Que la historia se conozca y se difunda y se lea y se vea y que nos reconozcamos en ella son para los que creen que tienen el poder un asunto peligroso
Al compadre Alonso Berrío - Cienaguero por adopción
La historia podría contarse como un periodo de guerra, interrumpido por cortas pausas de paz.
Es un cliché cierto que la historia la escriben los vencedores y en Colombia la historia sigue siendo en general la versión de la Regeneración, para ellos el siglo XIX fue un despelote causado por el libertinaje de los radicales y la influencia francesa y Núñez, pero sobre todo Caro pacificaron esta selva y nos volvieron al redil de España y la iglesia católica civilizándonos.
Hace unos días escuché una conferencia de la doctora en historia y profesora de Eafit Patricia Cardona, en la que nos contó con detalle y con pasión la historia de los libros de texto para la educación básica que desde los años tempranos de la república empezaron a escribirse. Patricia soltó varias perlas, las épocas en que se le daba el protagonismo de la fundación del país a Santander y como después los regeneracionistas lo cambiaron por Bolívar (Recuerden que la hoy Plazuela de San Ignacio de Medellín se llamó de Santander, hasta la Regeneración). O cuándo los conservadores eliminaron la revolución de independencia y la convirtieron en guerra de independencia, sacaron al pueblo y dejaron solo a los militares. La historia de los derrotados y de los pobres suele ser más divertida, pero no era bueno contarlo así.
También era importante, sobre todo para Miguel Antonio Caro y amigos que quedara bien claro que España es la madre que nos dio lengua y religión y civilización y había que bajarle el tono a la opresión española. O sea, indios poco interesar.
Patricia publicó al final del año pasado Trincheras de tinta en la que nos cuenta su pasión, narrarnos con todo el detalle las guerras por la historia nacional y como se batían los nóveles historiadores y pedagogos colombianos en sus duelos retóricos por la historia patria, mientras los militares lo hacían en los campos de batalla.
Y esa batalla no termina. Hace una semana una popular politóloga de la Universidad de los Andes, ahora congresista, nos contó en dos frases muy ilustrativas la visión de la historia de Colombia que se buscará imponer si su partido y aliados gobiernan a Colombia a partir de agosto del 2018.
La primera, la tal “La masacre de las bananeras no existió” y la segunda los tales “Desaparecidos del Palacio de Justicia no existieron”, la novísima historia de Colombia en 14 palabras. Aunque creo que le faltó decir que la tal masacre y los tales desparecidos eran invenciones de los conspiradores judíos, masónicos y comunistas, resucitando a su mentor Laureano Gómez.
En las redes el tratamiento al debate que ella propone, ha sido de cuarta y no vale la pena referirlo. Pero es legítimo preguntarnos como nación si esos hechos fueron reales o no y si vamos a la historia profesional, académica las pruebas de que así lo fueron son abrumadoras. Las publicaciones muy completas de los periódicos, los debates realizados en el congreso organizados por Jorge Eliecer Gaitán, transcritos día a día por la prensa de Bogotá, los efectos políticos, la destitución del general Cortés Vargas, la derrota conservadora de 1930, la huida de la compañía bananera de la región, los testimonios detallados de los sobrevivientes publicados 50 años después en 1978 y que merecieron un premio nacional de periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá – CPB, no dejan lugar a dudas.
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Gaitán, recién graduado magister en derecho penal de la Universidad de Roma y joven representante a la Cámara por el Partido Liberal centró su investigación, 15 días recorrió el eje bananero del Magdalena, en la declaración del cura párroco de Ciénaga el padre Francisco C. Angarita, que denunció no solo la masacre, que no fue el hecho más grave, sino lo que ocurrió en los tres meses siguientes en los que el general Cortés fue jefe civil y militar de esos municipios, declarados en estado de sitio por el presidente Abadía Méndez.
El padre le describió a Gaitán el infierno que vivió en la tierra y como, financiados por la United, las FFAA ejecutaron extrajudicialmente a cientos, desaparecieron a otros tantos, torturaron a varios miles y como el epicentro de todo eso fueron los campamentos de la empresa y la cárcel municipal. Le contó a Gaitán y cincuenta años después lo repitieron los sobrevivientes, como el curita se le atravesaba a los camiones del ejército cargados de presos a los que llevaban al paredón, escondía obreros, visitaba la cárcel, alimentaba los presos, enfrentaba a los comandantes militares. Y yo escuche el mismo relato 80 años después, el 6 de diciembre del 2007, en la plaza de la estación del ferrocarril de Ciénaga, cuando en andas subieron a uno de los acólitos de la parroquia que acompañó al presbítero en su acción heroica.
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El problema es que nada de lo anterior lo conoce la politóloga de los Andes ni la inmensa mayoría de los ciudadanos. Quizás algunos mezclan realidad y ficción gracias al relato de García Márquez en Cien Años de Soledad, en el que los hechos son una hipérbole, porque son el giro del destino, el centro de la novela. Pero los hechos están contados así por los efectos reales que produjeron en él, en su familia, en Aracataca, en la región y en Colombia. En la tragedia que narra no están los hechos tal cual fueron, pero si están todas consecuencias, por eso estremecen. Y la cara B de esa historia está en el primer capítulo de sus memorias.
Claro, nadie desconoce las intenciones de la politóloga Cabal, y eso es fácil de lograr cuando dos terceras partes de los habitantes del país, viven al diario, en la incertidumbre labora y sometidos a la tv privada. Cuando no alcanza para comprarse un libro, cuando las escuelas han dejado de enseñar historia y a la mitad de la gente se le lleva a votar, se puede decir cualquier vaina.
Con el Palacio de Justicia pasa lo mismo a pesar de la televisión, de los medios, de los testimonios, de la lucha de familiares y organizaciones de derechos humanos, incluso a pesar de la solicitud presidencial de perdón público de noviembre 2015 por los delitos cometidos por las FFAA esos días de noviembre. Todo es una estrategia de la subversión y el comunismo que infiltró a la rama judicial y busca el deshonor y la desmoralización de las fuerzas armadas.
Que la historia se conozca y se difunda y se lea y se vea y que nos reconozcamos en ella son para los que creen que tienen el poder un asunto peligroso y comunista. Por eso la historia oficial de los últimos 30 años huele mal y no cuadra. Por eso al menos las encuestas preelectorales le están dando resultados regulares al establecimiento. 2018 como 1928 puede ser año de giros inesperados.