Oiga, ¿es usted una persona autorrealizada?

Autor: Alberto Morales Gutiérrez
1 junio de 2019 - 09:02 PM

Que la ausencia de felicidad es un comportamiento antisocial, una patología. 

Medellín

Alberto Morales

Tienes que ser feliz. Ese es el mandato.

De manera sutil y perversa, los dueños de la civilización occidental han venido realizando un trabajo persistente, orientado a instalarnos la idea de que la felicidad está aquí, ahora, al alcance de la mano. Que la felicidad es una actitud, que si no eres feliz es porque no quieres. Que la ausencia de felicidad es un comportamiento antisocial, una patología.

Y cabalgando en ese discurso hacen estragos. ¡Exacerba la premeditación!

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He conocido un texto académico, laberíntico ciertamente, pero lúcido y potente, escrito por el profesor Mauricio Bedoya Hernández: La Gestión de sí mismo (Editorial de la Universidad de Antioquia 2018)

Quisiera compartir tres conceptos que, aunque tienen títulos “intrincados”, dan luces sobre la magnitud de esta conspiración y que el autor explica con solvencia:

1.- La subjetivación contemporánea

2.- El aplanamiento subjetivo y las tecnologías para el cálculo de la subjetividad

3.- Las psicociencias y la ausencia del alma.

El tema de la “subjetivación se entiende a partir del diagnóstico de Gilles Deleuze cuando destaca el tránsito de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control. En estas últimas sociedades (las de hoy) la condición para el buen funcionamiento “requiere de los medios de comunicación para que el poder no se desgaste y se produzca una regulación espontánea que autoengendre y perpetúe el orden social” (se refieren a una conferencia de Foucault en 1985). Esta tarea conquista lo que denomina un control sin vigilancia.

¿El resultado? Sujetos a quienes se les insta a “reinventarse continuamente, gestionando su capital humano y a hacerse espacio a partir de su propios movimiento”. Un tipo de comportamiento que solo es posible desplegar en un medio mercantil.

Así, el escenario queda dispuesto para el “aplanamiento subjetivo” que está ligado a lo que el autor denomina tecnologías para el cálculo de la subjetividad. Hace referencia al despliegue de test, escalas, baterías, protocolos, psicometrías, el perfil en la web, en fin, que promedian la “normalidad” y que ofrece dos problemas severos: “1. La subjetividad puede ser calculada, medida, objetivada” y “2. El sujeto es excluido de su propia experiencia y se le da potestad a otro individuo para escanear su subjetividad”.

Es aberrante la manera como esa reducción al promedio, ese aplanamiento, les permite “medir a los sujetos en sus relaciones de pareja, en la actividad deportiva, la vivencia afectiva y sexual, el nivel nutricional”… ¡todo!

En ese escenario macabro juegan un rol muy importante las que él denomina las psicociencias, puesto que a partir de lo que denomina la “arquitectura de la subjetividad” que propone el logro de un cuerpo y un estado de ánimo deseado, de motivaciones deseadas, de cogniciones deseadas, “no existen razones para no ser alguien autorrealizado. De hecho, no serlo te convierte en un sujeto enfermo y es allí en donde las psiciencias ingresan al escenario para garantizar que retornes al camino recto.

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El subtítulo del libro es esclarecedor: Ética y subjetivación en el neoliberalismo. El profesor Bedoya Hernández lo tiene claro.

 

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