Además de un contrato social, también es necesario tener un Contrato Natural que comprometa a todos a las naciones y a cada uno de nosotros con la defensa de los ecosistemas y la sostenibilidad de los demás bienes naturales (mal llamados recursos naturales).
Acaba de morir el filósofo francés Michel Serres, profesor durante muchos años de la Universidad de Stanford, California. Escritor prolífico e historiador de las ciencias, apasionado por la ecología y por todas las formas del saber, tanto científico como literario. Uno de sus más conocidos libros es El contrato natural, publicado en 1990, es un llamado a reconciliarnos con la naturaleza, el cual es plenamente vigente ante la actual crisis ambiental relacionada con el cambio climático. Tal como nos lo recordó Manuel Guzmán con su reciente columna en el periódico El Tiempo, poco antes de su muerte Serres insistía en que todavía es tiempo para un contrato con la naturaleza, idea ésta que fue debatida hace poco por el grupo de ambientalistas que defienden la Paz de Colombia, cuya conclusión se resume en el siguiente postulado: “Debemos decidir la paz entre nosotros para salvaguardar el mundo, y la paz con el mundo a fin de salvaguardarnos”.
En El contrato natural, Serres clama por la urgencia de establecer un pacto con el mundo natural, con el que hemos llegado a establecer una relación de dominio posesivo y de violencia. En dicho pacto serían partes contractuales, por un lado, la comunidad humana asociada por lo que Rousseau llamó el Contrato social y, por otra, la naturaleza global, el planeta Tierra. No es suficiente con tener un contrato social de buena convivencia, también es necesario un contrato natural que comprometa a todos los seres humanos con la defensa de los ecosistemas y la sostenibilidad de los demás bienes naturales (mal llamados recursos naturales).
El libro de Serres empieza con la descripción del cuadro Duelo a garrotazos de Francisco Goya, donde se muestran dos duelistas en pleno combate ambos con las piernas enterradas hasta las rodillas en el fango. "Pues bien, Goya hundió a los duelistas en el barro hasta las rodillas. A cada movimiento, un agujero viscoso se los traga de tal forma que gradualmente se van enterrando juntos. ¿A qué ritmo? Depende de su agresividad”. Los combatientes no advierten el abismo en el que se están precipitando, mientras que los espectadores que observan la pelea creen que uno de los dos triunfará y hacen sus apuestas por el uno o por el del otro. En un combate con resultados fatales, ni los combatientes ni los despistados apostadores se dan cuenta de que existe un tercer actor en la escena: la ciénaga en la que la lucha se enloda. Con la ciénaga, mundo de arenas movedizas, Serres figura la tragedia en la que tanto los combatientes como los apostadores van todos juntos a perder, donde lo seguro es que la ciénaga a todos los absorberá, mucho antes que ninguna de las partes involucradas haya saldado sus cuentas. Madre Gaia será, al final, la única triunfadora en que nuestra insensatez nos ha sumergido, ya que para nada la Diosa Naturaleza de los antiguos griegos, recreada por James Lovelock en el Siglo XX, precisa de la presencia de los humanos.
Que mejor ejemplo de lo que describió Serres que la actual guerra económica declarada por el gobierno de Trump a China y la consecuente reacción de esta última nación, la segunda economía mundial. En esta confrontación todos perderemos, incluyendo los ecosistemas planetarios.
Serres propone añadir al Contrato Social un nuevo contrato, El Contrato Natural. Así como existen los derechos humanos deben existir también los derechos del planeta y debe ser el ser humano quien asuma su defensa, la cual es la misma defensa de nuestra vida. Lo mismo que protegemos un parque o una reserva natural, deberíamos contar con una autoridad mundial para la defensa de los ecosistemas globales. Para que esta autoridad opere, se requiere un profundo cambio de mentalidad, en la que el hombre ya no se crea más ser el centro del universo con derecho a destruirlo todo, sino que, por el contrario, viva, o más bien debería decirse con-viva con un planeta del que somos sólo una parte más.
Colombia ha dado un paso adelante en la vía del Contrato Natural. Es así como la Corte Constitucional, mediante Sentencia T-622 de 2016, reconoció al río Atrato como sujeto de derechos, con miras a garantizar su conservación y protección. Para ello le ordenó al Gobierno Nacional elegir un representante legal de los derechos del río, y mediante el Decreto 1148 de 2017 el presidente de la República designó al Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible como su representante legal. Confiamos en que algo se pueda hacer no sólo por el río, sino por las comunidades que lo habitan y del cual dependen para su subsistencia.
La propuesta de Serres insiste en respetar y fomentar las prácticas de los pueblos indígenas que han sido respetuosos con el entorno. Como complemento a la sabiduría ancestral, por ejemplo, deberíamos denunciar los peligros que para los ecosistemas conlleva el uso de agroquímicos y pesticidas, así como el uso de los biocombustibles que ponen en riesgo la sostenibilidad alimentaria, para cuya producción, además, se destruyen bosques naturales, fuente de la biodiversidad.
Serres nos recuerda que los bienes naturales se agotan, unos porque no son renovables y otros porque se degradan con el mal uso. En especial, el filósofo se preocupa por el acelerado consumo de los combustibles fósiles, de los que depende ahora mismo el sistema económico mundial y, por otro aspecto, denuncia como el acceso al agua potable se hace cada vez más difícil para grandes comunidades.
Para mitigar el daño que le estamos haciendo al planeta y a sus ecosistemas no hay una solución única, pero si acciones a nuestro alcance. Ente ellas: Reducir consumos superfluos impuestos por la moda, optar por cultivos sin agroquímicos ni pesticidas de origen químico (lo repito) y por industrias con cero desperdicios, limitar la expansión del hato ganadero, promover el reciclaje y el desarrollo de energías renovables, frenar la tala de los bosques. Estos propósitos y acciones no deberían ser utopías, necesitamos que sean realidades.