Se ahondó su interés por la cábala, los misterios de la masonería, y las dimensiones de la realidad
Cuando la angustia colma los prudentes diques y las incertidumbres parecen componer pautas irrefrenables en nuestras vidas, se perfila sólo un recurso: la alocada imaginación. Circunstancia que abruma a cualquier ser consciente de la finitud de la existencia y, con superior y particular intensidad, a las diásporas judías que deben aceptar las órdenes del Otro que los gobierna.
Situación existencial que nos obliga a creer en lo increíble y a inventar lo que apenas existe. Es éste el escenario que condujo a Gustav Meyrink a explorar los rincones más oscuros de la imaginación y del subconsciente para rematar en el Golem, la fantasía que el rabino Loew enhebró a fin de ofrecer alguna esperanza a los judíos de Praga.
Dos circunstancias favorecieron a Meyrink. La primera: fue criatura de una madre judía, actriz de profesión, que celebró intimidades clandestinas con un barón alemán. Así heredó la fantasía que bien se tradujo en sus relatos. Y la otra: sus vivencias durante 20 años en Praga donde los judíos pretendían sobrevivir abrumados por la intolerancia de múltiples etnias- opresión que la familia Kafka conocerá algo más tarde.
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Era su nombre original Gustav Meier que cambió a Meyrink para asegurar una superior aceptabilidad social. Se dedicó primero a los negocios como banquero; y el fracaso en esta actividad lo condujo a ensayar la escritura y la traducción de celebrados autores, Dickens, Kipling y Edgar Allen Poe entre ellos. Experiencias abrumadoras que lo condujeron al borde del suicidio cuando frisaba los 24 años.
Nació en Viena en 1868 y morirá en Bavaria en 1932.
Las revelaciones de la literatura fantástica recompusieron su vida. Merced a ellas se ahondó su interés por la cábala, los misterios de la masonería, y las dimensiones de la realidad inherentes al tráfico onírico y a las experiencias del yo que se duplica a fin de salvarse. Exploraciones que se desenvolvieron sin ignorar los primeros aportes freudianos.
Sus escritos como El rostro verde y La noche Walpurga publicados en 1915 y 1916 constituyen incursiones en el mundo de lo sobrenatural como dimensión complementaria de la realidad. Las prácticas del yoga y la conversión al budismo acentuaron su curiosidad por lo que se encuentra más allá de las apariencias.
El Golem es su logro más importante. Tiene origen en relatos vinculados con el Rabino Lowe ( 1512-1609) que imaginó a una criatura fantasmal que ronda el guetto de Praga. Para Meyrink es algo más: es el doble que está en nosotros, es simultáneamente lo diabólico y el consuelo, la agonía y la salvación. Con indisputables razones es una obra clásica de la literatura fantástica desde que viera la luz en 1915. Pocos años después mereció la pantalla cinematográfica, y es un best seller desde entonces. En Borges renacerá en uno de sus mejores poemas.
¿Cuáles son sus principales intenciones? Una de ellas: incursionar en los misterios del sueño que en clave y con sus claves desnudan múltiples aspectos de la experiencia y de nuestra personalidad. Otra, detectar los desdoblamientos de la personalidad cuando se empeña en ajustarse a cambiantes realidades. Después, distinguir entre la realidad y las alucinaciones como recursos que nos facilitan sobrevivir en ambientes inciertos o indescifrables. Finalmente, la apelación a la cábala y al tarot como recursos que nos auxilian en tiempos difíciles.
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Sus firmes objeciones a la participación alemana en la I Guerra explican la actitud negativa que le mostró más tarde el régimen nazi. Sin embargo, su popularidad no declinó, particularmente entre los jóvenes soldados ansiosos de encontrar alguna fuga sensorial de las agonías producidas por la guerra. Y aún hoy los diálogos fantásticos que enhebró encienden la reflexión y las fantasías de sus lectores. Indispensable retomarlos.