País inexistente, diálogo inexistente, imposible

Autor: Darío Ruiz Gómez
23 junio de 2019 - 10:05 PM

El problema del Partido Comunista Farc fue, debo recordarlo, que para su concepción leninista la única patria posible era la “patria proletaria” o sea una entelequia, mientras el país real al cual sometieron bajo su infame violencia nunca cobró realidad en su lenguaje.

Medellín

Darío Ruiz Gómez

El bello poema de Ungaretti que termina reclamando: “Busco un país inocente” tiene una invisible relación con el reclamo de Hanna Arendt cuando nos dice que son dichosos aquellos que no tienen patria porque aún pueden buscarla. La idea de patria ha respondido desde su aparición a un concepto que se ha movido entre la demagogia y la ilusión de las gentes de reconocerse en un horizonte común, sueño acompañado de una larga historia de violencia contra comunidades pacíficas sobre las cuales se han desplegado persecuciones racistas, desplazamientos, matanzas o sea el dolor del exilio, la comprobación de que solamente la confianza en Dios permite no desfallecer ante la inhumanidad de cada nuevo poder. “Darío- me dijo mi papá antes de morir- en toda mi vida- él murió a los 90 años- en Colombia no he visto sino matar gente” La idea de Patria que nos daban los textos de escuela, aquella inolvidable Alegría de leer era la de un cándido patriotismo que como lo comprobé rápidamente carecía de fundamentación porque quienes debían afirmarla prontamente se dedicaron a mantener al país bajo los desafueros del miedo, lo que permitió que las gentes modestas fueran convertidas en “carne de guerra” precisamente por el hecho de ser modestas, que cada rostro familiar desapareciera en la abstracción monstruosa del centralismo político. Ningún pensador con una mayor clarividencia que Fernando González hizo gala de su cólera moral para fustigar las lacras de una sociedad hipócrita que recurría al patriotismo cuando le convenía a sus intereses pero se olvidaba de quienes, desde la dificultad, desde la pobreza habían sido capaces de darle dimensión histórica a ese territorio sin palabras que se va desplazando con nosotros buscando rescatar a los perdidos, huyendo de la falsedad de políticos y legisladores. ¿Qué hicieron de esta patria, se decía, los mercaderes del templo? La patria, lo saben millones y millones de desplazados, es un anhelo sin palabras, una luz que misteriosamente nos guía en la confusión. El problema del Partido Comunista Farc fue, debo recordarlo, que para su concepción leninista la única patria posible era la “patria proletaria” o sea una entelequia, mientras el país real al cual sometieron bajo su infame violencia nunca cobró realidad en su lenguaje como lo comprueba la retórica vacía de sus amnistiados comandantes, de los miembros del PC a quien tendríamos qué preguntarle sobre la Colombia campesina, la Colombia profunda que nunca vieron ni intentaron comprender. ¿Para quién luchaban entonces? ¿Sobre qué gentes o qué regiones escriben los intelectuales de la “extrema izquierda”? ¿Sobre qué bases, vuelvo y me pregunto, se basa su discurso sobre la paz y la desigualdad? ¿Qué es hoy, por ejemplo, el Chocó después del Acuerdo de la Habana y por qué ha desaparecido de los medios de comunicación, de las discusiones parlamentarias? ¿Acaso Chocó es solamente un problema lejano de orden público? Es necesario recordar que todo documento que se expone a la opinión pública, como no es un dogma intocable, terminará sometido inevitablemente al juicio de la ciudadanía y los colombianos que asistimos a las sesiones del Congreso sobre la JEP nos vivimos preguntando cuál fue la patria sobre la cual se fundamentaron esos acuerdos , cuál es, incluso, la patria que dicen representar los distintos parlamentarios nombrados por partidos políticos que hace tiempos perdieron su representatividad ya que no son portavoces de ninguna comunidad. ¿Por qué la férrea negativa a reconocer las verdaderas víctimas y a aceptar su presencia activa en estas conversaciones? Si acepto esa retórica de mentiras estoy muerto como un escritor que busca la libertad de la palabra. Yo puedo hacerme estos cuestionamientos desde mi libertad intelectual, libertad que me concede la ejemplaridad de los grandes maestros del pensamiento a través de los cuales aprendí a preguntarme sobre la necesidad de evitar que un vulgar revolucionarismo arrase con las conquistas de la civilización y la libertad ¿A nombre de qué país, entonces, después de cuatro años de charlas, siestas y whisky se llegó a un acuerdo de Paz entre Enrique Santiago y Santos? Un poder habla con otro poder que son dos abstracciones y no las realidades específicas que distinguen a los pueblos. Yo también “busco un país inocente”.

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