La competencia de un territorio por los recursos de inversión exige habilidad para aportar elementos y activos reales que generen interés
La inversión extranjera directa (IED) en el mundo regresó el año anterior al nivel del 2010, por valor de 1,3 billones de dólares, 13 por ciento de ellos en Latinoamérica -casi 185.000 millones de dólares- donde Colombia fue el cuarto destino regional con el 6 por ciento, superada por Brasil, México y Argentina, quienes se destacaron por inversiones en agricultura y agroindustria (la mayor parte de 77.000 millones invertidos en esos sectores), tecnología, y manufactura, mientras nuestro país fue considerado, como siempre, para hidrocarburos y minería, y lamentablemente muy poco en actividades manufactureras, donde cayó la inversión 55,8 por ciento respecto al 2017. Ocupar la cuarta posición como receptores de IED en América Latina parece buena noticia, pero no lo es en realidad si consideramos la baja participación y el volumen; es lo mismo que para un ciclista arribar de cuarto en una etapa, pero a cinco horas del líder. De otra parte, hay que decir que la mayor parte de la IED en Colombia no correspondió a creación de nuevas empresas, sino que fue el resultado de reinversión de utilidades, y que, por el contrario, los aportes nuevos de capital disminuyeron 43 por ciento respecto al 2017; obviamente esta realidad nunca será dicha en discursos gubernamentales. Y las perspectivas para el país no son buenas.
Además de los países, las principales ciudades en el mundo y sus áreas metropolitanas quieren ser partícipes activas del escenario global, y se esfuerzan por hacerse visibles ante los inversionistas como parte de un gigantesco abanico de oportunidades del cual ellos seleccionan proyectos: ¿abro un almacén de ropa costosa y elegante en Londres, o me decido por Envigado, la ciudad colombiana?; ¿sigo fabricando joyas en Vicenza, o me traslado hacia Colombia, donde no hay joyería pero sí mucho oro y una historia de orfebrería? Fundamental para una ciudad o territorio resulta la existencia de una inversión potencial, que es aquella que surge de la interacción entre intereses de un inversionista y ventajas que se ofrecen desde la región, lo que permitiría dar un paso siguiente para que la potencialidad sea prioridad, correspondiendo tanto a las necesidades y deseos del inversionista como a los objetivos de desarrollo y crecimiento de la ciudad. La competencia de un territorio por los recursos de inversión exige habilidad para aportar elementos y activos reales que generen interés, y no como ocurre; por ejemplo, en Medellín, solo con recurrentes discursos sobre lugares comunes acerca de la resiliencia de la ciudad, el talento, el emprendimiento, la conectividad, la existencia de un entorno business friendly, y más recientemente, su Centro Afiliado al Foro Económico Mundial para la Cuarta Revolución Industrial; todo ello es muy bonito pero no genera retornos en proyectos de inversión. Al inversionista solo le interesa saber si hay algo en qué invertir, y si esa inversión le producirá ganancias. Nada más. No es fácil lograr notoriedad internacional: hay 4.000 agencias de promoción de inversiones en el mundo, que se disputan, por ejemplo, alguno de los 15.800 proyectos de inversión anual Greenfield -valorados en 800.000 millones de dólares- que son una forma de IED en la cual la matriz de una empresa comienza un nuevo emprendimiento en algún país, construyendo para ello nuevas instalaciones y generando nuevos puestos de trabajo. Para este tipo de inversiones, el gran enemigo en Colombia es la carga tributaria, respecto a la cual no puede hacer nada un gobierno municipal. Nos queda entonces la posibilidad de atraer inversiones a través de fusiones o adquisiciones, o de acudir a inversiones “brownfield”, que serían por ejemplo aquellas dirigidas a adquirir lo ya existente, posibilidad para muchas empresas antioqueñas que se ven agotadas productiva y comercialmente. Cualquiera que sea el tipo de inversión que se quiera atraer, resulta fundamental conocer nuestra real posición competitiva en relación con los principales factores que inciden en las decisiones de localización de las empresas inversionistas; solo así se podrá construir una propuesta de valor diferenciado del territorio que resulte de interés para ellas. Es el momento de hacerlo bien, dejando de paso la fea costumbre de maquillar con desordenadas cifras una tarea que quizás se está adelantando de la mejor manera posible y tal vez con mas seriedad de la que podemos suponer. Nos dicen que en poco más de tres años la IED en Medellín ascendió a más de 1.000 millones de dólares -cifra al bulto, sin ningún tipo de detalle-, y que para 2018 la meta es de 171 millones de dólares, que no alcanzaría siquiera al 2 por ciento de la pobre IED que recibirá Colombia este año.