Ahora, el neoliberalismo redondea la faena convirtiendo el ideal de la libertad en una forma disimulada de control y autoexplotación.
El ser humano nace para ser feliz. Y en la insaciable búsqueda de la felicidad la conquista de la libertad es un requisito fundamental. La libertad, entendida como una suma (lo físico, lo mental, lo económico, lo profesional), siempre choca con la economía: la primera escala de la libertad es la económica. Sin autonomía financiera la libertad es una quimera. Eso lo saben de memoria las generaciones mayores, que han librado y perdido tantas batallas en procura de ese ideal.
El capitalismo, entendido como el arte de la acumulación, siempre habla de liberalismo. El liberalismo económico fue una promesa que solo se cumplió para los dueños del capital. Ahora, el neoliberalismo redondea la faena convirtiendo el ideal de la libertad en una forma disimulada de control y autoexplotación. El sistema neoliberal logró que los trabajadores se convirtieran en empresarios, según Byung-Chul, con lo cual no solo logra importantes ahorros en salarios, infraestructura, prestaciones y horarios, sino que se beneficia del mayor rendimiento de los trabajadores independientes y, de paso, acaba con el derecho a la huelga, entre otros beneficios.
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El emprenderismo y la contratación de servicios personales, que constituyen uno de los nuevos paradigmas del mercado, ofrecen una sensación de libertad que jamás llega a materializarse, porque cuando el hombre cree que es más libre, en realidad se percata de que sigue siendo esclavo, ya no de otras personas, sino de sí mismo, prisionero de la exigencia de rendimiento y competitividad que exige en todos sus niveles la sociedad contemporánea.
Hoy vivimos con unja falsa sensación de libertad. El emprendedor cree que con su proyecto alcanzará la autonomía económica e ideológica que su trabajo remunerado no le permitió, pero termina trabajando las 24 horas del día, porque como dueño y trabajador no puede darse el lujo de rechazar clientes o de incumplir un plazo, a despecho de su tiempo libre y de su calidad de vida.
Con la llegada de Internet creímos alcanzar, ¡por fin! la soñada libertad de expresión e información, pero lo único que hacemos es entregar voluntariamente nuestra intimidad y nuestros datos a cambio de un espejismo, como quizás lo hicieron los indígenas americanos cuando entregaron su oro a cambio de espejos y crucifijos.
El sistema evoluciona y se vuelve más inteligente. Antes, para obtener información, los aparatos estatales amenazaban o torturaban; hoy la gente entrega voluntariamente la información en redes sociales, que luego el sistema procesa, interpreta y utiliza en su propio beneficio (el control ciudadano) o como negocio publicitario.
Este diagnóstico lo tiene bien claro el coreano Byung-Chul Han. (Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. 2014. Editorial Herder), quien expone que la nueva técnica del neoliberalismo es la autoexplotación, porque el ser humano contemporáneo llegó al detestable estado de ser su amo y su esclavo al mismo tiempo. Su tesis es que el control ya no se ejerce con la violencia, sino que se trata de un control psicopolítico.
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Bajo estas condiciones, el ser humano se vuelve altamente competitivo, razón por la cual se puso de moda la depresión. Para Byung-Chu, enfermedades como la depresión son expresión de una crisis profunda de la libertad. Eso explica por qué la gente no está satisfecha con su trabajo, según lo dicen repetidamente las encuestas, o porque aumenta en forma alarmante la tasa de suicidios, de los cuales nos lamentamos cada vez con más frecuencia.