Y casi todo lo que creemos, decimos, pensamos y hacemos procede de la parte de nuestra mente rápida, intuitiva y poderosa frente a la lerda racionalidad.
El tema de la corrupción parece tener una dimensión profunda, vinculada a los hilos profundos de la naturaleza humana, y ya nuestra condición ha sido señalada como lo peor, la fuente de la traición, el engaño, la deslealtad, la ambición desmedida. Y por supuesto que no podemos olvidar que también lo excelso de nuestra dimensión angelical y el arte sublime se los vincula con esa compleja y paradójica naturaleza humana.
Pero a lo nefasto hay que buscarle su génesis y no se lo puede hacer en marcos teológicos ni míticos que siempre nos repetirán las mismas leyendas con variaciones más o menos ingeniosas. La perfidia de la condición humana creo que está siendo investigada con tino por la economía conductual de un Kahneman o un Ariely y sus trabajos ya están desplazando el interés que por siglos tuvo en estos temas la filosofía moral. Era hora, pero ya sabemos que el progreso de la filosofía moral ha sido lento y a ritmo de piedra si lo comparamos con la filosofía natural que es la misma rutilante ciencia moderna. Es significativo que Richard Thaler, otro investigador de la economía conductual, recibiera este año el premio Nobel de economía.
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Sé que molesta que autores de ingeniosos experimentos con nuestro comportamiento le hablen con propiedad a los rancios profesores de ética y le corrijan la plana a una tradición tan respetable, pero la filosofía ya se redujo gravemente a un pensar, la maldad de Auschwitz y el escabroso siglo XX casi la convierten en un bello trasto al lado de la numismática. El hecho es que cotidianamente estamos tomando toda clase de decisiones y en ellas se vuelven a debatir nuestro sólido paleocerebro y la joven lógica. Y esto último no es un eufemismo pues veinticinco siglos son un parpadeo en nuestra historia.
Los investigadores que menciono solo empezaron a poner en duda los supuestos básicos de la propia filosofía: que somos seres amantes de la sabiduría y racionales. El aporte de Kahneman a la idea de la mente ya le valió su Nobel en el 2002. Encontró que sistemáticamente tomamos decisiones irracionales sin que nuestra conciencia participe. Ariely demostró una propensión a mentir siempre que el rédito sea inmediato y sin riesgo aparente. Frente a riesgos básicos y oportunidades de ganar algo la fisiología es idéntica: el ritmo cardíaco se acelera, las pupilas se dilatan; tal como sucede cuando se miente deliberadamente. En el azar y al asumir riesgos nuestro sistema intuitivo actúa con una seguridad pasmosa mientras el ejercicio del cálculo requiere más tiempo y energía. Nuestra razón es muy perezosa y costosa energéticamente hablando. Y casi todo lo que creemos, decimos, pensamos y hacemos procede de la parte de nuestra mente rápida, intuitiva y poderosa frente a la lerda racionalidad.
En palabras sencillas nuestro mecanismo optimizador de energía, nuestra tendencia a la ley del menor esfuerzo gana la partida casi siempre. Por ello el camino de progreso moral es tan lento y en cada ser humano vuelve la humanidad a empezar su camino mientras el viejo camino de la astucia ya lo sabe hacer, tal como sucede en los reptiles. Y por supuesto que la rancia filosofía ya sabía casi todo esto pero no con la precisión con la cual se calculó el perímetro terrestre. Hay una interesante noción a la cual deberemos atender y es la de sesgo cognitivo, nos llevan a confiar en la personas erróneas, hacer elecciones desastrosas, pero sobre todo a actuar inadecuadamente cuando hay dinero de por medio.