Montando la bestia

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
16 julio de 2020 - 01:05 AM

Algún día toda la nación dejará de ser montada por caballeros que de corteses y elegantes tienen muy poco, sólo saben montar, imponer a zurriago y soga.

Medellín

En Antioquia hay tradición de cuidado de las bestias, vacunas y caballares, pero es el grupo de los equinos el privilegiado y no se puede olvidar que llegaron con los conquistadores y fueron herramientas para el descubrimiento y la colonización. Relatan los cronistas que antes de llegar al Valle de los Aburraes Jorge Robledo, en inmediaciones de Frontino, tuvo que utilizar parte de las botas y algunas adargas para hacer con aquellas fuelles y con estas herraduras que necesitaban los caballos. El dominio de América se hizo montando bestias y hasta el sol de hoy se sigue la tradición.

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Los caballos son para montarlos, para exhibirlos como muestra de poder y jerarquía; hace muy poco uno de los ejes de la Feria de las Flore era la exhibición de hermosos ejemplares que cruzaban las calles depositando toneladas de cagajón. Y se cuentan por miles y esa manera de enumerar al bulto se usa hasta para posicionar festivales de poesía. No dudo que los poetas son bellos animales. Entrado en tema debo confesar que nunca me ha gustado montar en bestias y de los poetas prefiero su poesía. No disfruto ese placer de dominar el animal, pero sí tengo claro que hay una lógica implacable en asuntos humanos que dice que si no montas serás montado. Y es que a uno lo montan en empresas, en tareas, sin preguntarle; mujeres y hombres muchas veces van al matrimonio porque se la montaron y se convirtieron en una empresa, cuando simplemente querían ser libres y no reproducirse. Pero así son las cosas en esta tierra de arrieros poderosos y caballeros implacables y los que vamos de a pie somos víctimas posibles de que nos cabalguen.

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Recuerdo anécdotas. Jerónimo Luis fue casado y el sitio para la luna de miel fue elegido en alguna hondonada, que para llegar se necesitaban bestias. Y mandaron las del abuelo tahúr y patán que estaban acostumbradas a su mano de alcalde primerizo y él las compró con esfuerzo pues tirar dados sobre ruana tiene su ciencia. No como otro alcalde de la Villa de la Candelaria que se enamoró del más hermoso corcel de un antepasado de los Ochoa, vecino de Sabaneta, hace más de tres siglos la pilatuna. Y le mandó a pedir ese caballo y Ochoa se negó y prefirió sacrificarlo de un tiro de arcabuz, así han sido los Ochoa y así son los alcaldes. Vuelvo al cuento de Jerónimo. Montados ya en las bestias y estrenando mujer no supo ella manejar la rienda y se dirigieron a dónde siempre lo hacía su dueño, zona de luces rojas. Conocía el camino pero no era el que Jerónimo quería para su esposa y le explicó que hay que llevar las riendas con firmeza. Y eso lo sabía Jerónimo, pero no Elenita que era imponente pero no en materia equina; del cabestro Jerónimo tomó la bestia de su mujer y la apremio con fuetazo sobre el anca, Elenita se asustó y lanzó gritos amenazantes, afirmando que su marido la quería matar, pero estaba empezando la luna de miel y se calmaron los ánimos. Ese día supo Jerónimo que las bestias hay que saberlas conducir, de lo contrario llevan a uno por mal camino, y eso fue el destino de mi amigo por 10 años hasta que se bajó de ese potro y supo por experiencia directa que si no montas serás montado. Algún día toda la nación dejará de ser montada por caballeros que de corteses y elegantes tienen muy poco, sólo saben montar, imponer a zurriago y soga.

 

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