Me reafirmé en la idea de que se trata a no dudarlo de un libro apasionante, mágico, inteligente, audaz
Tal vez a propósito del día del idioma, un amigo está preguntando por las redes ¿cuál libro agradecen haber leído?
Hubo quien respondió que todos y, de alguna manera, tiene razón. Pero creo que la intención de la pregunta estaba orientada a que confesáramos ese libro que deja huella.
No sé a quién le escuché o le leí que lo que diferencia a un buen libro de un libro malo o de un libro basura, es el impacto que produce en nuestro ser. Un libro memorable es ese que, cuando lo cierras después de leer la última página, sabes que ya no serás el mismo ser humano que eras cuando lo empezaste a leer.
Y entonces, en el trance de responder la pregunta, descubre uno que hay libros trascendentales que marcan una impronta en períodos de tu vida. Creo que hay un libro de la infancia, un libro de la adolescencia, un libro de los tiempos universitarios, un libro de los tiempos adultos. Es cierto también que cada fase existencial puede tener varios textos memorables.
Y es que hay libros aleccionadores, libros desgarradores, libros emocionantes, libros trascendentales, libros divertidos, que dejan huella por esas y otras múltiples razones.
No es fácil tomar una decisión.
Cuando me decidí engrosar la lista de quienes le respondían al amigo confesé que era El Péndulo de Foucault de Umberto Eco. Al minuto me arrepentí. Sentí un cargo de conciencia, me parecía que estaba siendo injusto con decenas de libros verdaderamente amados y trascendentales para mi existencia.
Tardé un buen rato en tranquilizarme. Fue necesario salirme del estado de solemnidad y entender la inocencia de la pregunta, inocencia en el sentido de que es un interrogante carente de mala intención.
Y entonces me recreé con el recuerdo, regresé a sus páginas, degusté diálogos, descripciones, información y me reafirmé en la idea de que se trata a no dudarlo de un libro apasionante, mágico, inteligente, audaz.
Una de las cosas que más degusté del Péndulo fueron las conversaciones entre Jacopo Belbo, Casaubon y Diotavelli. Me conmocionó esa fluidez, esa erudición que se hace sentir sin estridencia.
La descripción hecha por Diotavelli sobre de la manera como ha de leerse la Torah, me puso la piel de gallina. Nunca he visto un relato que refleje de manera tan emocionante y reverencial el acto de leer, de encontrarse con la magia de la palabra:
“El libro debe susurrarse en un cuchitril del gueto donde día tras día uno aprende a encorvarse y a mover los brazos apretados contra las caderas, y entre la mano que sostiene el libro y la que pasa las hojas debe haber un espacio mínimo, y al humedecerse los dedos hay que levantarlos verticalmente hasta los labios, como si se desmigase pan ázimo, tratando de no perder ni una pizca. La palabra debe comerse muy lentamente, puede disolverse y volver a combinarse solo si se la derrite en la lengua…”
¿No le parece a usted alucinante?