No podremos encontrar la bondad ni la belleza si se continúa rindiendo culto a la extrema vulgaridad, el reinado de los ignorantes y los incapaces.
Nuestra tarea está del lado de la superación de la barbarie que tiene forma nítida: escamotear la historia falsificándola, negando la crueldad ejercida por los gamonales, ignorando las matanzas conocidas e investigadas, minimizando el contubernio con los criminales, la torpeza al utilizar los recursos solo pensando en el beneficio de unos pocos privilegiados.
La civilización está del lado del trabajo digno, del enseñar a pescar, del cultivar el conocimiento, de dar oportunidades para que la inteligencia y la creatividad encuentren el camino. La cultura no está en la publicación irrestricta de la ordinariez y el elogio de la tontería. El progreso está al otro lado de lo que ahora se hace con la cultura espiritual y material que es usarla para fines ruines de vender la mentira de que todo está bien y ya superamos el horror de los desplazamientos y el enamoramiento con la fortuna fácil.
La bondad está en la otra orilla de los endiosamientos de los criminales, del culto a la delincuencia que tiene dos formas: la permisividad pusilánime o su combate hipócrita mientras se convive con ella en la puerta de al lado.
El bienestar está del lado del respeto por lo propio, sin ese engolosinado manoseo que eleva a los altares el pasado terrible como si fuera un trofeo. El bienestar no está de lado de la genuflexión a extranjeros solo porque traen algunos billetes en su bolsillo oscuro por lo que buscan en nuestras calles heridas. La alegría genuina no se viste de ropajes turbios, no se pone la seda que tejen los esclavos, no compra lo que a su vez ha sido adquirido con las monedas cubiertas de sangre de los explotados de la tierra.
La salud no está en la adoración de las armas y su uso en explosiones colectivas, tampoco está en la pólvora que se dilapida sin arte en cada esquina. No podremos encontrar la bondad ni la belleza si se continúa rindiendo culto a la extrema vulgaridad, el reinado de los ignorantes y los incapaces haciendo edificios que no soportan ni el viento, ni el paso de unos pocos años.
La alegría no está en esas máscaras inicuas que se ponen los violadores de los derechos humanos convertidos, como si fuera una moda, en defensores de los despojados y los humillados. Basta ya de ropajes inmaculados que no ocultan que se han nutrido de la sangre derramada por millones.
Tendremos que seguir denunciando el mercantilismo ruin con su brazo artificial del clientelismo político abyecto que no conoce límites y dilapida la herencia y los valores de la austeridad y además pone en remate el espacio público, las calles que son de todos. El mercantilismo criminal que se agazapa en cada licitación y destruye cada esfuerzo por recuperar los bienes comunes.
Pero sobre todo hay que combatir día a día la hipocresía de los que se niegan a denunciar el crimen que se comete en cada esquina y hace de cada oficina un templo a la estulticia y han convertido en evangelio la practica atroz de recordar “quien es uno” para no cumplir con la ley y las normas que nos protegen a todos.