En el ejercicio político hay que tener cuidado con la simulación y su práctica desmedida, sin confundir populismo con popularidad.
Que las especies humanas se presentan como lo que no son para su supervivencia, fue la propuesta del médico psicólogo y psiquiatra José Ingenieros en La Simulación en la lucha por la vida, uno de sus primeros textos. El autor no sólo habló de la simulación como algo instintivo, sino como una condición ineludible para ser aceptados en sociedad.
Aparentar lo que no se es, lo que no se piensa, lo que no se siente y lo no se hace, se ha convertido en uno de los afanes de la vida actual en la que se recurre a cuanta estrategia sea posible para alcanzar popularidad, éxito, credibilidad, reputación y recordación, condiciones que aunque parecen similares, son muy diferentes porque pueden generar un efecto adverso.
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En el ejercicio político hay que tener cuidado con la simulación y su práctica desmedida, sin confundir populismo con popularidad para no caer en la trampa de ser recordados más por los desaciertos que por los aciertos.
Aunque sí son una evidencia de la percepción y sentir de la ciudadanía, no son necesarios muchos sondeos de opinión para evidenciar la inconformidad y develar la máscara de un mal gobierno. Ser recordado en la historia como uno de los más desacertados gobernantes no es la mejor estrategia.
El cuento de que no importa si es por bueno o malo, pero que lo recuerden a uno, es una farsa; nadie quiere ser recordado por lo que dijo que hizo sin realmente hacerlo. Ya la ciudadanía no traga entero y mostrarse ante la comunidad internacional con los últimos afanes de popularidad, son patadas de ahogado cuando se tienen niveles de aceptación y credibilidad muy bajos y cuando ya la ciudadanía espera que el tiempo transcurra más rápido para que la farsa termine y el telón se cierre hasta la próxima función.
No muchos estuvieron atentos a la última intervención del presidente Santos como gobernante en la asamblea de las Naciones Unidas, sobre la que entre otros aspectos, llama la atención que no es real que se hayan superado los odios y vencido los temores. Hoy el país está polarizado, paranoico, decepcionado, más intolerante y a punto de colapsar. El ejercicio de derechos fundamentales como el de la salud, han salido del control de las autoridades y no pueden ser ejercidos con equidad por la ciudadanía.
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Es verdad que la principal cuota del presupuesto nacional, después de lo que se desvía para los tentáculos de la corrupción, es para la educación, pero no se reconoce que la inversión no se retribuye en calidad y cada vez hay más deserción por desmotivación de los jóvenes que no ven un futuro prometedor.
Ni la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición están garantizadas, son un camino largo del que el mayor trecho le corresponderá recorrer a otros gobiernos y para el que se necesitan recursos que cada vez se hace más complicado gestionar porque son más las puertas que se cierran que las que se abren en el ámbito de la cooperación internacional.
Tampoco es creíble asegurar que se está avanzando en el proceso de sustitución de cultivos ilícitos cuando hace pocos días el país fue advertido sobre la posible descertificación por el aumento de cultivos.
Por supuesto que hay que ser más inteligentes e innovadores para entender que la simulación es el uniforme de la mentira, el engaño, la hipocresía y la ineptitud. Muchos imperios, monarquías, tiranías y malos gobiernos son recordados como experiencias que ningún ciudadano quiere volver a repetir porque como dijo el mismo José Ingenieros: “hay miserables afanes de popularidad más denigrantes que el servilismo”.