En su estimulante y erudito libro Nacionalismo: cinco vías para la modernidad, Liah Greenfeld estudia los orígenes del nacionalismo en Inglaterra y las formas posteriores que adoptó en Francia, Rusia, Alemania y Estados Unidos. Los cinco diferentes tipos de nacionalismo fueron escogidos por su importancia en el desarrollo de la política moderna. Una premisa central del libro señala que el nacionalismo es el elemento constitutivo, o el principio organizador, de la modernidad. Además, que en el mundo la democracia surgió en la forma de nacionalismo, caracterizada aquella por el reconocimiento de que la soberanía reside en el pueblo y por la igualdad de los miembros de este.

Con posterioridad, una reseña anónima en la revista The Economist advirtió que el libro anterior tenía lagunas o carencias relacionadas con la economía, crítica que llevó a Greenfeld a escribir un nuevo libro titulado The Spirit of Capitalism. Nationalism and Economic Growth. Afirma allí que el nacionalismo es el factor responsable de la reorientación económica hacia el crecimiento, y que el dinamismo de la sociedad de Estados Unidos, su singular forma de nacionalismo, llevó la esfera económica a una posición sin precedentes en la conciencia moderna.

Se observa que los dos libros tienen tesis sorprendentes que otorgan al nacionalismo una importancia no considerada antes: aquel es responsable tanto de la modernidad como del crecimiento económico, y está íntimamente ligado a la democracia. ¿Son convincentes esas tesis?

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En primer lugar, para este columnista son las revoluciones científica e industrial las que abren el camino hacia la modernidad, y es en el proceso de modernización donde puede encontrarse la aparición del nacionalismo. Pero esto no ha sido siempre así: existen algunas Ciudades estado altamente industrializadas, como Hong Kong, que han alcanzado la modernidad sin requerir el nacionalismo. Otro ejemplo de interés proviene de un importante libro de Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, en el cual muestra que el tardío nacionalismo suizo fue una característica de la modernidad.

Pero es el gran historiador Eric Hobsbawm quien señala, en su libro Naciones y nacionalismos desde 1780, que la modernidad es la característica esencial de la nación y todo lo relacionado con ella, y que las teorías del nacionalismo como función de la modernización ocupan un lugar destacadísimo en la literatura reciente. Para corroborar lo anterior, cita los trabajos de Karl Deutsch (Nationalism and Social Communication. An Enquiry into the Foundations of Nationality, de 1953) y de Ernest Gellner (Nations and Nationalism, de 1983).

Para terminar, dejando pendiente lo relativo a nacionalismo y crecimiento económico, se menciona lo que dice Greenfeld en su libro y en algunos reportajes (ver http://tinyurl.com/RevistaDeLetras). El nacionalismo inglés originario buscaba competir con otras naciones y obtuvo una hegemonía económica; Francia intentó imitar el éxito inglés con la creación de una gran nación, no reconocida por la “miserable” Inglaterra, de modo que los dos países se volvieron enemigos; el nacionalismo ruso surge de una admiración por los valores de Occidente que, al no poder ser imitados, lleva a un resentimiento que desprecia dichos valores y crea unos propios basados en la sangre y la vastedad del territorio; en Alemania, el nacionalsocialismo desciende directamente del nacionalismo romántico de fines del siglo XVIII; y es el nacionalismo de Estados Unidos, heredero  del originario en Inglaterra, el que conduce en forma natural al capitalismo.

Todas las disquisiciones históricas y sociológicas no pueden hacernos olvidar las nefastas consecuencias que para el mundo ha tenido el nacionalismo que con frecuencia y en forma casi natural se vuelve apasionado, agresivo e invasor. Es responsable desde guerras binacionales hasta de carácter mundial. Ese nacionalismo, que con frecuencia alimenta cierta superioridad étnica o cultural, ha justificado imperialismos que imponen a otros pueblos su visión del mundo, se encargan de “civilizarlos” y, con el apoyo de cipayos de nuevo cuño, se apropian de sus recursos naturales.

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Antioquia y Chocó. Ha sido lamentable el manejo que autoridades y sectores antioqueños han dado al problema limítrofe con el departamento del Chocó. Si el problema es jurídico, bastaba interponer en forma tranquila los recursos constitucionales y legales que fueran apropiados; si se ha presentado algún cambio en la geografía, las autoridades de ambos departamentos debieron haberse sentado a dialogar para buscar una solución amistosa y no a enfrentarse como si pertenecieran a dos países enemigos; y asombra que el legalismo que nos agobia no haya considerado la posibilidad de preguntar su opinión a los más interesados en el asunto: los habitantes de los territorios en disputa.

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