Los cerca de 18 años que Blanca Nelly Daza lleva buscado a sus tres hijos, que fueron desaparecidos en el municipio de San Francisco (oriente antioqueño), pueden ser comparables con el tiempo que muchos de los cadáveres, ya identificados, de personas también reportadas como desaparecidas, llevan esperando que alguien se acuerde de ellos y los reclame. 

Daza a simple vista parece una mujer fuerte, pero lo cierto es, que haber soportado la desaparición de sus hijos Pedro Enrique Valencia de los 20 años, Nicolás Valencia de 22 y Alcides de Jesús Valencia cuando apenas tenía 11 años, sumado al asesinato de su esposo José María Valencia, la convierten en un ejemplo de resistencia que va mucho más allá de la fuerza, y que ella define en una palabra: perdón. 

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La esperanza de encontrar a sus hijos no la ha perdido, y aunque asegura que no puede dejar de esperarlos vivos todos los días desde que el Bloque Magdalena Medio de las Farc se los llevó, ha aprendido a aceptar que el tiempo se agota, porque según sus palabras “se está volviendo muy señora”.

En el país hay 47.117 víctimas directas de desaparición forzada, de las cuales 11.153 corresponden a Antioquia según el Registro Único de Víctimas (RUV), siendo este el departamento más afectado por este delito. 

Daza no ha sufrido solo la pérdida de los cuatro hombres más importantes de su hogar, asegura que ha perdido a más de siete miembros de su núcleo familiar entre hermanos, primos y sobrinos, entre los que a veces confunde los nombres porque “son muchos y ya no me acuerdo como se llamaba cada uno”.

Una situación similar de olvido ocurre con los 400 restos de desaparecidos que hasta ahora ya se han identificado en Medellín, pero que a pesar de tener una identidad clara ya nadie recuerda sus nombres ni pregunta por ellos.

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Para el subsecretario de Derechos Humanos de la ciudad, Carlos Arcila, la situación puede deberse a que los trabajos de localización de las familias a veces son muy complicados cuando llevan mucho tiempo de haber denunciado la desaparición y se pierden los contactos, o a que incluso, las familias pierden la esperanza y desisten de buscarlos.

“Hemos encontrado casos de restos de personas que hace mas de 15 años fueron reportadas como desaparecidas y que nunca nadie volvió de nuevo a reclamarlos”, asegura el subsecretario. 

“Muchas personas no saben que los restos pueden estar en alguno de los cementerios de la ciudad, incluso, como se encuentran cadáveres de personas de otras ciudades es más complicado que sepan que están aquí”, señaló Arcila.

Según la Secretaría de Inclusión Social Familia y Derechos Humanos, en Medellín se identificaron 124 personas desaparecidas en 2017, de las cuales solo 21 fueron reclamadas por sus familiares y a la mayoría se les dio sepultura en el Cementerio Universal. Mientras que en el transcurso de este año se han identificado 12 cuerpos y se han reclamado cuatro. 

En medio de la conmemoración de la semana del detenido desaparecido, que por ley se realiza la última semana de mayo, la ciudad se ha llenado de actividades simbólicas que pretenden acompañar a los familiares víctimas de estos hechos y darles una esperanza de reencuentro con sus seres queridos. 

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Una de las estrategias con las que la ciudad busca hallar a los familiares de los desaparecidos identificados es la revista Rostros, que según Arcila, ayudará a que las personas se enteren dónde están sus familiares reconociendo los rostros reconstruidos a través de escáneres, en un trabajo conjunto de esta Secretaría, la Fiscalía y Medicina legal.

“Son 2.000 ejemplares que estarán repartidos en diferentes centros de atención a víctimas y casas de justicia, con los que esperamos que el voz a voz también nos ayude a que la gente vea a alguien conocido en la publicación y transmita la información hasta que llegue a quienes la necesitan”, añade.

Mientras las entidades siguen haciendo los llamados para que las personas se acerquen a preguntar por sus familiares, la madre de los tres jóvenes añora que le digan algún día que ya no tiene que esperar más para hacer el duelo de sus “muchachos”. 

“Pasa que nos hemos ido envejeciendo, y muy seguramente muchos de esos cuerpos que ahora no tienen quien los recuerde ha sido porque los familiares morimos esperando que nos llamen a entregarnos nuestro desaparecido y se quedan sin quien los reclame”, apunta Daza, quien agrega que a pesar de todo vive feliz, cosa que se hace evidente cuando afirma que han sido muchas las madres, que como ella, han perdido el miedo y han ganado esperanza.

“Yo me siento en la capacidad de decir que no odio a nadie a pesar de que sigo esperando mis hijos; no soy nadie para juzgar lo que ha pasado en nuestro país y lo que quiero es dar un ejemplo a los niños y a los jóvenes para que entiendan por qué somos capaces de decir: ya perdoné, aunque  falte mucho camino por recorrer”, afirma Daza.