia que los países donde habitan y trabajan les conceden, las dos diásporas deben hoy reaccionar – tanto en favor como en contra – respecto a las inclinaciones personales de Netanyahu.
Subrayo: en favor o en contra. Pues es obvio que el descalabro del sistema jurídico de Israel – incluyendo la autonomía y la autoridad de la Suprema Corte – afectará los derechos y la libertad de judíos e israelíes en el mundo. Hasta hoy ambas diásporas han contribuido directa o indirectamente con recursos humanos, financieros y tecnológicos a la existencia y prosperidad de Israel; gozan de amplias libertades para hacerlo. Pero ¿qué circunstancias y barreras habrán de encarar si en el país que apoyan y en el que se formaron se agrietan las bases de la democracia? ¿Con qué argumentos solicitarán tolerancia y justicia?
Insisto en que las diásporas deben manifestarse públicamente y con lucidez, independientemente de la actitud que decidan asumir y considerando los resultados que tendrá cualquier inclinación por parte de Netanyahu a evadir los tribunales. Aquellos que censuren su actitud verán fortalecidos sus estilos de vida y actividad; aquellos que lo apoyen sin reserva alguna deberán lidiar con sus implicaciones en los países donde habitan y trabajan.
En este tema el silencio es error y pecado.