Nos quedamos en la guardería “Mi primer Bicentenario” jugando con fuego a la guerra y a que te cojo ratón a que no gato ladrón.
Y llegó el año del Bicentenario: 200 años de la Batalla de Boyacá que tanto nos narraron desde niños, esa, la del puente, la que dio la estocada final al ejército español para que se fuera de estas tierras lejanas que no eran un país sino unas aldeas regadas por ahí en montañas, valles y costas.
Se fueron ellos y no supimos qué hacer porque eso no se aprende así nomás como le ha pasado a tantos pueblos incluyendo a la gran Francia después de la Revolución que sin embargo a los pocos años encontró su rumbo, a costa de mucha sangre, eso sí.
Y han pasado 200 años de la heroica, de la épica Independencia que fue como pasar por entre el Arco del Triunfo para caer en un abismo.
No hemos sabido cómo aprovechar estas tierras, ni cómo identificar al colombiano en medio de las naturales diversidades (¿alguien sabe qué es y cómo es un colombiano tipo?), ni hemos sabido civilizarnos porque volvimos zona de confort a la guerra y las violencias quizá porque fue nuestro útero y nuestra sala de parto y nuestra cuna y nuestra nana y sigue siendo nuestra guardería y al parecer lo seguirá siendo cuando de pronto empecemos la primaria.
Sí. Nos quedamos en la guardería “Mi primer Bicentenario” jugando con fuego a la guerra y a que te cojo ratón a que no gato ladrón.
No somos una nación sino una confrontación.
Ejemplo lo que hoy vive Colombia pero siempre ha sido así: Nos levantamos, damos unos pasos adelante, nos caemos, nos volvemos a levantar, damos dos pasos adelante y tres hacia atrás y así durante 200 años y quién sabe durante cuántos más.
Ejemplo los días que vivimos hoy que son los mismos que han transcurrido desde que empezamos a cumplir el Bicentenario pero con distintos nombres, uniformes, hechos, banderas, partidos partidos y casi los mismos apellidos que es como si esto fuera una riña entre generaciones de familias hacendadas cuyos peones se matan entre sí y va uno a ver y sí.
Los días de hoy y los de ayer y antier desde que empezó el Bicentenario cuando varios pensaron y piensan que era y es más fácil gobernar a un pueblo amedrentado, amilanado, contenido y sometido. Los días de hoy sin empanadas en la calle, de objeciones a la paz y pretensiones de constreñir la libertad de cátedra y de imponer la verdad histórica oficial hasta quizá convencernos de que la Tierra es plana que no son coincidencia porque esa forma de gobernar ya está inventada desde el Imperio romano y mucho antes.
Revivamos, revivimos nuestra historia hoy cuando siguen alargando el Sí y el No para sacarles todo el jugo electoral posible y por eso la arremetida contra la JEP y por eso hay que polarizar y someter por todos los medios posibles porque es que aquí también a miles les gusta que su presidente tenga bien amarrados los pantalones ¡carajo! porque un presidente berraco ¡carajo! es lo que necesita este país como pensaban desde Bolívar pasando por Núñez y Reyes hasta nuestros días cuyos nombres propios no menciono si hiciera falta porque ya es hora de dejar de gritar nombres propios a ver si así deja de crecer la cizaña personal y empezamos a pensar en nación aunque ello nos demore otro Bicentenario.
Pero hay que iniciar el camino del respeto, la ecuanimidad y la cordura que no es otra cosa que la tibieza con que tantos nostálgicos de guerras más cruentas y otros tantos ávidos de otras guerras aún más cruentas insultan como si fuera un delito de lesa colombianidad querer el diálogo, la sindéresis y la paz del capitolio y de las columnas de opinión así como la paz del campo.
Es que no son aguacates ni ballenas, no era ni es el Sí ni el No, no eran las Farc ni los paracos, no eran los liberales ni los conservadores, no eran los chapetones ni los criollos, no.
Somos nosotros.
Y entonces es más grave porque si como creo somos nosotros la cosa es peor de solucionar a no ser que nosotros y en especial nuestros dirigentes y líderes pero también rasos y de a pie respiremos profundo, contemos hasta 10 y cambiemos.
Cambiar, pero, ¿y quién le pone al cascabel al gato? ¿Y quién se lo pone si cuando alguien lo intenta lo acusan de tener cartas bajo la mesa o intereses electorales de ocasión o lo increpan porque ya creen que es un insulto gritar “hijue-tibio” en las guaridas de las redes, en las marchas de todo y en las opiniones de prensa?
¿Y si los colombianos dejamos esta sublime e inmarcesible imbecilidad de rechazarnos, insultarnos y matarnos? Quizá si eso pasa el bien germine ya.