El populismo en su fuente y su destino final no es uniforme, uno y unívoco
Nada tan incoherente como el populismo. Fenómeno que se presta para todo tipo de confusiones. Dondequiera se presente en este continente, siempre será difícil advertir su meta, su intención y derrotero, si por ventura los tuviere. Arduo resulta saber, en síntesis, si es de derecha o de izquierda, entre otras cosas porque en el mundo actual ambas orillas se encuentran, se yuxtaponen y entremezclan cada vez más, irrigándose mutuamente. Y es todo un acertijo adivinarlo porque la prédica, tanto de la una como de la otra vertiente, raramente concuerda con sus realizaciones y sus métodos. Lo que desde la oposición se pregona en la calle cuando se busca el poder, no encaja en lo ejecutado al detentarlo, si corona su objetivo de llegar a él.
Por ejemplo Rojas Pinilla, paradigma del populismo en Colombia, su expresión más acabada, hizo un gobierno de derecha, en lo esencial idéntico al de sus antecesores Laureano y Ospina. O sea autoritario e inflexible en su postura de no tocar las inequidades sociales consabidas. Pero una vez depuesto, ya en la oposición y pugnando por retornar al solio presidencial, se convirtió, por arte de birlibirloque, en el portavoz de los excluidos que antes ignoró. No lo fue cuando fungiendo de dictador, sin un congreso ni nada que lo estorbara, pudo dictar medidas y emprender reformas a favor de aquellos, arañando privilegios ancestrales. Su discurso en esta segunda fase, la de la calle, se tornó redentorista y justiciero, recogiendo el clamor de las capas olvidadas de la sociedad.
Con Perón pasó lo mismo. Hizo un gobierno de derechas, tanto que fue el aliado vergonzante, no declarado pero efectivo, del Eje nazi fascista enfrentado al Occidente liberal en la segunda guerra mundial. Entonces se apoyaba no solo en los sindicatos, como lo aparentaba, sino básicamente en el lumpen, esa masa informe de los desclasados sin oficio, a la que halagaba con holgados subsidios. Pero cuando cayó cambió de filiación, se volvió izquierdista y se apoyó en el obrerismo organizado, en cuyo beneficio él y sus sucesivos herederos, hasta llegar a los Kirchner de ahora, gobernaron Argentina hasta casi arruinarla por cuenta del asistencialismo desbocado que entró a saco en los recursos del Tesoro, cada que se tuvo acceso a él.
Ocupados del tema hoy, no olvidemos algo en que ya recabamos y que cobra relevancia ahora que una nueva ola populista amaga con anegarnos: tres décadas antes de la existencia de Anapo tuvimos en nuestro suelo un precedente, algo similar a aquella en su perfil al menos. Precedente personificado en Gaitán, pero con características propias de la época, que era otra, y que lo singularizaban a él en parte. En sus ademanes y estilo Rojas y Gaitán no se parecían. Tampoco en el contenido del mensaje, pues a pesar de la rimbombante teatralidad desplegada en esa Italia de los años veinte, donde el joven Gaitán residía y en parte pudo haberse contagiado, sus arengas y oraciones nunca se apartaron de la más pura ortodoxia democrática. Sucede que la plaza pública induce y contamina, y es el escenario preferido de los populistas, más que el foro y la academia, donde tendrían que apelar al razonamiento, ya no para enardecer sino para convencer. Y éste no abunda en ellos. La proclividad señalada es inseparable de la demagogia (exacerbar el odio y la vindicta social ofreciendo utopías e imposibles paraísos futuros). La eficacia política de la demagogia, conviene advertirlo, depende mucho del ambiente en que se practique. De si es a cielo abierto o “de cara al sol”, como rezaba el himno de los falangistas españoles, discípulos de Mussolini, antes del alzamiento de Franco. La demagogia populista pues, no surte el mismo efecto en panfletos y textos escritos, pues la turbamulta a la que va dirigida no sabe leer, o no lo acostumbra. Y además no tiene acceso a la prensa escrita. Si hacemos pues un paralelo entre gaitanismo y rojaspinillismo encontraremos más diferencias que semejanzas. Lo que quiero significar, en suma, es que el populismo en su fuente y su destino final no es uniforme, uno y unívoco. Y así como en Colombia tuvimos en el pasado varias modalidades, y en el presente también (sin excluir la de Petro, por supuesto), también las hay en el resto del planeta. Hay rasgos comunes, pero no son lo mismo el turco Erdogan y el vecino que nos cupo en suerte, o sea Maduro y los Diosdados que lo nutren y rodean.